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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
19-12-2025Bielorrusia libera presos políticos: chantaje, negociación y cientos que continúan tras las rejas
Claro que es motivo de celebración que 123 presos políticos sean liberados. Pero este triunfo no puede hacer olvidar que todos ellos debieron irse del país: 113, incluyendo a Kolesnikova, fueron enviados a Ucrania; 10, incluyendo a Bialiatski, a Lituania. Nadie forzado a abandonar su tierra luego de ser perseguido políticamente es realmente libre, aunque no esté tras las rejas.
Por Ignacio E. Hutin
Ya muchos de ellos sonreían en el autobús antes de cruzar la frontera. Habían sido liberados después de años como presos políticos en Bielorrusia y ahora eran libres. O, al menos, tan libres como puede serlo un exiliado que no sabe cuándo regresará a su tierra, si es que algún día podrá hacerlo. Son 123 personas en total: activistas políticos, escritores, periodistas. Hombres y mujeres cuyo crimen fue cuestionar a Aleksandr Lukashenko, el todopoderoso mandamás que gobierna desde 1994, que este año ganó sus séptimas elecciones consecutivas, una vez más, con una oposición restringida, exiliada o presa.
Entre los recientemente liberados están Ales Bialiatski, defensor de los derechos humanos y premio Nobel de la Paz en 2022, condenado por supuesta evasión fiscal; el ex candidato presidencial Viktor Babaryka; Maria Kolesnikova, jefa de campaña de Babaryka, primero, y de la ahora exiliada también ex candidata Svetlana Tijanovskaya; y Maksim Znak, abogado de Babaryka y Tijanovskaya. Ellos, al igual que la gran mayoría de los restantes liberados, fueron detenidos poco antes o poco después de las elecciones de 2020.
Aquel fue el año en el que la represión en Bielorrusia aumentó exponencialmente, cuando las protestas por el fraude electoral fueron acalladas con más 30 mil arrestos, al menos 8 asesinatos, y más de mil casos de tortura en centros de detención. Desde entonces, la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros, no reconocen a Lukashenko como presidente legítimo y el bielorruso se ha visto forzado a apoyarse más que nunca en su principal aliado. Cuando dos años después el ruso Vladimir Putin le solicitó apoyo en el marco de su invasión a Ucrania, Lukashenko devolvió el favor. Claro que eso le costó sanciones y un mayor aislamiento internacional que hoy, gracias a Donald Trump, empieza a romperse.
Fue justamente un enviado del presidente estadounidense quien negoció la liberación de presos políticos a cambio de que se levantaran sanciones a ciertos productos bielorrusos de exportación. Además, la distensión diplomática promovida por Washington implica un reconocimiento de facto a la autoridad de Lukashenko, decisión contraria a la política de aislamiento que promueve la Unión Europea.
Pero este acercamiento no significa que la situación general en Bielorrusia vaya a cambiar. Según el Centro de Derechos Humanos Viasna, fundado por Bialiatski, aún hay más de 1100 presos políticos en el país. En la tierra de Lukashenko se acumulan las denuncias sin fundamentos y las condenas arbitrarias contra quienquiera que cuestione al líder. Y el líder se ensaña particularmente contra los actores de la cultura, aquellos que promuevan la identidad local que él tanto parece denostar. Actualmente, hay 31 escritores detenidos y más de 250 libros han sido prohibidos, designados como “materiales extremistas”, tan sólo desde 2020.
Escritores detenidos y la censura como arma
En 1989, poco antes de la disolución de la Unión Soviética y de la independencia de Bielorrusia, nació la rama local de PEN International, una asociación mundial fundada en Londres en 1921 para promover la amistad y la cooperación intelectual entre escritores de todo el mundo. PEN es la sigla de Poetas, Ensayistas, Novelistas, aunque la organización incorpora a todo tipo de trabajadores de las letras. Ya en tiempos de transición, de recuperación democrática e independencia, PEN Bielorrusia promovió la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la preservación de una identidad local que reemergía después de la larga noche de represión soviética.
