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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

14-05-2025

Putin y el Día de la Victoria: todos los demás son nazis

¿Qué importa la Ucrania bombardeada y qué importan los presos políticos rusos? ¿Qué importan los torturados, los muertos, los desaparecidos, los reprimidos, los violentados? ¿Qué importa el hoy, si hoy, en esta Plaza Roja, no hay más que mirar al pasado y sabernos héroes en este cuento de héroes y villanos? ¿Qué importa, si hoy, en este desfile extraordinario, predomina el pragmatismo? Sentarse en las gradas a ver el desfile es ser parte de esa narrativa tan simple, tan efectiva, que explicita Putin.
Por Ignacio E. Hutin
Foto: France24.com

Ocho décadas atrás, la Alemania de un Adolf Hitler ya muerto y de un nazismo derrotado, firmó la capitulación incondicional ante la Unión Soviética, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido. El mayor conflicto bélico de la historia, aquel en el que murieron al menos 70 millones de personas, había terminado en Europa. Los campos de concentración fueron liberados, el líder fascista Benito Mussolini había sido ejecutado al norte de Italia, la esvástica y los monumentos a los jerarcas alemanes cayeron uno tras otro. Hace 80 años, una paz intricada empezaba a construirse en aquel viejo continente que acababa de ver tanta, tanta muerte. Es necio menospreciar tamaña gesta, aunque la historia humana sea siempre más compleja que los relatos ficticios de héroes y villanos, de capas y espadas.

Bastará entonces con alcanzar un consenso básico: hace 80 años cayó el nazismo y es una buena oportunidad para recordar a quienes murieron luchando contra este movimiento asesino. Sí, es un consenso básico, es cierto, pero también es otra ficción de héroes o villanos. Los autoproclamados herederos de aquella gesta victoriosa son los héroes; los que no acompañan a los autoproclamados herederos, los que no recuerdan como deben recordar, los que cuestionan el relato absoluto, son los villanos. Simple.

Así se vivió el 9 de mayo en Moscú, en el famoso desfile militar por el Día de la Victoria, con sus soldados y tanques y misiles y discursos. Y no se puede negar que Vladimir Putin, líder del Kremlin, tuvo mucho acompañamiento. Aquellos intentos de Estados Unidos o de la Unión Europea por aislar a Rusia después de la invasión a Ucrania de 2022 estuvieron lejos de tener un efecto absoluto. Ocho de los nueve miembros del BRICS, excluyendo a Rusia, enviaron algún tipo de representación, entre ellos los presidentes de China, Xi Jinping, y Brasil, Lula da Silva. Además, participaron los líderes políticos de Cuba, Venezuela, Egipto, Guinea Ecuatorial, Kazajistán, Kirguistán, Bielorrusia, Burkina Faso, Serbia y Myanmar, entre otros.

Al ver este listado, la conclusión rápida y quizás apresurada es que el Día de la Victoria fue poco más que una reunión de dictadores que juegan a mostrarse mutuamente las armas. Pero la realidad tiende a ser más compleja. Brasil, por ejemplo, con todas las fragilidades propias de las democracias latinoamericanas, está muy lejos de ser una dictadura. Y no son dictaduras Indonesia, Mongolia, Sudáfrica, Eslovaquia o Israel, que también enviaron representantes.

¿Qué significa entonces este respaldo político, el aparecer en la Plaza Roja, el sentarse en las gradas junto a Putin a presenciar el desfile? Hay quienes simplemente deben estar allí, están obligados por necesidad, como es el caso de Armenia, que alberga en su territorio a más de tres mil soldados rusos y cuya economía depende en gran medida de Moscú. Otros van a pagar su deuda después de que Rusia los ayudara cuando las protestas (o las guerras o los organismos internacionales o las crisis económicas) parecían poner en jaque su poder. El venezolano Nicolás Maduro, el cubano Miguel Díaz-Canel, o el bielorruso Aleksandr Lukashenko son buenos ejemplos de esto. Y también lo sería el sirio Bashar al-Assad si su castillo de naipes no se hubiese desplomado en diciembre pasado.

Un tercer grupo lo constituyen los que llevan décadas intentando alejarse, pero no pueden dejar de ser, al menos parcialmente, el patio trasero del Kremlin porque los unen antiguas redes soviéticas de gas, de ferrocarriles, de energía eléctrica y, claro, alianzas históricas. Kazajistán o Uzbekistán entran en esta categoría.

Hay quienes ven en Moscú a un buen socio comercial, a un potencial inversor, destino de exportaciones y también proveedor de tecnología y conocimiento, ahora que las sanciones post invasión a Ucrania han distanciado a Putin de Europa occidental. Ahí aparecen particularmente los miembros del BRICS, empezando por Brasil y China, pero también muchas naciones africanas.

