Derechos Humanos y
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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos

06-04-2023

Contra la represión, el autoritarismo y una guerra invisible: la historia del premio Nobel de la paz bielorruso condenado a 10 años de cárcel

El fundador de Viasna envió un video a CADAL que se proyectó en la Cancillería argentina el 23 de agosto de 2017, en el marco del Día Internacional en Recuerdo de las Víctimas del Totalitarismo. Allí aparecía con la bandera roja y blanca de la primera Bielorrusia, de la Bielorrusia sin Lukashenko, y explicaba su situación.
Por Ignacio E. Hutin

Era 1991 y el futuro de Bielorrusia se veía complejo, pero también prometedor, con cierta esperanza y el ánimo que implica el cambio, la utopía de saber que todo estaba por hacerse, que todo iba a ocurrir. El año anterior, con la Unión Soviética aún en pie, habían ingresado al Parlamento 26 miembros del recientemente formado Frente Popular Bielorruso (BNF, por sus siglas en ese idioma). Apenas ocupaban menos del 10% de las bancas, mientras que el porcentaje restante correspondía a miembros del Partido Comunista. Sin embargo, por primera vez en casi un siglo, había una oposición democrática y 1991 traería consigo la independencia, el reemplazo de la bandera roja y verde de la era soviética por la roja y blanca de la primera Bielorrusia (1918-19) y esa expectativa de que, ahora sí, todo sería diferente.

No lo fue. Apenas dos años más tarde, Aleksandr Lukashenko, el único miembro del Parlamento que había votado en contra de la independencia, impulsó una moción de censura que terminó con el gobierno endeble a cargo de Stanislav Shushkevich y en 1994 se hizo con el flamante cargo de Presidente gracias a un discurso simplista y anticorrupción. Fueron las primeras elecciones presidenciales para Bielorrusia y los últimos comicios democráticos. Desde entonces, Lukashenko lo domina todo.

Poco antes de la independencia, un joven filólogo de 28 años llamado Ales Bialiatski se convirtió en director de un museo de Minsk, que además albergaba la redacción del periódico Svoboda (“Libertad”). No era su primera acción política: ya desde comienzos de los 80 había participado de diversos grupos prodemocráticos que aspiraban a la salida de Bielorrusia de la Unión Soviética. Pero la aparición de Lukashenko marcó un quiebre para la sociedad, especialmente luego de dos referéndums, en 1995 y 1996, que centralizaron el poder en la figura del presidente y establecieron símbolos nacionales muy similares a los de la etapa soviética, incluyendo la bandera roja y verde. El nuevo líder reforzó así la continuidad simbólica entre la URSS y la Bielorrusia independiente, una sucesión entre el liderazgo fuerte e incuestionable soviético y el suyo. En ese mismo 1996, cuando las esperanzas de cambio parecían truncas, Bialiatski se convirtió en secretario del BNF y fundó el Centro de Derechos Humanos Viasna, una de las primeras organizaciones civiles que visibilizó la represión política de Lukashenko y asistió a sus víctimas.

Pero además, Viasna cuestionó las sucesivas elecciones fraudulentas o sin igualdad de condiciones, particularmente a partir de 2010. Aquel año Lukashenko ganó oficialmente con más del 80% en comicios que, según la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa, no cumplieron con estándares democráticos. Las protestas fueron inmediatas y multitudinarias y la represión, salvaje. Incluso dos candidatos presidenciales fueron atacados por las fuerzas especiales y uno de ellos quedó inconsciente. Luego de esto, las oficinas de Viasna y la casa de Bialiatski fueron requisadas y, al año siguiente, el activista fue condenado a cuatro años y medio de prisión y confiscación de bienes por el cargo de evasión de impuestos. Desde entonces, el Parlamento Europeo, gobiernos de la Unión Europea y Estados Unidos, además de organizaciones como Amnistía Internacional declararon que Bialiatski era un preso político e instaron a su liberación. Recién salió de prisión en 2014.

