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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
La estrategia del Kremlin para ganar siempre
(Diálogo Político) El gobierno aplica una estrategia muy sencilla para garantizarse el triunfo que busca, el triunfo arrasador. El proceso consiste en eliminar a la oposición real, a los sectores políticos más molestos, y restringir a la supuesta oposición, a aquella que resulta más dócil, más maleable. Según análisis independientes, el apoyo genuino a Rusia Unida fue de alrededor del 33%, mientras que la participación real a nivel nacional no alcanzó el 40%, casi 10 puntos por debajo de los números anunciados oficialmente. La maquinaria del Kremlin está tan bien aceitada que ni siquiera le fue permitido participar a observadores internacionales.Por Ignacio E. Hutin
(Diálogo Político) No hay novedades en la previsible Rusia de Vladimir Putin, el país en el que las elecciones se ganan de antemano y en donde apuestas y encuestas no tienen mayor sentido. No podía haber sorpresas, ni siquiera en estas elecciones legislativas a las que el partido oficialista Rusia Unida llegaba con menos del 30% de apoyo, piso récord en sus casi veinte años de historia. Aún así, el gobierno de Moscú obtuvo oficialmente casi un 50% de los votos y retendrá la súper mayoría en la Duma: más de dos tercios de las bancas en la Cámara Baja del Parlamento. Esto le bastará a Putin y compañía para aprobar cualquier tipo de proyecto sin dificultades hasta 2026, dos años después de finalizado el mandato presidencial. Claro, siempre y cuando Putin no quiera permanecer en el poder hasta 2036, límite que hoy marca la Constitución rusa.
El Kremlin puede aspirar a un triunfo legítimo y efectivamente lo intenta: postula a candidatos conocidos y de peso, como el Ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavrov o el Ministro de Defensa Serguéi Shoigú; sortea coches y departamentos entre los votantes, anuncia bonos de entre 100 y 170 dólares para miembros de las fuerzas de seguridad y jubilados; se muestra como el baluarte de la estabilidad en el país. Y probablemente bastaría con eso para ganar las elecciones, aunque sin alcanzar los dos tercios de la Cámara.
Entonces el gobierno aplica una estrategia muy sencilla para garantizarse el triunfo que busca, el triunfo arrasador. El proceso consiste en eliminar a la oposición real, a los sectores políticos más molestos, y restringir a la supuesta oposición, a aquella que resulta más dócil, más maleable. Probablemente la figura más conocida del primer grupo sea Alexey Navalny, el abogado que fuera envenenado en agosto de 2020, tratado en Alemania y finalmente detenido en enero al regresar a Moscú. Él no podía presentarse a elecciones por estar preso, pero tampoco tenían permitido hacerlo sus allegados: la Fundación Anticorrupción de Navalny fue designada como “organización extremista” y disuelta por el Tribunal de Moscú apenas tres meses antes de las elecciones. Ni siquiera pudieron candidatearse partidarios o simpatizantes en forma independiente: quedan vetados por 5 años incluso quienes hubieran participado de manifestaciones por la liberación del opositor. Y existen muchas más razones para que el Estado ruso prohíba las candidaturas independientes: un importante cúmulo de excusas, desde tener acciones en bolsas extranjeras, hasta la supuesta falsificación de las firmas necesarias para registrar postulaciones. Cualquier razón es buena para eliminar a la oposición molesta.
Para lidiar con el segundo grupo y alcanzar los dos tercios de la Cámara Baja existen tácticas diversas. A saber:
1. Boris Vishnevsky, candidato del partido progresista Yabloko, se encontró con que tenía dos clones: otros dos candidatos con el mismo nombre y un sorprendente parecido físico. El objetivo es tan sólo desorientar al votante y la técnica es tan legal como efectiva. Se registraron al menos 30 casos similares en todo el país. De la misma forma, existe el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero de facto del homónimo partido soviético, y el Partido de los Comunistas, fundado en 2009. Ambos tienen los mismos colores y símbolos, por lo que no serán pocos los desprevenidos que los confundan. Por otro lado, de los 14 partidos que se presentaron a elecciones, 10 nacieron después que Rusia Unida. Claro que ni el Kremlin ni estas agrupaciones lo admitirán nunca, pero muchas de ellas cuentan con un apoyo gubernamental solapado. La idea es restar votos a la competencia, sea como sea.
2. Navalny y su gente intentaron una respuesta, una suerte de contraataque que pudiera debilitar al gobierno. Así nació la aplicación para celulares “Voto Inteligente”, que informaba a los votantes cuál era el candidato con mayores posibilidades de vencer a Rusia Unida en cada distrito. No importaba si se trataba de un comunista, un liberal, un representante de la derecha, de la izquierda, del centro o de cualquier otra postura. Lo único relevante, lo “inteligente”, era conformar una Asamblea Nacional lo más plural posible, que no se limitara a ser una mera secretaría del Kremlin. Pero la aplicación fue bloqueada y, de todas formas, el gobierno tenía un as bajo la manga.
