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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
El heredero de Mandela, lejos de América latina
A un año de la muerte del líder sudafricano, y a 20 de fin del Apartheid, varios representantes políticos regionales buscan compararse con el Nobel de la Paz. Sin embargo, la realidad muestra grandes distancias entre unos y otros.Por Omer Freixa
Por estos días, se cumplen dos aniversarios fundamentales para todo interesado en el respeto por los derechos humanos: dos décadas del fin del Apartheid sudafricano y, el 5 de diciembre, un año de la muerte de Nelson Mandela, el líder que inspiró a varias generaciones con su mensaje de paz y tolerancia a lo largo de sus 67 años de militancia. La imagen del respeto labrada es innegable, aunque la crítica más fuerte se alzó al observar la contradicción en que incurrió un promotor incansable de la paz cuando en el pasado debió proponer y recurrir a la lucha armada porque el infame Apartheid no le dejó más alternativa. Por otra parte, algunos han criticado a “Madiba” por su amistad con Fidel Castro. Como sea, en el gesto de perdonar a sus captores tras casi 30 de años de presidio que lo hiciera catapultarse a la fama y por no desviarse de la senda democrática a la que finalmente llegó Sudáfrica, el destacado personaje, fallecido a sus 95 años, obtuvo el reconocimiento y la admiración internacional.
Entre Chávez y Mujica
Es muy probable que a un año de su muerte ya se piense en encontrar un sucesor o trazar similitudes con quienes siguen activos en el mundo de la política. Al menos en lo que respecta a América latina, pensar cumplir esa extremadamente pretenciosa meta se torna muy difícil. Es que se está en condiciones de no incurrir en un equívoco si se sostiene que ningún político o activista actual cumple el requisito indispensable para ser equiparado al líder sudafricano: el de haber generado la reconciliación y la unidad de su pueblo.
Sin embargo, las comparaciones con él y el mote de “Mandela de América” para algunos, han surgido tras su muerte en reiteradas ocasiones, pero también antes. En más de una oportunidad, críticos de determinados presidentes latinoamericanos opinan que su mandatario se cree Nelson Mandela, pero está muy lejos de parecérsele.
Le ha sucedido al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en el contexto del mundial sub20 de fútbol, disputado en su país en 2011, comparando la situación con la Sudáfrica de 1995 y el papel aleccionador de su presidente que unió a todos los sudafricanos en torno a la competición de rugby, de la cual el anfitrión se coronó campeón. Santos se esperanzó con repetir una experiencia similar pero Colombia quedó lejos del objetivo, pues el equipo fue eliminado en cuartos de final.
En mayo de este año, durante una entrevista, un cronista preguntó al presidente uruguayo José Mujica si se sentía como Mandela en referencia a su largo presidio. Con el tono descontracturado, rudo e irónico que lo caracteriza, el mandatario respondió: “No soy Mandela, él se bancó casi 28 años de cana y yo 14 nada más” y pidió que no lo comparen más con el africano. Previo a ello, un periódico italiano, en octubre de 2013, lo había encomiado como un “Mandela sudamericano”, en relación a la falta de resentimiento frente a los responsables de su presidio en el pasado como militante de la guerrilla urbana Tupamaros, argumento que mencionó una edición del periódico británico The Guardian de septiembre.
Pese al pedido presidencial, hace pocos días, la comparación reapareció, porque Mujica propuso la posibilidad de arresto domiciliario para militares presos mayores de 70 años. Como sea, el propio presidente no se siente a la altura de Mandela y es franco al expresarlo.
Venezuela tiene varios ejemplos comparativos. Nicolás Maduro comparó la muerte de Mandela con la de su antecesor Hugo Chávez, acaecida exactamente nueve meses antes, el 5 de marzo de 2013. A los dos se refirió como “gigantes de los pueblos del mundo”. Este año, en el marco de su intervención en la Asamblea General N° 69 de las Naciones Unidas, el presidente venezolano mencionó al puertorriqueño Oscar López Rivera, quien aspira a la independencia de su isla de los Estados Unidos, como el “Mandela de América Latina”, por ser el preso político con mayor tiempo de detención en el país del norte, con 32 años de encierro. Claro que para Washington no se trata más que de un preso político ordinario. Ese gobierno no osaría comparar la figura del Comandante Chávez con la del ídolo de la lucha contra el Apartheid, ni asimismo venezolanos críticos del chavismo.
