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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Ni sueños ni utopías: los derechos humanos en la arena internacional, un objetivo posible
Quedó claro, tanto en el libro como en la charla, la distancia entre la defensa de los derechos humanos en un plano meramente discursivo, del que se llenan la boca incluso las dictaduras más groseras y perversas, y la verdadera puesta en práctica de esos valores. Se trata entonces de que los gobiernos democráticos y respetuosos en gran medida de los derechos humanos ejerzan una influencia activa sobre los más violentos. Lo cual, hasta el momento, solo sucede con cuentagotas.Por Ramiro Pellet Lastra
Reducida a la mínima expresión por otros intereses presuntamente más urgentes y realistas, cuando no ignorados o incluso manipulados, la defensa de los derechos humanos sobrevive como puede en la compleja red de las relaciones internacionales. ¿Pero cómo hacerlos valer y situarlos en una posición de prioridad absoluta en las agendas de las relaciones exteriores de los gobiernos?
Hacia esa cumbre lejana se encaminan los ensayos del nuevo libro de CADAL, “Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior”, una obra esencial en la materia que ofrece una mirada profunda y accesible sobre el tema, y que más que teorías abstractas brinda casos y ejemplos para avanzar en esa dirección.
Así lo vieron también los especialistas que tomaron parte de la presentación de la obra, que tuvo lugar mediante un panel virtual que vinculó la intervención de invitados de la Argentina, Chile, Cuba, México y otros países.
“Este libro es un resumen del trabajo de todos estos años en los cuales CADAL trabaja tan intensamente con el tema de los derechos humanos en el contexto internacional y en la política exterior”, dijo Olaf Jacob, representante de la Fundación Konrad Adenauer, coeditora de la obra.
Quedó claro, tanto en el libro como en la charla, la distancia entre la defensa de los derechos humanos en un plano meramente discursivo, del que se llenan la boca incluso las dictaduras más groseras y perversas, y la verdadera puesta en práctica de esos valores.
El punto de partida
“El ideal de derechos humanos que poco a poco se ha ido extendiendo durante estas décadas sigue siendo eso, una tarea en proceso, pendiente. No podemos pensar en ningún país en el mundo en el que no haya problemas de derechos humanos, en el que no haya violaciones a los derechos humanos. Ese es el punto de partida”, dijo el analista mexicano Alejandro Anaya Muñoz, autor de varios libros y coordinador de una maestría en Derechos Humanos.
Con los ojos bien abiertos, las organizaciones de derechos humanos y demás actores comprometidos deben estar atentos para actuar, dijo Anaya Muñoz, ya no solo contra la activa violación de los derechos humanos, como las dictaduras, sino contra la displicente indiferencia de otros gobiernos ante las aberraciones que suceden en su propio territorio, y de las que hacen deliberadamente la vista gorda.
Los actores de la sociedad civil deben ser, según dijo el experto mexicano, “contrapesos a esos actores que violan los derechos humanos, porque sin mecanismos de rendición de cuentas no va a cambiar nada”.
Anaya Muñoz destacó que “las dinámicas de influencia internacionales siguen siendo centrales”, sobre todo en contextos en que las elites en el poder de determinados estados son tan poderosas que “los promotores de derechos humanos no tienen suficiente poder para influir en la situación como quisieran”.
Se trata entonces de que los gobiernos democráticos y respetuosos en gran medida de los derechos humanos ejerzan una influencia activa sobre los más violentos. Lo cual, hasta el momento, solo sucede con cuentagotas.
¿Cómo lograr esta cuadratura del círculo, este sueño de que los gobiernos no privilegien las relaciones económicas, geopolíticas e ideológicas por sobre los derechos humanos en su política exterior?, se preguntaron los analistas. ¿Será que el hilo siempre se corta por lo más fino?
“El libro presenta no solo un argumento a favor de las políticas exteriores comprometidas, valientes, sino un llamado a las sociedades de América Latina para que demandemos, exijamos, pongamos en la agenda de nuestros países salir de la indiferencia. Empujar a nuestros estados para que no tengan dobles estándares”, dijo Anaya Muñoz.
¿Pura espuma?