En esta última categoría existe un subgrupo cuya conexión con Rusia no se limita a necesidades comerciales, sino que abarca también necesidades políticas. El eslovaco Robert Fico, único líder de la Unión Europea que viajó a Rusia, ha presentado muchos y diversos argumentos para ir en contra de Bruselas. Pero lo más relevante es la voluntad de mostrar autonomía frente al bloque continental. Es que los líderes que quieren mostrarse fuertes no pueden resignarse a seguir los lineamientos de una organización internacional. Lo sabía Jaroslaw Kaczynski, líder del partido que gobernó Polonia entre 2015 y 2023, y lo sabe Víktor Orbán, que lleva 15 años al frente de Hungría.

Todos los líderes que viajaron a Moscú, con mayor o menor urgencia, ven en Rusia una oportunidad. Rusia tiene recursos naturales y tecnológicos, infraestructura y conocimiento. Pero, además, Rusia no cuestiona. ¿Tomaste el poder tras un golpe de Estado? ¿Torturás a tu población? ¿Asesinás a quien no acate tus decisiones? ¿Convertiste a tu país en una cárcel de la que nadie puede escapar? Ningún problema. Rusia no critica, Rusia no pregunta. Tan sólo exige que nadie le critique ni pregunte nada a cambio. Fico y Orbán llaman a esto “relaciones pragmáticas”.

Sin embargo, si estas necesidades o el sentido de la oportunidad comercial fueran lo único relevante, bastarían algunas reuniones bilaterales y algún viaje protocolar para resolver cualquier negociación. Asistir a un evento de tanta repercusión como es el enorme desfile militar anual en la Plaza Roja implica algo más, aunque no haga falta demasiada profundidad para entenderla. La narrativa impuesta es maniqueísta a un nivel casi infantil: Rusia o los nazis. Quien no estuvo con la Unión Soviética entonces y quien no está con Rusia hoy, está con Hitler. “La verdad y la justicia están de nuestro lado”, dijo el presidente ruso Vladimir Putin en su discurso junto a los soldados rusos que desfilaban. ¿Qué hay del otro lado entonces? El enemigo de ayer y de hoy, el enemigo de siempre.

El concepto de razonamiento analógico refiere al uso de paralelismos y comparaciones con acontecimientos actuales o históricos para justificar ciertas decisiones contemporáneas. Si, como dijo Putin en 2022, Ucrania está dominada por el neonazismo, la analogía es clara y útil: Rusia debe derrotarla como derrotó al nazismo en 1945, y debe lograr una victoria tan relevante y simbólica como aquella que se conmemora en la Plaza Roja, donde el líder ruso habla junto a sus aliados. Ambas guerras están conectadas en esta narrativa como una continuación la una de la otra. La necesidad de repeler a los aparentemente bárbaros enemigos del Estado y del pueblo rusos se convierte en nada menos que un deber histórico, un propósito imperativo para todo ruso. Cualquier alternativa sería inaceptable. La mitificación de la historia y la imposición de esta narrativa emocional mediante una práctica tan visible y estética contribuyen a construir una interpretación única del pasado y del presente. La narrativa maniquea es particularmente útil en tiempos de guerra, pero el Kremlin ya había promovido una representación similar (aunque quizás algo más débil) antes de 2022, como si sólo pudiera actuar en un estado de guerra constante. Por mucho que cambie la estructura general de los desfiles del Día de la Victoria, el mensaje sigue siendo el mismo: Rusia siempre ha estado y siempre estará amenazada, y la única posibilidad de enfrentarla y sobrevivir es la unidad bajo un líder fuerte. Quienes niegan esto no se diferencian mucho del enemigo.

Entonces, las necesidades comerciales existen, claro. Hay intereses políticos, hay oportunidades económicas, hay pragmatismo, hay apoyo, hay falta de preguntas incómodas. Sí, todo eso existe. Y también es cierto que todo eso puede pesar más que la básica moral humana de no avalar el sufrimiento ajeno, de no mirar hacia otro lado. ¿Qué importa la Ucrania bombardeada y qué importan los presos políticos rusos? ¿Qué importan los torturados, los muertos, los desaparecidos, los reprimidos, los violentados? ¿Qué importa el hoy, si hoy, en esta Plaza Roja, no hay más que mirar al pasado y sabernos héroes en este cuento de héroes y villanos? ¿Qué importa, si hoy, en este desfile extraordinario, predomina el pragmatismo? Sentarse en las gradas a ver el desfile es ser parte de esa narrativa tan simple, tan efectiva, que explicita Putin: sólo el mal no está junto a mí, porque de mi lado están la verdad y la justicia. Todos los demás son nazis. Y yo no.

Ignacio E. Hutin
Ignacio E. Hutin
Consejero Consultivo
Magíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
 
 
 

 
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