Al respecto, el referente opositor venezolano Leopoldo López se comparó con Mandela (entre otros) por su arresto y declaró que su meta es derrocar, con el apoyo popular, a la dictadura chavista y acabar, al igual que Mandela, con la discriminación de un régimen, pero en este caso no racial sino político. Su presidio es el producto de una divisoria ideológica profunda en la sociedad venezolana que estalló en febrero con protestas estudiantiles y puso al país al borde de una guerra civil, con el saldo oficial de 45 muertos hasta agosto, cientos de heridos y más de 2.000 detenidos. Esto último es la mejor prueba de que ni Chávez ni López ni nadie en el país caribeño puede ser considerado Mandela porque ninguno recibe apoyo unánime de todos los sectores sociales y de casi todas las banderías políticas.
En otros rumbos
Existe un líder que recuerda al ícono fallecido en diciembre del año pasado. Es de Mauritania y promueve el movimiento por la abolición de la esclavitud en su país, formalmente abolida en 1981 pero que, en la práctica, mantiene al 20% de su población, de un total de 3,3 millones de habitantes, esclavizada. Biram uld Dah uld Abeid, apodado el “Mandela de Mauritania”, permanece detenido junto a otros 19 activistas, tras dirigir una marcha contra este flagelo. Si bien su objetivo es muy noble, lamentablemente, no goza del prestigio internacional porque es prácticamente desconocido fuera de este país pobre y marginado en la esfera mundial. Aunque por razones distintas a las de Mauritania, en América latina tampoco la divisoria de aguas ideológica permite asomar a la superficie algún personaje con el semblante necesario, como el de Mandela, para promover la reconciliación, por caso, en la tan dividida Venezuela.
Omer FreixaConsejero ConsultivoMagíster en Diversidad Cultural y especialista en estudios afroamericanos por la Universidad Nacional de Tres de Febrero. Licenciado y profesor en Historia, graduado en la Universidad de Buenos Aires. Investigador, docente y escritor. Autor del sitio web www.omerfreixa.com.ar. Colaborador freelance en sitios locales y españoles.
Por estos días, se cumplen dos aniversarios fundamentales para todo interesado en el respeto por los derechos humanos: dos décadas del fin del Apartheid sudafricano y, el 5 de diciembre, un año de la muerte de Nelson Mandela, el líder que inspiró a varias generaciones con su mensaje de paz y tolerancia a lo largo de sus 67 años de militancia. La imagen del respeto labrada es innegable, aunque la crítica más fuerte se alzó al observar la contradicción en que incurrió un promotor incansable de la paz cuando en el pasado debió proponer y recurrir a la lucha armada porque el infame Apartheid no le dejó más alternativa. Por otra parte, algunos han criticado a “Madiba” por su amistad con Fidel Castro. Como sea, en el gesto de perdonar a sus captores tras casi 30 de años de presidio que lo hiciera catapultarse a la fama y por no desviarse de la senda democrática a la que finalmente llegó Sudáfrica, el destacado personaje, fallecido a sus 95 años, obtuvo el reconocimiento y la admiración internacional.
Entre Chávez y Mujica
Es muy probable que a un año de su muerte ya se piense en encontrar un sucesor o trazar similitudes con quienes siguen activos en el mundo de la política. Al menos en lo que respecta a América latina, pensar cumplir esa extremadamente pretenciosa meta se torna muy difícil. Es que se está en condiciones de no incurrir en un equívoco si se sostiene que ningún político o activista actual cumple el requisito indispensable para ser equiparado al líder sudafricano: el de haber generado la reconciliación y la unidad de su pueblo.
Sin embargo, las comparaciones con él y el mote de “Mandela de América” para algunos, han surgido tras su muerte en reiteradas ocasiones, pero también antes. En más de una oportunidad, críticos de determinados presidentes latinoamericanos opinan que su mandatario se cree Nelson Mandela, pero está muy lejos de parecérsele.