Entonces llegó Lukashenko. Asumió la presidencia en 1994, recuperó la bandera y el escudo de la república socialista soviética y se consolidó como una figura de poder incuestionable a fuerza de censura y creciente opresión. Casi con desprecio por su propio país y por su historia, restringió el uso del idioma bielorruso y persiguió a quienes lo utilizaran, entre ellos, a escritores.
Entre los miembros de PEN aparece Bialiatski. El juicio en su contra de 2023 fue descrito como “una farsa” por Amnistía Internacional y como “injusto” y “arbitrario” por Human Rights Watch. En su última declaración ante el tribunal, tras dos años detenido sin condena, el escritor y activista político dijo: “La fiscalía y el tribunal se negaron categóricamente a hablar bielorruso, a pesar de que yo, como acusado, soy una persona de habla bielorrusa en mi vida diaria. Hablo, escribo y pienso en bielorruso. […] Esto me puso en una posición de desigualdad ante la fiscalía. No se me dio la oportunidad de explicar a fondo mi posición, ni de impugnar esta acusación injusta y sin sentido.”
Aunque el premio Nobel de la Paz haya sido liberado, continúan presos, entre otros miembros de PEN Bielorrusia:
- Andrej Alaksandrau, periodista y poeta, fue detenido en enero de 2021 acusado de “acciones colectivas que violen gravemente el orden público”, “traición al Estado” y, como en el caso de Bialiatski, “evasión de impuestos”.
- Ihar Alinievic escribió el libro De camino a Magadán mientras estuvo preso entre 2010 y 2015 acusado de ataques incendiarios y de vandalismo; en 2020 fue detenido nuevamente y condenado por supuestos “actos de terrorismo” después de participar en las protestas pacíficas contra Lukashenko.
- Ihar Ilyash y Katsyaryna Andreeva son coautores del libro Donbás bielorruso, que documenta la participación de bielorrusos en la guerra en el oriente de Ucrania, y que fue calificado de “extremista” en 2021. Andrejeva fue apresada en 2020 y condenada a puertas cerradas por “organizar acciones que violan gravemente el orden público” y “traición al Estado”. Iljas, su marido, fue arrestado en 2024 por comentarios realizados a medios independientes y condenado por “facilitar actividades extremistas” “desacreditación de Bielorrusia”.
- El músico y letrista Dzmitryj Halavac fue arrestado junto a los miembros de su banda en 2022, luego de publicar en internet la canción Tierra Natal, y condenado por “insultar al presidente”, “crear una formación extremista” e “incitar a la discordia”.
- Aksana Juckavic, autora de poesía infantil, fue condenada a arresto domiciliario en 2023 acusada de “acciones que violan gravemente el orden público”.
- Palina Pitkievic, escritora y periodista, fue arrestada en febrero pasado por formar parte de MediaIQ, un proyecto del Club de Prensa de Bielorrusia que busca fomentar la alfabetización mediática.
- Tsina Palynskaja es autora de libros de no ficción, particularmente de historias familiares. Fue detenida en mayo de 2025 por publicaciones en redes sociales contra la guerra en Ucrania y por realizar encuestas para la Sala de Trabajo Analítica Bielorrusa, designada como “organización extremista”.
- El músico e investigador de estudios culturales Aleh Chamienka fue detenido en junio pasado por cooperar con un medio independiente bielorruso. Aún no ha sido juzgado.
- El poeta Dzianis Ivashyn fue arrestado en 2021 y condenado a 13 años por “interferir en el trabajo de un agente de policía” y “traición al Estado”. Su detención ocurrió poco después de que publicara un artículo sobre miembros de OMON, la fuerza de policía antidisturbios de Bielorrusia.
- Eduard Palcys, historiador, fue condenado a 13 años de prisión en 2021 acusado de “incitar a acciones destinadas a perjudicar la seguridad nacional de la República de Bielorrusia”.
- Valery Pazniakievic está preso hace más de un año por haber publicado poemas sociopolíticos en redes sociales. En agosto pasado se le sumó, además, una condena por “insultar al presidente”.