“Hay muchas razones para ser pesimistas, muchos problemas para enfrentar, y creo que hablar de derechos humanos sin hablar de los problemas y las dificultades no tiene mucho sentido, es pura espuma, no es tan serio”, dijo Sybil Rhodes, presidente de CADAL y también coautora del libro con un ensayo sobre la libertad de movimiento en la era de la pandemia, donde a menudo se confundieron las verdaderas necesidades de salud con la mera pulsión de poder.
Pero ser activista social y bajar los brazos es casi un contrasentido, y así lo demostraron los analistas en su presentación, que desarrollaron el asunto con el debido realismo como puerta de entrada a soluciones igualmente realistas y factibles. Nunca sencillas, pero factibles.
Hubo una coincidencia entre los panelistas en trabajar por desarmar la trampa de la ideología. Una trampa que hace que los gobiernos de la región a menudo denuncien a otros gobiernos de signo ideológico distinto, mientras cubren con un manto de piedad a sus semejantes. A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia.
“La clave es eso, tratar de lograr más consenso sobre algunas cosas básicas donde pueden estar de acuerdo gente de centroizquierda, centroderecha, libertarios”, todos sin distinción irreductible de banderas, dijo Rhodes.
La nueva utopía
Otra herramienta la dio el cubano Manuel Cuesta Morúa, en su presentación por video. Con un enorme ejercicio de imaginación, dijo que Cuba debería transformarse, llegado el día, en un faro de los derechos humanos, en un activo defensor de las libertades en el mundo. Algunos países de hecho ya lo están haciendo, subrayó.
¿Pero cómo pasar de violador serial de los derechos humanos a un promotor de esos mismos valores? Sin duda no con el sistema vigente. Pero habrá democracia, y es bueno comenzar a ver, como demostró Cuesta Morúa, lo que hay por ganar si además se asume ese enfoque internacional.
“Lo esencial es la vinculación entre un principio de realismo entre las relaciones exteriores de cualquier nación y un principio de las utopías, las de los derechos humanos. Vincularlos es un desafío. Es en la realidad donde se mide el compromiso con los derechos humanos, y nosotros los cubanos estamos obligados a ese compromiso”, señaló.
“La utopía que una vez fue de Cuba como faro de cualquier cosa, ahora podríamos y deberíamos realizarla convirtiendo a Cuba en un faro de los derechos humanos”, dijo el historiador, que por su activismo suele pasar bastante tiempo detenido por los carceleros del régimen.
Sobre el terreno
Quizás no sea al fin de cuentas una utopía, sino una política al alcance de la mano. Otra coincidencia entre los panelistas fue que, dado el prestigio que confiere la defensa de los derechos humanos, asumir una posición de liderazgo en ese sentido fortalece la credibilidad de los estados comprometidos. La “espuma” que decía Rhodes, en efecto, más pronto que tarde termina bajando y todo vuelve a la misma chatura de siempre. Hay que actuar.
Un verdadero activismo se deja ver por sí mismo y sobrevive a cualquier adversidad, dijeron los panelistas. Fue el ejemplo de la ex canciller chilena Soledad Alvear, también presente en el panel y un caso testigo de cómo la defensa de los derechos humanos no tiene por qué viajar en el asiento de atrás de las relaciones internacionales, como el rasgo secundario y decorativo que algunos le dan.
“Muchas veces estos factores entran en colisión”, dijo Alvear sobre la diversidad de intereses en juego. Pero con esfuerzo y audacia el gobierno chileno logró articular, a comienzos de 2003, dos objetivos dispares.
“Estábamos en una negociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos, y aun cuando poníamos en riesgo ese tratado hicimos un trabajo para decir ‘no’ a la guerra de Irak. Luego logramos que se firmara ese tratado”, recordó sobre las negociaciones que condujo paralelamente al frente de las relaciones exteriores de su país.
Alvear le dio crédito también al gobierno de México, con el que trabajaron “todos los días” durante esos tensos días de oposición a una intervención armada que Estados Unidos presentaba como imprescindible. Fue todo fruto del esfuerzo, la coordinación, el coraje y, desde luego, la prioridad a los derechos humanos.