3. El voto online estuvo disponible para unos 16 millones de votantes, casi 15% del padrón, y en siete distritos, incluyendo a Moscú; a Sevastopol, en la península de Crimea anexada en 2014 y reclamada por Ucrania; y a Rostov, cerca de la frontera con Donbass, región del este ucraniano en guerra desde hace 7 años y en donde alrededor de 200 mil personas han recibido ciudadanía rusa desde 2019. Quizás el punto de esta nueva metodología fuera evitar las imágenes más evidentes y desvergonzadas del fraude, como a una persona llenando urnas con decenas de boletas al mismo tiempo. El caso de Moscú fue paradigmático: el comunismo ganaba tranquilamente en la capital rusa (al menos en parte, gracias al “voto inteligente” de Navalny) hasta que se contabilizaron los votos electrónicos, con una lentitud llamativa. Entonces los resultados se invirtieron inexplicablemente.
Según análisis independientes citados en los sitios de noticias The Moscow Times y Meduza, el apoyo genuino a Rusia Unida fue de alrededor del 33%, mientras que la participación real a nivel nacional no alcanzó el 40%, casi 10 puntos por debajo de los números anunciados oficialmente. Pero de poco sirven estos datos si los resultados se sabían de antemano, si no hubo ni podía haber sorpresas. La maquinaria del Kremlin está tan bien aceitada que ni siquiera le fue permitido participar a observadores internacionales. La estrategia funciona. Nada puede llevar a que Rusia Unida pierda las elecciones, ni el desgaste lógico tras dos décadas en el poder, ni el estancamiento económico o la inflación que ronda el 7% anual, tampoco el descontento por el manejo de la pandemia y la falta de vacunas Sputnik V (tanto en Rusia como en otros países). Y mucho menos las manifestaciones y la represión que siguieron a la detención de Navalny.
El Partido Comunista habló abiertamente de fraude y convocó a protestas que fueron prohibidas bajo la excusa de la pandemia. Aún así, hubo movilizaciones, aunque con una convocatoria muy escasa. Como si la resignación hubiera ganado la batalla.
Rusia ya no es la del 2011, cuando unas elecciones legislativas tan fraudulentas como las del fin de semana pasado derivaron en las mayores protestas en Moscú en más de 15 años. Uno de los referentes por aquellos días era Boris Nemtsov, ex Viceprimer Ministro durante la última etapa de Boris Yeltsin en el poder, hacia fines de los 90. Era un feroz crítico de Putin y fue asesinado a pasos del Kremlin en febrero de 2015. El otro referente de las protestas de hace una década se llama Alexey Navalny y hoy está preso después de haber sobrevivido a un envenenamiento.
No parece haber lugar para alternativas en la Rusia de Putin. El Kremlin tiene una estrategia muy clara, casi invencible, un manual de instrucciones que le permite bloquear disidencias y críticas. Como si estuviera siempre un paso por delante de sus rivales. Y, por ahora, la oposición no encuentra salida a este laberinto.
Ignacio E. HutinConsejero ConsultivoMagíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
(Diálogo Político) No hay novedades en la previsible Rusia de Vladimir Putin, el país en el que las elecciones se ganan de antemano y en donde apuestas y encuestas no tienen mayor sentido. No podía haber sorpresas, ni siquiera en estas elecciones legislativas a las que el partido oficialista Rusia Unida llegaba con menos del 30% de apoyo, piso récord en sus casi veinte años de historia. Aún así, el gobierno de Moscú obtuvo oficialmente casi un 50% de los votos y retendrá la súper mayoría en la Duma: más de dos tercios de las bancas en la Cámara Baja del Parlamento. Esto le bastará a Putin y compañía para aprobar cualquier tipo de proyecto sin dificultades hasta 2026, dos años después de finalizado el mandato presidencial. Claro, siempre y cuando Putin no quiera permanecer en el poder hasta 2036, límite que hoy marca la Constitución rusa.
El Kremlin puede aspirar a un triunfo legítimo y efectivamente lo intenta: postula a candidatos conocidos y de peso, como el Ministro de Asuntos Exteriores Serguéi Lavrov o el Ministro de Defensa Serguéi Shoigú; sortea coches y departamentos entre los votantes, anuncia bonos de entre 100 y 170 dólares para miembros de las fuerzas de seguridad y jubilados; se muestra como el baluarte de la estabilidad en el país. Y probablemente bastaría con eso para ganar las elecciones, aunque sin alcanzar los dos tercios de la Cámara.
Entonces el gobierno aplica una estrategia muy sencilla para garantizarse el triunfo que busca, el triunfo arrasador. El proceso consiste en eliminar a la oposición real, a los sectores políticos más molestos, y restringir a la supuesta oposición, a aquella que resulta más dócil, más maleable. Probablemente la figura más conocida del primer grupo sea Alexey Navalny, el abogado que fuera envenenado en agosto de 2020, tratado en Alemania y finalmente detenido en enero al regresar a Moscú. Él no podía presentarse a elecciones por estar preso, pero tampoco tenían permitido hacerlo sus allegados: la Fundación Anticorrupción de Navalny fue designada como “organización extremista” y disuelta por el Tribunal de Moscú apenas tres meses antes de las elecciones. Ni siquiera pudieron candidatearse partidarios o simpatizantes en forma independiente: quedan vetados por 5 años incluso quienes hubieran participado de manifestaciones por la liberación del opositor. Y existen muchas más razones para que el Estado ruso prohíba las candidaturas independientes: un importante cúmulo de excusas, desde tener acciones en bolsas extranjeras, hasta la supuesta falsificación de las firmas necesarias para registrar postulaciones. Cualquier razón es buena para eliminar a la oposición molesta.
