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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

03-04-2024

El gran negocio de la venta de gas a Europa: carta blanca para cada vez más dictadores

La Unión Europea se enfrenta a un gran dilema moral. Pero si pretende ejercer cierta presión sobre Rusia y castigar a sus gobernantes por las violaciones al derecho internacional, de poco sirve que termine avalando a otros Estados que cometen crímenes igualmente graves y en forma tan sostenida.
Por Ignacio E. Hutin

El Ministro de Asuntos Exteriores de Turkmenistán, Rashid Meredov, se reunió en Bruselas con Josep Borrell, encargado de los asuntos exteriores de la Unión Europea. Hubo fotos, sonrisas, diálogo y la firma del Protocolo de Acuerdo de Colaboración y Cooperación. El turcomano también mantuvo encuentros con empresarios, con los que habló del potencial comercial y el interés de su país en proveer de gas a Europa. Apenas una semana antes, había estado en Viena, en un encuentro similar para debatir sobre cooperación energética. No es casual, sino parte de un proceso.

Gurbanguly Berdimujamedov, ex presidente y padre del actual presidente, Serdar Berdimujamedov, mantiene cierto control político administrativo, particularmente en lo que respecta a la producción y comercialización de gas. Es que los hidrocarburos, y sobre todo el gas, representan cerca de un 90% de las exportaciones de Turkmenistán. A comienzos de marzo, el ex líder viajó a Turquía y se encontró con el presidente Recep Tayyip Erdoğan para discutir sobre la provisión a ese país, pero también más allá, hacia Europa. Se firmó un acuerdo que dará inicio al intercambio comercial. Y los dos terminaron muy conformes.

¿Pero la Unión Europea realmente quiere comprar gas a uno de los 10 países más represivos y autoritarios del planeta, no muy distinto a Corea del Norte o al Afganistán bajo control de los talibanes?

Los antecedentes de Turkmenistán en materia de derechos humanos son pésimos: no existe libertad de prensa, de religión, asociación, expresión, información o circulación. Según el último informe de Human Rights Watch, muchas personas “encarceladas injustamente siguen tras las rejas”, “aún se desconoce la suerte de decenas de víctimas de desapariciones forzadas” y persisten la tortura y los malos tratos”. No hay ninguna novedad en el asunto, ni la ha habido desde que declarara su independencia de la Unión Soviética en 1991. El país centroasiático tan sólo ha tenido tres presidentes: Saparmurat Niyazov murió en el poder en 2006 y tan sólo se presentó a dos elecciones, sin rivales, en 26 años; Gurbanguly Berdimujamedov fue sucedido por su hijo en 2022. En las cuatro elecciones, ni siquiera hubo un intento de mostrar cierta aspiración democrática. De hecho, en dos de ellas, 2007 y 2012, sólo hubo candidatos del partido oficial.

Pero hay algo que sí cambió en esta mayormente desértica república. En 2017, la empresa rusa Gazprom anunció que ya no compraría gas turcomano y lo sustituiría por producción uzbeka. El mismo año, Turkmenistán dejó de venderle a Irán por una supuesta deuda. Entonces pasó a depender exclusivamente de China. Aunque en los últimos años, Rusia pasó de comprarle cero gas a 10 mil millones de metros cúbicos (bcm) anuales, sigue siendo cerca de un 25% de lo que le compraba a mediados de los 2000, y Beijing se constituye como el único cliente relevante de un país que cuenta con la cuarta mayor reserva de gas del mundo.

Esto repercute en una extensa crisis económica que el gobierno turcomano simplemente oculta y, por lo tanto, no toma medidas para abordar la continua inseguridad alimentaria. Los datos oficiales son tan poco confiables o directamente inexistentes que el Banco Mundial no publica información sobre Turkmenistán. A esto se le suma que las relaciones comerciales con Rusia en materia energética no son las mejores: Moscú compra poco, pero pretende presionar políticamente para venderle gas a China utilizando los gasoductos que atraviesan Turkmenistán, mientras reduce el precio a Uzbekistán y Kazajistán para que el feudo de los Berdimujamedov no pueda competir.

Pero los todopoderosos padre e hijo tuvieron un golpe de suerte: la invasión de Rusia a Ucrania en 2022 supuso la imposición de sanciones comerciales y que la Unión Europea pasara a comprarle a Moscú casi un 70% menos que en 2021. Europa necesita alternativas y Turkmenistán aparece en el horizonte, aunque la distancia geográfica constituya un obstáculo.

Para eso, la ex república soviética cuenta con dos aliados. Por un lado, la Turquía de Erdoğan, cuyos estándares democráticos y respeto a los derechos humanos se han desplomado en la última década a medida que el actual presidente y ex primer ministro acumula más y más poder. La idea es que Turquía se constituya como un centro energético regional para la exportación de gas, que importe a través de gasoductos desde Rusia, Azerbaiyán e Irán, y pueda redistribuir hacia Europa, además de garantizarse el abastecimiento interno. Si Turkmenistán quiere entrar en ese juego, tiene dos posibilidades: o pasar por Irán, una opción que no es la favorita de la UE; o construir un gasoducto a través del mar Caspio para conectar con Azerbaiyán, a lo que Rusia e Irán se oponen. Aquí entra el segundo potencial aliado.