La lista es extensa y las acusaciones, repetidas: organizar disturbios, promover el extremismo o el terrorismo, conspirar para tomar el poder, fomentar la discordia social, evasión fiscal y otros cargos similares que, al final, no importan. No importan porque los juicios suelen ser a puertas cerradas y porque en ellos se invierte la carga de la prueba. O, mejor dicho, ni siquiera se invierte la carga de la prueba porque todos son culpables, se demuestre o no lo contrario. Y no importan porque, al final, la acusación es siempre la misma: cuestionar a un presidente que lleva más de 30 años en el poder a fuerza de una creciente represión.
Los dictadores como Lukashenko temen a todo aquello que desafíe su narrativa única, sus ideas políticas exclusivas, su identidad excluyente. Por eso PEN y otras organizaciones de derechos humanos de Bielorrusia organizan talleres, conferencias, clases y toda herramienta democrática que pueda incomodar al poder y su impuesta visión monocorde.
La literatura y todas las demás ramas del arte permiten abrirse a nuevas perspectivas, reflexionar, sentir, aprender, descubrir, confrontar lo estático y previsible para movilizar emociones, para habilitar acciones. Será por eso que a los dictadores les molesta tanto un arte sin censura. Será por eso que necesitan ver a artistas enjaulados.
Claro que es motivo de celebración que 123 presos políticos sean liberados. Pero este triunfo no puede hacer olvidar que todos ellos debieron irse del país: 113, incluyendo a Kolesnikova, fueron enviados a Ucrania; 10, incluyendo a Bialiatski, a Lituania. Nadie forzado a abandonar su tierra luego de ser perseguido políticamente es realmente libre, aunque no esté tras las rejas.
Y tampoco debe olvidarse que quedan cientos de presos políticos en Bielorrusia que el líder utiliza como instrumentos de presión y chantaje. Ni que hay un presidente al otro lado del Atlántico que parece dispuesto a ofrecer muchas, tal vez demasiadas, concesiones.
Ignacio E. HutinInvestigador AsociadoMagíster en Relaciones Internacionales (USAL, 2021), Licenciado en Periodismo (USAL, 2014) y especializado en Liderazgo en Emergencias Humanitarias (UNDEF, 2019). Es especialista en Europa Oriental, Eurasia post soviética y Balcanes y fotógrafo (ARGRA, 2009). Becado por el Estado finlandés para la realización de estudios relativos al Ártico en la Universidad de Laponia (2012). Es autor de los libros Saturno (2009), Deconstrucción: Crónicas y reflexiones desde la Europa Oriental poscomunista (2018), Ucrania/Donbass: una renovada guerra fría (2021) y Ucrania: crónica desde el frente (2021).
Ya muchos de ellos sonreían en el autobús antes de cruzar la frontera. Habían sido liberados después de años como presos políticos en Bielorrusia y ahora eran libres. O, al menos, tan libres como puede serlo un exiliado que no sabe cuándo regresará a su tierra, si es que algún día podrá hacerlo. Son 123 personas en total: activistas políticos, escritores, periodistas. Hombres y mujeres cuyo crimen fue cuestionar a Aleksandr Lukashenko, el todopoderoso mandamás que gobierna desde 1994, que este año ganó sus séptimas elecciones consecutivas, una vez más, con una oposición restringida, exiliada o presa.
Entre los recientemente liberados están Ales Bialiatski, defensor de los derechos humanos y premio Nobel de la Paz en 2022, condenado por supuesta evasión fiscal; el ex candidato presidencial Viktor Babaryka; Maria Kolesnikova, jefa de campaña de Babaryka, primero, y de la ahora exiliada también ex candidata Svetlana Tijanovskaya; y Maksim Znak, abogado de Babaryka y Tijanovskaya. Ellos, al igual que la gran mayoría de los restantes liberados, fueron detenidos poco antes o poco después de las elecciones de 2020.
