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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

03-10-2025

Moldavia elige a Europa, ¿Europa elige a Moldavia?

El obstáculo principal para el futuro europeo de Moldavia no es interno ni es Rusia, sino que es la misma UE. Las elecciones del año pasado al Parlamento Europeo demostraron el crecimiento de partidos nacionalistas y euroescépticos, como Alternativa para Alemania o el austríaco Partido de la Libertad, que no apoyarían el ingreso de países tan necesitados.
Por Ignacio E. Hutin
Foto: x - @sandumaiamd

Uno de los países más pobres y menos desarrollados de Europa acaba de reconfirmar en elecciones un rotundo cambio de rumbo. Es que, desde su independencia en 1991, la política en Moldavia penduleaba entre los partidos prooccidentales y los partidos prorrusos hasta tales extremos que, en 2001, se convirtió en la única ex república soviética en la que el comunismo volvió a gobernar. Pero esta vez el péndulo parece haberse roto y la disputa entre Europa y Rusia por mantener la influencia sobre un país difícil, con sucesivas crisis económicas y un territorio fuera del control del gobierno central, empieza a vislumbrarse saldada.

Después de las grandes protestas de 2009 que terminaron con el gobierno de los Comunistas, llegó al poder un partido que apuntaba a Europa y, en 2016, tras fuertes presiones comerciales de parte de Moscú, asumió la presidencia Igor Dodon, admirador de Vladimir Putin y que apenas si habla moldavo en público porque prefiere el ruso. Tan sólo 3 años más tarde, hubo un nuevo giro, esta vez hacia Europa: Maia Sandu se convirtió en Primera Ministra, aunque su Partido Acción y Solidaridad (PAS) hubiera terminado tercero en las elecciones. En 2020, Sandu ganó la presidencia y, en 2021, el PAS obtuvo casi el 53% en las parlamentarias, asegurándose la mayoría de las bancas en la legislatura. Nunca antes un partido pro Europeo había logrado gobernar solo, sin necesidad de formar coalición. El rumbo fue refrendado con la reelección de la presidenta en 2024 y también con un referéndum que, aunque por un margen sumamente escueto de menos de medio punto porcentual, aprobó que la Constitución incorporase el mandato de adhesión a la Unión Europea.

Rusia nunca dejó de intentar influir en la política moldava, ya sea a través de financiación a partidos políticos, difusión masiva de narrativas a través de Telegram y otras redes sociales, e incluso viajes con todos los gastos pagos para sacerdotes que pudieran motivar a sus feligreses a votar por candidatos más cercanos al Kremlin. Pero eso no bastó. El PAS obtuvo el 28 de septiembre pasado más del 50% de apoyo, el segundo mejor resultado electoral de la historia de Moldavia, apenas por detrás del que obtuviera el mismo PAS en 2021. El sector prorruso, coalición entre socialistas y comunistas comandada por el expresidente Dodon, volvió a quedar segundo, aunque a una mayor distancia que hace cuatro años: pasó del 27% al 24%. La conclusión lógica podría ser que se terminó cualquier debate, que Moldavia será miembro de la Unión Europea y que Rusia continuará perdiendo influencia a nivel local, tal como sucedió en Estonia o Lituania, dos exrepúblicas soviéticas y actuales miembros de la OTAN.

Este resultado no puede analizarse sin tener en cuenta los cambios desatados a partir de la invasión de Rusia a la vecina Ucrania en 2022. Apenas meses después, en junio, Moldavia se convirtió oficialmente en candidato a incorporarse a la Unión Europea. Occidente le ofreció incentivos que pesaron más que los castigos y amenazas de Rusia. Y no es que al Kremlin le falte capacidad para efectuar castigos a quien se aleje de su esfera de influencia, tal como ha demostrado en Ucrania, pero también en Georgia, país al que invadió en 2008, o en Estonia, contra el que llevó a cabo un ciberataque en 2007 que afectó instituciones gubernamentales, bancos y medios de comunicación en uno de los primeros ejemplos de ciberguerra patrocinada por un Estado.