Los índices de democracia de Azerbaiyán son peores que los de Turquía: represión a disidencias, ataques y detenciones a críticos, torturas y restricciones a la libertad de prensa. Además, según el último informe anual de Freedom House, “la corrupción es omnipresente. En ausencia de una prensa libre y un poder judicial independiente, los funcionarios rinden cuentas por su comportamiento corrupto sólo cuando satisface las necesidades de una figura más poderosa o mejor conectada”.

Este país tan sólo ha tenido dos presidentes desde su independencia en 1991: Gueidar e Iljam Aliyev. Padre e hijo. El primero murió en el poder en 2003; el segundo, cambió la Constitución para aumentar el término de mandato presidencial a 7 años y permitir reelecciones indefinidas. Para comprender la situación general del país, bastará con decir que, en los últimos comicios, en febrero pasado, Aliyev obtuvo oficialmente más del 92%. Observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) anunciaron que no hubo competencia real y existieron “graves fallas electorales y restricciones impuestas a los medios de comunicación”.

A pesar de esto, entre otros, felicitó al azerí por su muy esperable victoria Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, y quien, además, aprovechó para conversar respecto a la cooperación entre Azerbaiyán y el bloque continental en materia energética.

En 2022, con el objetivo de romper su dependencia del gas ruso, la UE firmó un acuerdo con Azerbaiyán que implica duplicar las importaciones de gas azerí para 2027 hasta los 20 bcm anuales. Sin embargo, Bruselas no logró establecer condiciones para una cooperación futura que ayude a garantizar mejoras en cuanto a derechos humanos. Y el gobierno en Bakú se ha negado a permitir que la organización proporcione subvenciones a grupos locales de la sociedad civil. Aun así, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, describió a Azerbaiyán como “un socio confiable”.

Casi exactamente un año después de la firma, Azerbaiyán atacó a la población civil de Nagorno Karabaj, una región en el este del país habitada casi completamente por armenios y fuera del control de facto del gobierno central desde la disolución soviética. En apenas un día, y argumentando la necesidad de emprender acciones antiterroristas, las fuerzas de Aliyev causaron la muerte de 27 armenios. Más de cien mil personas, casi toda la población étnicamente armenia de la zona, huyeron del país.

Fue el final de un proceso iniciado a finales de 2022, durante el cual Azerbaiyán bloqueó el acceso a Nagorno Karabaj, incluido el ingreso de ayuda humanitaria y el transporte de pacientes del Comité Internacional de la Cruz Roja, además de cortar los servicios de gas y electricidad. Dos veces la Corte Internacional de Justicia ordenó a Bakú terminar con el bloqueo, pero Aliyev desoyó el reclamo. Rusia, cada vez más alejada de Armenia, apoyó tácitamente. Y las elecciones de febrero fueron anticipadas para que pudiera votarse por primera vez en la retomada Nagorno Karabaj, una zona ya prácticamente deshabitada.

Entonces Bruselas impone sanciones y se distancia de un gobierno ruso que ataca civiles, reprime disidentes y proclama que, tal como sucedió a mediados de marzo, su presidente es reelecto con el 88% de los votos. Pero también firma acuerdos y negocia con un gobierno azerbaiyano que ataca civiles, reprime disidentes y proclama que, tal como sucedió en febrero, su presidente es reelecto con el 92% de los votos.

Y luego va más allá aún y firma acuerdos con un gobierno turcomano cuyos niveles de represión no están lejos de los de Corea del Norte.

Azerbaiyán se ha convertido en uno de los principales proveedores de gas de la Unión Europea. Al mismo tiempo, Rusia continúa vendiendo a Occidente, en forma directa y también a través de Turquía, incluso a aquellos países que no compran productos abiertamente rusos. Algo similar, aunque a menor escala, sucede con Irán. Y Turkmenistán aparece como un próximo gran proveedor. Los Berdimujamedov pueden convertirse en los nuevos miembros de la hasta ahora tríada Moscú-Ankara-Bakú, que ejerce influencia política y comercial gracias a una dependencia europea de hidrocarburos que no ha mermado, pese a los anuncios que siguieron a la invasión rusa a Ucrania.

La Unión Europea se enfrenta a un gran dilema moral. Pero si pretende ejercer cierta presión sobre Rusia y castigar a sus gobernantes por las violaciones al derecho internacional, de poco sirve que termine avalando a otros Estados que cometen crímenes igualmente graves y en forma tan sostenida. Cada vez son más los líderes autocráticos que entienden que sus hidrocarburos les significan una carta blanca para hacer lo que quieran. Con este aval implícito de la Unión Europea, un escenario como el de Ucrania podrá repetirse en el futuro cercano en otros países.

Ignacio E. Hutin
Ignacio E. Hutin
Consejero Consultivo
Magíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
 
 
 

 
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