Ramiro Pellet LastraCoordinador EditorialPeriodista y escritor. Graduado en Comunicación Social y Periodismo en la Universidad del Salvador, con un posgrado en Relaciones Internacionales en la Universidad de Belgrano. Su experiencia en periodismo incluye la Agencia France Presse -en la sede regional para América Latina de Montevideo-, así como las secciones Cultura y Mundo del diario La Nación. Como autor publicó las novelas No va más, El legado del Inca y La noche triste de Gardel.
Reducida a la mínima expresión por otros intereses presuntamente más urgentes y realistas, cuando no ignorados o incluso manipulados, la defensa de los derechos humanos sobrevive como puede en la compleja red de las relaciones internacionales. ¿Pero cómo hacerlos valer y situarlos en una posición de prioridad absoluta en las agendas de las relaciones exteriores de los gobiernos?
Hacia esa cumbre lejana se encaminan los ensayos del nuevo libro de CADAL, “Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior”, una obra esencial en la materia que ofrece una mirada profunda y accesible sobre el tema, y que más que teorías abstractas brinda casos y ejemplos para avanzar en esa dirección.
Así lo vieron también los especialistas que tomaron parte de la presentación de la obra, que tuvo lugar mediante un panel virtual que vinculó la intervención de invitados de la Argentina, Chile, Cuba, México y otros países.
“Este libro es un resumen del trabajo de todos estos años en los cuales CADAL trabaja tan intensamente con el tema de los derechos humanos en el contexto internacional y en la política exterior”, dijo Olaf Jacob, representante de la Fundación Konrad Adenauer, coeditora de la obra.
Quedó claro, tanto en el libro como en la charla, la distancia entre la defensa de los derechos humanos en un plano meramente discursivo, del que se llenan la boca incluso las dictaduras más groseras y perversas, y la verdadera puesta en práctica de esos valores.
El punto de partida
“El ideal de derechos humanos que poco a poco se ha ido extendiendo durante estas décadas sigue siendo eso, una tarea en proceso, pendiente. No podemos pensar en ningún país en el mundo en el que no haya problemas de derechos humanos, en el que no haya violaciones a los derechos humanos. Ese es el punto de partida”, dijo el analista mexicano Alejandro Anaya Muñoz, autor de varios libros y coordinador de una maestría en Derechos Humanos.
Con los ojos bien abiertos, las organizaciones de derechos humanos y demás actores comprometidos deben estar atentos para actuar, dijo Anaya Muñoz, ya no solo contra la activa violación de los derechos humanos, como las dictaduras, sino contra la displicente indiferencia de otros gobiernos ante las aberraciones que suceden en su propio territorio, y de las que hacen deliberadamente la vista gorda.
Los actores de la sociedad civil deben ser, según dijo el experto mexicano, “contrapesos a esos actores que violan los derechos humanos, porque sin mecanismos de rendición de cuentas no va a cambiar nada”.
Anaya Muñoz destacó que “las dinámicas de influencia internacionales siguen siendo centrales”, sobre todo en contextos en que las elites en el poder de determinados estados son tan poderosas que “los promotores de derechos humanos no tienen suficiente poder para influir en la situación como quisieran”.
Se trata entonces de que los gobiernos democráticos y respetuosos en gran medida de los derechos humanos ejerzan una influencia activa sobre los más violentos. Lo cual, hasta el momento, solo sucede con cuentagotas.
¿Cómo lograr esta cuadratura del círculo, este sueño de que los gobiernos no privilegien las relaciones económicas, geopolíticas e ideológicas por sobre los derechos humanos en su política exterior?, se preguntaron los analistas. ¿Será que el hilo siempre se corta por lo más fino?
“El libro presenta no solo un argumento a favor de las políticas exteriores comprometidas, valientes, sino un llamado a las sociedades de América Latina para que demandemos, exijamos, pongamos en la agenda de nuestros países salir de la indiferencia. Empujar a nuestros estados para que no tengan dobles estándares”, dijo Anaya Muñoz.
¿Pura espuma?