Rusia solía ser el principal socio de Moldavia, representando cerca del 40% de su intercambio comercial total en 2004. Pero Moscú le impuso sanciones cuando asumió un gobierno que le resultó poco amigable y el intercambio se desplomó. El Acuerdo de Asociación con la UE y la instauración del libre comercio con el bloque continental acrecentaron una tendencia que ni siquiera la llegada de Dodon en 2016 pudo revertir. Para 2021, poco antes de la invasión a Ucrania, Rusia apenas si representaba el 10% del comercio moldavo. Rusia respondió a los resultados electorales de 2020 y 2021, dos claros triunfos prooccidentales, con una suerte de chantaje que implicó la reducción del suministro de gas, por lo que el nuevo gobierno optó por diversificar sus proveedores: redujo un 70% las compras a Moscú y pasó a depender más de Azerbaiyán y Noruega. Las sanciones contra el Kremlin y el mero hecho de que Moldavia no comparte frontera con Rusia afectaron aún más el intercambio a partir de 2022. El resultado final es que, en 20 años, el comercio bilateral se redujo del 40% al 2%, mientras que las relaciones con la UE pasaron de representar del 25% en 2004 al 55% en 2024. ¿De qué servirían entonces más sanciones comerciales de parte de Putin contra un país con el que ya casi no comercia?

La vía militar es otra posibilidad. Transnistria es una franja de tierra al otro lado del río Dniéster que declaró unilateralmente su independencia en 1990. Desde entonces, el gobierno moldavo no la controla, aunque la población local puede votar en elecciones nacionales. El alto nivel de industrialización heredado de la Unión Soviética y la constante provisión gratuita de gas por parte de Rusia permitían a Transnistria producir, exportar y mantener estándares de vida relativamente altos, al menos comparados con (el resto de) Moldavia. Además, Moscú se garantizaba un enclave con al menos 1500 soldados rusos en caso de que los moldavos intentaran alejarse demasiado.

Pero la guerra llevó al cierre de fronteras entre Transnistria y Ucrania. A comienzos de 2024, Moldavia obligó a las autoridades separatistas a pagar impuestos de querer exportar hacia Europa y, casi un año más tarde, Rusia ya no pudo enviar gas gratuito y la UE debió suplir la provisión en medio del invierno boreal de 2024-25. Transnistria se debilita y, por lo tanto, también la capacidad de presión del Kremlin. Aunque el partido de Sandu esperablemente perdió en la región separatista, el apoyo al PAS a nivel local se duplicó entre 2021 y 2025: del 15 al 30%. Hoy la reincorporación territorial parece una mera cuestión de tiempo.

Sin capacidad rusa de influir comercial ni militarmente, todo debate en Moldavia parece saldado, pero no es así. El cambio de escenario en 2022 implicó importantes aumentos de precios, tanto por el fin de la provisión de gas ruso como por la llegada de no menos de 135,000 refugiados ucranianos. La recesión se ha hecho sentir en los últimos años, sobre todo en las zonas rurales, en donde el PAS es más débil, en donde tradicionalmente domina la coalición entre comunistas y socialistas. Es por eso que la Comisión Europea ha prometido 1.900 millones de euros en ayuda financiera destinada a la construcción de infraestructura e impulso a la economía moldava.

Sandu anunció que aspira a que su país se incorpore a la UE en 2030. El proceso de adhesión es lento y tedioso, con numerosas regulaciones políticas y comerciales, pero el PAS cuenta con suficiente poder y apoyo como para que las posibles tensiones internas no paralicen los avances. Claro que este escenario puede cambiar: la difícil situación económica podría no mejorar, el apoyo de parte de la población urbana podría menguar y el ya débil respaldo del sector agrícola, desvanecerse. Si bien es cierto que Rusia tiene hoy otras prioridades más urgentes, no debe descartarse la posibilidad de que pudiera intentar explotar un escenario de tales características.

Pero estas son meras conjeturas porque hoy, con un gobierno pro occidental fuerte y consolidado, el obstáculo principal para el futuro europeo de Moldavia no es interno ni es Rusia, sino que es la misma UE. Las elecciones del año pasado al Parlamento Europeo demostraron el crecimiento de partidos nacionalistas y euroescépticos, como Alternativa para Alemania o el austríaco Partido de la Libertad, que no apoyarían el ingreso de países tan necesitados. La UE no puede comprarse el problema de incorporar a un miembro que requiera apoyo indefinidamente, menos aun cuando la situación en Ucrania demanda mayor asistencia y más urgentemente. Por otro lado, incorporar a Moldavia (o a Ucrania) al bloque implicaría más gastos, sí, pero también aportaría mayor estabilidad y seguridad al continente.

Las últimas cinco votaciones han demostrado que Moldavia ya eligió a Europa. Ahora es el turno de Europa para demostrar que elige a Moldavia.

Ignacio E. Hutin
Ignacio E. Hutin
Investigador Asociado
Magíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
 
 
 

 
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