Aquel fue el año en el que la represión en Bielorrusia aumentó exponencialmente, cuando las protestas por el fraude electoral fueron acalladas con más 30 mil arrestos, al menos 8 asesinatos, y más de mil casos de tortura en centros de detención. Desde entonces, la Unión Europea y Estados Unidos, entre otros, no reconocen a Lukashenko como presidente legítimo y el bielorruso se ha visto forzado a apoyarse más que nunca en su principal aliado. Cuando dos años después el ruso Vladimir Putin le solicitó apoyo en el marco de su invasión a Ucrania, Lukashenko devolvió el favor. Claro que eso le costó sanciones y un mayor aislamiento internacional que hoy, gracias a Donald Trump, empieza a romperse.
Fue justamente un enviado del presidente estadounidense quien negoció la liberación de presos políticos a cambio de que se levantaran sanciones a ciertos productos bielorrusos de exportación. Además, la distensión diplomática promovida por Washington implica un reconocimiento de facto a la autoridad de Lukashenko, decisión contraria a la política de aislamiento que promueve la Unión Europea.
Pero este acercamiento no significa que la situación general en Bielorrusia vaya a cambiar. Según el Centro de Derechos Humanos Viasna, fundado por Bialiatski, aún hay más de 1100 presos políticos en el país. En la tierra de Lukashenko se acumulan las denuncias sin fundamentos y las condenas arbitrarias contra quienquiera que cuestione al líder. Y el líder se ensaña particularmente contra los actores de la cultura, aquellos que promuevan la identidad local que él tanto parece denostar. Actualmente, hay 31 escritores detenidos y más de 250 libros han sido prohibidos, designados como “materiales extremistas”, tan sólo desde 2020.
Escritores detenidos y la censura como arma
En 1989, poco antes de la disolución de la Unión Soviética y de la independencia de Bielorrusia, nació la rama local de PEN International, una asociación mundial fundada en Londres en 1921 para promover la amistad y la cooperación intelectual entre escritores de todo el mundo. PEN es la sigla de Poetas, Ensayistas, Novelistas, aunque la organización incorpora a todo tipo de trabajadores de las letras. Ya en tiempos de transición, de recuperación democrática e independencia, PEN Bielorrusia promovió la defensa de los derechos humanos, la libertad de expresión y la preservación de una identidad local que reemergía después de la larga noche de represión soviética.
Entonces llegó Lukashenko. Asumió la presidencia en 1994, recuperó la bandera y el escudo de la república socialista soviética y se consolidó como una figura de poder incuestionable a fuerza de censura y creciente opresión. Casi con desprecio por su propio país y por su historia, restringió el uso del idioma bielorruso y persiguió a quienes lo utilizaran, entre ellos, a escritores.
Entre los miembros de PEN aparece Bialiatski. El juicio en su contra de 2023 fue descrito como “una farsa” por Amnistía Internacional y como “injusto” y “arbitrario” por Human Rights Watch. En su última declaración ante el tribunal, tras dos años detenido sin condena, el escritor y activista político dijo: “La fiscalía y el tribunal se negaron categóricamente a hablar bielorruso, a pesar de que yo, como acusado, soy una persona de habla bielorrusa en mi vida diaria. Hablo, escribo y pienso en bielorruso. […] Esto me puso en una posición de desigualdad ante la fiscalía. No se me dio la oportunidad de explicar a fondo mi posición, ni de impugnar esta acusación injusta y sin sentido.”
Aunque el premio Nobel de la Paz haya sido liberado, continúan presos, entre otros miembros de PEN Bielorrusia:
- Andrej Alaksandrau, periodista y poeta, fue detenido en enero de 2021 acusado de “acciones colectivas que violen gravemente el orden público”, “traición al Estado” y, como en el caso de Bialiatski, “evasión de impuestos”.
- Ihar Alinievic escribió el libro De camino a Magadán mientras estuvo preso entre 2010 y 2015 acusado de ataques incendiarios y de vandalismo; en 2020 fue detenido nuevamente y condenado por supuestos “actos de terrorismo” después de participar en las protestas pacíficas contra Lukashenko.