“Hay muchas razones para ser pesimistas, muchos problemas para enfrentar, y creo que hablar de derechos humanos sin hablar de los problemas y las dificultades no tiene mucho sentido, es pura espuma, no es tan serio”, dijo Sybil Rhodes, presidente de CADAL y también coautora del libro con un ensayo sobre la libertad de movimiento en la era de la pandemia, donde a menudo se confundieron las verdaderas necesidades de salud con la mera pulsión de poder.
Pero ser activista social y bajar los brazos es casi un contrasentido, y así lo demostraron los analistas en su presentación, que desarrollaron el asunto con el debido realismo como puerta de entrada a soluciones igualmente realistas y factibles. Nunca sencillas, pero factibles.
Hubo una coincidencia entre los panelistas en trabajar por desarmar la trampa de la ideología. Una trampa que hace que los gobiernos de la región a menudo denuncien a otros gobiernos de signo ideológico distinto, mientras cubren con un manto de piedad a sus semejantes. A los amigos, todo; a los enemigos, ni justicia.
“La clave es eso, tratar de lograr más consenso sobre algunas cosas básicas donde pueden estar de acuerdo gente de centroizquierda, centroderecha, libertarios”, todos sin distinción irreductible de banderas, dijo Rhodes.
La nueva utopía
Otra herramienta la dio el cubano Manuel Cuesta Morúa, en su presentación por video. Con un enorme ejercicio de imaginación, dijo que Cuba debería transformarse, llegado el día, en un faro de los derechos humanos, en un activo defensor de las libertades en el mundo. Algunos países de hecho ya lo están haciendo, subrayó.
¿Pero cómo pasar de violador serial de los derechos humanos a un promotor de esos mismos valores? Sin duda no con el sistema vigente. Pero habrá democracia, y es bueno comenzar a ver, como demostró Cuesta Morúa, lo que hay por ganar si además se asume ese enfoque internacional.
“Lo esencial es la vinculación entre un principio de realismo entre las relaciones exteriores de cualquier nación y un principio de las utopías, las de los derechos humanos. Vincularlos es un desafío. Es en la realidad donde se mide el compromiso con los derechos humanos, y nosotros los cubanos estamos obligados a ese compromiso”, señaló.
“La utopía que una vez fue de Cuba como faro de cualquier cosa, ahora podríamos y deberíamos realizarla convirtiendo a Cuba en un faro de los derechos humanos”, dijo el historiador, que por su activismo suele pasar bastante tiempo detenido por los carceleros del régimen.
Sobre el terreno
Quizás no sea al fin de cuentas una utopía, sino una política al alcance de la mano. Otra coincidencia entre los panelistas fue que, dado el prestigio que confiere la defensa de los derechos humanos, asumir una posición de liderazgo en ese sentido fortalece la credibilidad de los estados comprometidos. La “espuma” que decía Rhodes, en efecto, más pronto que tarde termina bajando y todo vuelve a la misma chatura de siempre. Hay que actuar.
Un verdadero activismo se deja ver por sí mismo y sobrevive a cualquier adversidad, dijeron los panelistas. Fue el ejemplo de la ex canciller chilena Soledad Alvear, también presente en el panel y un caso testigo de cómo la defensa de los derechos humanos no tiene por qué viajar en el asiento de atrás de las relaciones internacionales, como el rasgo secundario y decorativo que algunos le dan.
“Muchas veces estos factores entran en colisión”, dijo Alvear sobre la diversidad de intereses en juego. Pero con esfuerzo y audacia el gobierno chileno logró articular, a comienzos de 2003, dos objetivos dispares.
“Estábamos en una negociación del tratado de libre comercio con Estados Unidos, y aun cuando poníamos en riesgo ese tratado hicimos un trabajo para decir ‘no’ a la guerra de Irak. Luego logramos que se firmara ese tratado”, recordó sobre las negociaciones que condujo paralelamente al frente de las relaciones exteriores de su país.
Alvear le dio crédito también al gobierno de México, con el que trabajaron “todos los días” durante esos tensos días de oposición a una intervención armada que Estados Unidos presentaba como imprescindible. Fue todo fruto del esfuerzo, la coordinación, el coraje y, desde luego, la prioridad a los derechos humanos.