Poco después, el fundador de Viasna envió un video a CADAL en el marco del Día Internacional en Recuerdo de las Víctimas del Totalitarismo. Allí aparecía con la bandera roja y blanca de la primera Bielorrusia, de la Bielorrusia sin Lukashenko, y explicaba su situación: “Lukashenko creó un sistema autoritario en el que no existe la separación de poderes. No tenemos tribunales de Justicia independientes ni un Parlamento independiente, las elecciones son constantemente falsificadas y las protestas que tienen lugar después de las elecciones son duramente reprimidas por el poder autoritario. El gobierno está en una guerra invisible contra la sociedad civil. Cientos de personas han sido encarceladas, incluido yo mismo, por sus opiniones, por trabajar en organizaciones de derechos humanos o partidos políticos. A la organización en la que yo trabajo, el centro Viasna, le han negado sistemáticamente el registro, lo que significa que nos encontramos trabajando fuera de la ley. Organizaciones como la nuestra son criminalizadas, hay responsabilidad penal por el tipo de trabajo que hacemos.”

Entonces llegaron las elecciones del 9 de agosto de 2020, el segundo quiebre, el día en que Lukashenko ya no pudo ocultar su “guerra invisible contra la sociedad civil” porque todo el planeta vio en vivo y en directo la cara más violenta del régimen. Como en ocasiones anteriores, el gobierno prohibió la participación de los principales candidatos opositores bajo diversas excusas, incluyendo, una vez más la evasión de impuestos. Dos de ellos, el ex banquero Víktor Babariko y el blogger Serguéi Tijanovski, fueron detenidos y un tercero, el diplomático y empresario Valeri Tsepkalo, escapó del país junto a sus hijos por temor a ser también apresado.

Las esposas de Tijanovski, Svetlana Tijanovskaya, y Tsepkalo, Veronica Tsepkalo, junto a la jefa de campaña de Babariko, Maria Kolesnikova, formaron entonces un nuevo frente electoral. La candidata sería Tijanovskaya, un ama de casa sin experiencia política cuya campaña se basaba en una propuesta simple: asumir la presidencia, liberar presos políticos, volver a la Constitución de 1994, previa a los cambios impuestos por Lukashenko, y convocar a nuevas elecciones, esta vez libres y justas. Pero, aunque las tres mujeres llevaron adelante algunas de las movilizaciones sociales más grandes de la historia bielorrusa moderna, al final el inamovible líder declaró que había ganado otra vez. Por más del 80%. Otra vez. Y, otra vez, debió recurrir a la represión para enfrentar las protestas que rápidamente ganaron las calles de Minsk y de muchas otras ciudades de todo el país.

Si el escenario para la oposición hasta 2020 era difícil, a partir de entonces fue virtualmente imposible. Hubo más de 30 mil personas arrestadas por participar de las manifestaciones, al menos 7 fueron asesinadas, se registraron más de mil casos de tortura en centros de detención y los políticos opositores que no fueron apresados, debieron exiliarse en países vecinos, incluyendo a la candidata Tijanovskaya. Todo fue tan visible y evidente que pareció que Lukashenko esta vez no aspiraba a mostrarse como líder benevolente, sino simplemente a imponerse, a conservar el poder a través del miedo.

En los primeros días luego de las elecciones, Ales Bialiatski participó de las protestas y se incorporó al Consejo Coordinador, un órgano creado por la oposición bielorrusa con el objetivo de que Tijanovskaya fuera reconocida internacionalmente como la legítima ganadora e impulsar una transición democrática. También formaban parte la escritora y Premio Nobel Svetlana Alexievich y la atleta subcampeona mundial Nadzeya Ostapchuk, entre otros políticos opositores, activistas y figuras públicas. Pronto la ex candidata fue forzada a marchar hacia Lituania y la represión más visibilizada empezó a dar paso a una algo menos explícita, algo más sutil aunque no por eso menos evidente: más arrestos, más persecuciones, más acoso, más hostigamientos. Y un presidente aún inamovible.

Mientras tanto, Viasna, junto a otras organizaciones no gubernamentales, fundó la Plataforma Internacional de Rendición de Cuentas para Bielorrusia (IAPB) con el fin de recopilar, consolidar, verificar y preservar pruebas de graves violaciones a los derechos humanos cometidas por las autoridades de ese país. El gobierno respondió con allanamientos a las oficinas de Viasna y a las casas de sus empleados, y se abrió una causa penal contra los miembros de la ONG por “organizar o preparar acciones que violen gravemente el orden público o tomar parte activa en tales acciones”.