Para lidiar con el segundo grupo y alcanzar los dos tercios de la Cámara Baja existen tácticas diversas. A saber:
1. Boris Vishnevsky, candidato del partido progresista Yabloko, se encontró con que tenía dos clones: otros dos candidatos con el mismo nombre y un sorprendente parecido físico. El objetivo es tan sólo desorientar al votante y la técnica es tan legal como efectiva. Se registraron al menos 30 casos similares en todo el país. De la misma forma, existe el Partido Comunista de la Federación Rusa, heredero de facto del homónimo partido soviético, y el Partido de los Comunistas, fundado en 2009. Ambos tienen los mismos colores y símbolos, por lo que no serán pocos los desprevenidos que los confundan. Por otro lado, de los 14 partidos que se presentaron a elecciones, 10 nacieron después que Rusia Unida. Claro que ni el Kremlin ni estas agrupaciones lo admitirán nunca, pero muchas de ellas cuentan con un apoyo gubernamental solapado. La idea es restar votos a la competencia, sea como sea.
2. Navalny y su gente intentaron una respuesta, una suerte de contraataque que pudiera debilitar al gobierno. Así nació la aplicación para celulares “Voto Inteligente”, que informaba a los votantes cuál era el candidato con mayores posibilidades de vencer a Rusia Unida en cada distrito. No importaba si se trataba de un comunista, un liberal, un representante de la derecha, de la izquierda, del centro o de cualquier otra postura. Lo único relevante, lo “inteligente”, era conformar una Asamblea Nacional lo más plural posible, que no se limitara a ser una mera secretaría del Kremlin. Pero la aplicación fue bloqueada y, de todas formas, el gobierno tenía un as bajo la manga.
3. El voto online estuvo disponible para unos 16 millones de votantes, casi 15% del padrón, y en siete distritos, incluyendo a Moscú; a Sevastopol, en la península de Crimea anexada en 2014 y reclamada por Ucrania; y a Rostov, cerca de la frontera con Donbass, región del este ucraniano en guerra desde hace 7 años y en donde alrededor de 200 mil personas han recibido ciudadanía rusa desde 2019. Quizás el punto de esta nueva metodología fuera evitar las imágenes más evidentes y desvergonzadas del fraude, como a una persona llenando urnas con decenas de boletas al mismo tiempo. El caso de Moscú fue paradigmático: el comunismo ganaba tranquilamente en la capital rusa (al menos en parte, gracias al “voto inteligente” de Navalny) hasta que se contabilizaron los votos electrónicos, con una lentitud llamativa. Entonces los resultados se invirtieron inexplicablemente.
Según análisis independientes citados en los sitios de noticias The Moscow Times y Meduza, el apoyo genuino a Rusia Unida fue de alrededor del 33%, mientras que la participación real a nivel nacional no alcanzó el 40%, casi 10 puntos por debajo de los números anunciados oficialmente. Pero de poco sirven estos datos si los resultados se sabían de antemano, si no hubo ni podía haber sorpresas. La maquinaria del Kremlin está tan bien aceitada que ni siquiera le fue permitido participar a observadores internacionales. La estrategia funciona. Nada puede llevar a que Rusia Unida pierda las elecciones, ni el desgaste lógico tras dos décadas en el poder, ni el estancamiento económico o la inflación que ronda el 7% anual, tampoco el descontento por el manejo de la pandemia y la falta de vacunas Sputnik V (tanto en Rusia como en otros países). Y mucho menos las manifestaciones y la represión que siguieron a la detención de Navalny.
El Partido Comunista habló abiertamente de fraude y convocó a protestas que fueron prohibidas bajo la excusa de la pandemia. Aún así, hubo movilizaciones, aunque con una convocatoria muy escasa. Como si la resignación hubiera ganado la batalla.
Rusia ya no es la del 2011, cuando unas elecciones legislativas tan fraudulentas como las del fin de semana pasado derivaron en las mayores protestas en Moscú en más de 15 años. Uno de los referentes por aquellos días era Boris Nemtsov, ex Viceprimer Ministro durante la última etapa de Boris Yeltsin en el poder, hacia fines de los 90. Era un feroz crítico de Putin y fue asesinado a pasos del Kremlin en febrero de 2015. El otro referente de las protestas de hace una década se llama Alexey Navalny y hoy está preso después de haber sobrevivido a un envenenamiento.
No parece haber lugar para alternativas en la Rusia de Putin. El Kremlin tiene una estrategia muy clara, casi invencible, un manual de instrucciones que le permite bloquear disidencias y críticas. Como si estuviera siempre un paso por delante de sus rivales. Y, por ahora, la oposición no encuentra salida a este laberinto.