Le ha sucedido al presidente colombiano, Juan Manuel Santos, en el contexto del mundial sub20 de fútbol, disputado en su país en 2011, comparando la situación con la Sudáfrica de 1995 y el papel aleccionador de su presidente que unió a todos los sudafricanos en torno a la competición de rugby, de la cual el anfitrión se coronó campeón. Santos se esperanzó con repetir una experiencia similar pero Colombia quedó lejos del objetivo, pues el equipo fue eliminado en cuartos de final.
En mayo de este año, durante una entrevista, un cronista preguntó al presidente uruguayo José Mujica si se sentía como Mandela en referencia a su largo presidio. Con el tono descontracturado, rudo e irónico que lo caracteriza, el mandatario respondió: “No soy Mandela, él se bancó casi 28 años de cana y yo 14 nada más” y pidió que no lo comparen más con el africano. Previo a ello, un periódico italiano, en octubre de 2013, lo había encomiado como un “Mandela sudamericano”, en relación a la falta de resentimiento frente a los responsables de su presidio en el pasado como militante de la guerrilla urbana Tupamaros, argumento que mencionó una edición del periódico británico The Guardian de septiembre.
Pese al pedido presidencial, hace pocos días, la comparación reapareció, porque Mujica propuso la posibilidad de arresto domiciliario para militares presos mayores de 70 años. Como sea, el propio presidente no se siente a la altura de Mandela y es franco al expresarlo.
Venezuela tiene varios ejemplos comparativos. Nicolás Maduro comparó la muerte de Mandela con la de su antecesor Hugo Chávez, acaecida exactamente nueve meses antes, el 5 de marzo de 2013. A los dos se refirió como “gigantes de los pueblos del mundo”. Este año, en el marco de su intervención en la Asamblea General N° 69 de las Naciones Unidas, el presidente venezolano mencionó al puertorriqueño Oscar López Rivera, quien aspira a la independencia de su isla de los Estados Unidos, como el “Mandela de América Latina”, por ser el preso político con mayor tiempo de detención en el país del norte, con 32 años de encierro. Claro que para Washington no se trata más que de un preso político ordinario. Ese gobierno no osaría comparar la figura del Comandante Chávez con la del ídolo de la lucha contra el Apartheid, ni asimismo venezolanos críticos del chavismo.
Al respecto, el referente opositor venezolano Leopoldo López se comparó con Mandela (entre otros) por su arresto y declaró que su meta es derrocar, con el apoyo popular, a la dictadura chavista y acabar, al igual que Mandela, con la discriminación de un régimen, pero en este caso no racial sino político. Su presidio es el producto de una divisoria ideológica profunda en la sociedad venezolana que estalló en febrero con protestas estudiantiles y puso al país al borde de una guerra civil, con el saldo oficial de 45 muertos hasta agosto, cientos de heridos y más de 2.000 detenidos. Esto último es la mejor prueba de que ni Chávez ni López ni nadie en el país caribeño puede ser considerado Mandela porque ninguno recibe apoyo unánime de todos los sectores sociales y de casi todas las banderías políticas.
En otros rumbos
Existe un líder que recuerda al ícono fallecido en diciembre del año pasado. Es de Mauritania y promueve el movimiento por la abolición de la esclavitud en su país, formalmente abolida en 1981 pero que, en la práctica, mantiene al 20% de su población, de un total de 3,3 millones de habitantes, esclavizada. Biram uld Dah uld Abeid, apodado el “Mandela de Mauritania”, permanece detenido junto a otros 19 activistas, tras dirigir una marcha contra este flagelo. Si bien su objetivo es muy noble, lamentablemente, no goza del prestigio internacional porque es prácticamente desconocido fuera de este país pobre y marginado en la esfera mundial. Aunque por razones distintas a las de Mauritania, en América latina tampoco la divisoria de aguas ideológica permite asomar a la superficie algún personaje con el semblante necesario, como el de Mandela, para promover la reconciliación, por caso, en la tan dividida Venezuela.