Bialiatski fue uno de los pocos miembros del Consejo Coordinador que no fue arrestado ni se exilió inmediatamente. Hasta que, casi un año después de las elecciones, ocurrió la previsible detención. El cargo, una vez más, era por evasión de impuestos. En octubre de 2022, mientras permanecía preso sin condena, el activista fue uno de los ganadores del Premio Nobel de la Paz, junto con la organización rusa de derechos humanos Memorial y el Centro para las Libertades Civiles, de Ucrania. En su comunicado oficial, el Comité Noruego del Nobel señaló que Viasna es “una organización de derechos humanos de base amplia que documentó y protestó contra el uso de la tortura por parte de las autoridades contra los presos políticos.” También que “a pesar de las tremendas dificultades personales, Bialiatski no ha cedido ni un centímetro en su lucha por los derechos humanos y la democracia en Bielorrusia.”

El gobierno no permitió que Bialiatski enviara desde la cárcel un discurso de aceptación por escrito, pero su esposa asistió a la ceremonia de entrega en Oslo y habló por él: “no sólo Ales está en prisión, sino que también hay miles de bielorrusos, decenas de miles de reprimidos, encarcelados injustamente por su acción cívica y sus creencias en todo el país. Cientos de miles se han visto obligados a huir del país por la mera razón de que querían vivir en un Estado democrático”, dijo.

En marzo de 2023, apenas tres días antes de que Tijanovskaya fuera condenada in absentia a 15 años de cárcel por cargos de traición y conspiración, Bialiatski finalmente recibió sentencia: una década por “contrabando” y “financiación de acciones colectivas que atentan gravemente contra el orden público”. También fueron condenados otros dos activistas de Viasna: Valentin Stefanovitch y Vladimir Labkovitch recibieron nueve y siete años de prisión, respectivamente.

El apoyo internacional fue muy importante, tanto de parte de gobiernos y organismos intergubernamentales como de ONGs, que condenaron la persecución del régimen de Lukashenko y un juicio que fue calificado como “farsa” por Amnistía Internacional y como “injusto” y “arbitrario” por Human Rights Watch.

Pero Bialiatski no es el único perseguido. Según datos de Viasna, a marzo de 2023 hay 1463 prisioneros políticos en Bielorrusia. Como si la URSS nunca se hubiera disuelto. Como si 1991 nunca hubiera ocurrido. Como si Lukashenko necesitara dejar aun más en claro que extraña tanto aquel régimen soviético que no le bastó con votar en contra de la independencia o con reinstaurar la bandera roja y verde. No, eso no es suficiente. Hace falta más poder, más control.

Poco después de salir de prisión en 2014, en el video que envió a CADAL, Bialiatski hablaba de las constantes amenazas de las autoridades bielorrusas: “las condiciones para los que trabajamos en la defensa de derechos humanos continuará siendo complicada”, decía entonces. “Sin embargo, seguiremos luchando por la democracia y por los derechos humanos. Sentimos la solidaridad internacional por parte de los países democráticos, de nuestros colegas y socios en  todo el mundo. Eso nos ayuda a continuar trabajando duramente. Estamos convencidos de que finalmente Bielorrusia se convertirá en un verdadero Estado democrático de Europa, con las instituciones democráticas desarrolladas y respeto por los derechos humanos.”

Bialiatski hablaba en un bielorruso suave, pero miraba a cámara con determinación. Junto a él, la bandera roja y blanca que representó aquellas esperanzas de 1991. Y entonces el hoy detenido Premio Nobel concluía: “Amigos, muchas gracias por su atención. Su lucha nos mantiene activos”.

Contra la represión, el autoritarismo y una guerra invisible: la historia del premio Nobel de la paz bielorruso condenado a 10 años de cárcel

Ignacio E. Hutin
Ignacio E. Hutin
Consejero Consultivo
Magíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
 
 
 

 
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