- Ihar Ilyash y Katsyaryna Andreeva son coautores del libro Donbás bielorruso, que documenta la participación de bielorrusos en la guerra en el oriente de Ucrania, y que fue calificado de “extremista” en 2021. Andrejeva fue apresada en 2020 y condenada a puertas cerradas por “organizar acciones que violan gravemente el orden público” y “traición al Estado”. Iljas, su marido, fue arrestado en 2024 por comentarios realizados a medios independientes y condenado por “facilitar actividades extremistas” “desacreditación de Bielorrusia”.
- El músico y letrista Dzmitryj Halavac fue arrestado junto a los miembros de su banda en 2022, luego de publicar en internet la canción Tierra Natal, y condenado por “insultar al presidente”, “crear una formación extremista” e “incitar a la discordia”.
- Aksana Juckavic, autora de poesía infantil, fue condenada a arresto domiciliario en 2023 acusada de “acciones que violan gravemente el orden público”.
- Palina Pitkievic, escritora y periodista, fue arrestada en febrero pasado por formar parte de MediaIQ, un proyecto del Club de Prensa de Bielorrusia que busca fomentar la alfabetización mediática.
- Tsina Palynskaja es autora de libros de no ficción, particularmente de historias familiares. Fue detenida en mayo de 2025 por publicaciones en redes sociales contra la guerra en Ucrania y por realizar encuestas para la Sala de Trabajo Analítica Bielorrusa, designada como “organización extremista”.
- El músico e investigador de estudios culturales Aleh Chamienka fue detenido en junio pasado por cooperar con un medio independiente bielorruso. Aún no ha sido juzgado.
- El poeta Dzianis Ivashyn fue arrestado en 2021 y condenado a 13 años por “interferir en el trabajo de un agente de policía” y “traición al Estado”. Su detención ocurrió poco después de que publicara un artículo sobre miembros de OMON, la fuerza de policía antidisturbios de Bielorrusia.
- Eduard Palcys, historiador, fue condenado a 13 años de prisión en 2021 acusado de “incitar a acciones destinadas a perjudicar la seguridad nacional de la República de Bielorrusia”.
- Valery Pazniakievic está preso hace más de un año por haber publicado poemas sociopolíticos en redes sociales. En agosto pasado se le sumó, además, una condena por “insultar al presidente”.
La lista es extensa y las acusaciones, repetidas: organizar disturbios, promover el extremismo o el terrorismo, conspirar para tomar el poder, fomentar la discordia social, evasión fiscal y otros cargos similares que, al final, no importan. No importan porque los juicios suelen ser a puertas cerradas y porque en ellos se invierte la carga de la prueba. O, mejor dicho, ni siquiera se invierte la carga de la prueba porque todos son culpables, se demuestre o no lo contrario. Y no importan porque, al final, la acusación es siempre la misma: cuestionar a un presidente que lleva más de 30 años en el poder a fuerza de una creciente represión.
Los dictadores como Lukashenko temen a todo aquello que desafíe su narrativa única, sus ideas políticas exclusivas, su identidad excluyente. Por eso PEN y otras organizaciones de derechos humanos de Bielorrusia organizan talleres, conferencias, clases y toda herramienta democrática que pueda incomodar al poder y su impuesta visión monocorde.
La literatura y todas las demás ramas del arte permiten abrirse a nuevas perspectivas, reflexionar, sentir, aprender, descubrir, confrontar lo estático y previsible para movilizar emociones, para habilitar acciones. Será por eso que a los dictadores les molesta tanto un arte sin censura. Será por eso que necesitan ver a artistas enjaulados.
Claro que es motivo de celebración que 123 presos políticos sean liberados. Pero este triunfo no puede hacer olvidar que todos ellos debieron irse del país: 113, incluyendo a Kolesnikova, fueron enviados a Ucrania; 10, incluyendo a Bialiatski, a Lituania. Nadie forzado a abandonar su tierra luego de ser perseguido políticamente es realmente libre, aunque no esté tras las rejas.
Y tampoco debe olvidarse que quedan cientos de presos políticos en Bielorrusia que el líder utiliza como instrumentos de presión y chantaje. Ni que hay un presidente al otro lado del Atlántico que parece dispuesto a ofrecer muchas, tal vez demasiadas, concesiones.



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