Artículos
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Venezuela y el «Efecto Sartre»
En su ensayo «La rebeldía más allá de la izquierda: Un enfoque postideológico para la transición democrática en Venezuela» (Náufrago de Itaca, ediciones, 2021), Uzcátegui no se propone denunciar una vez más el estado alarmante de atropellos a los derechos humanos en su país, sino a tratar de entender por qué motivo este estado de lo injusto es negado por el amplio espectro del progresismo.Por Rubén Chababo
Hace muchos años atrás, Tzvetan Todorov acuñó una distinción sumamente útil acerca de dos tipos diferentes de memorias. Todorov plantea que existe una clase de memoria a la que él llama literal, es decir, caracterizada por hacer una evocación del pasado de manera repetitiva, ritualizada, que es la que caracteriza a las memorias que pueblan el calendario cívico y escolar de la mayoría de los países del mundo. En cambio, dice Todorov, existe otra clase de memoria, que se diferencia radicalmente de ésta, por su eficacia, por su gran capacidad para producir cambios y transformaciones en el presente. Se trata de la que el denomina, memoria ejemplar. ¿Y en qué consiste esta clase de memoria? Pues bien, dice Todorov: en volver al pasado, al ayer lejano o cercano, para formularle preguntas pero obligando a quien emprende este regreso a estar dispuesto a que las respuestas no sean necesariamente aquellas que imaginaba encontrar.
El pasado así evocado tiene un valor destacable, por su carácter magisterial. Esto quiere decir que cuando se apela a la memoria ejemplar y no a la literal el ayer puede brindarnos enseñanzas de gran utilidad para este presente y no ser, como tantas veces lo es, un mero decorado de historias lejanas.
Rafael Uzcátegui ha seguido la lección de Todorov para hablar de Venezuela, su país, el lugar donde ha nacido y adonde le ha tocado ser protagonista de una deriva histórica sumamente singular, aquella que tiene lugar en el pasaje que va de un país, el más estable de América latina a lo largo del siglo XX, a la nación que hoy dirime su vida social, política, económica y cultural bajo un régimen autocrático inaugurado por Hugo Chávez y continuado por su sucesor, Nicolás Maduro. Un país en el que no solo ha aumentado de manera escandalosa la pobreza y la violencia sino donde el campo de las libertades individuales y públicas ha sido y sigue siendo violentamente vulnerado como ha quedado plasmado en las páginas de tantos informes de agencias nacionales e internacionales.
En su ensayo “La rebeldía más allá de la izquierda: Un enfoque postideológico para la transición democrática en Venezuela” (Náufrago de Itaca, ediciones, 2021), Uzcátegui no se propone denunciar una vez más el estado alarmante de atropellos a los derechos humanos en su país, sino a tratar de entender por qué motivo este estado de lo injusto es negado por el amplio espectro del progresismo, y por qué motivo, estos atropellos a la dignidad humana, en absoluto diferentes a los que tantas veces ocurren bajo otros regímenes liberales de la región, no son objeto de observación crítica alguna. “¿Por qué un manifestante asesinado por la policía en Venezuela duele menos que otro protestante baleado en otro país? ¿Qué elementos políticos, culturales, sociales y hasta psicológicos han roto aquel pacto internacionalista tácito de solidaridad con quienes vivimos en esta ribera del Atraica tricolor? ¿Cómo se puede explicar la complacencia con un gobierno que obliga a sus habitantes a irse, literalmente caminando, a otro país en búsqueda de un futuro?, se pregunta Uzcátegui.
Responder a estas preguntas, tratando de no caer en explicaciones ya ensayadas, le permite encontrar en una escena del pasado intelectual europeo, una posible vía de análisis. Y esa escena no es otra que el debate que sostuvieron Jean Paul Sartre y Albert Camus en los años inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra en las páginas de la Revista Los tiempos modernos y que tuvo a los campos de concentración soviéticos como centro medular de esa discusión.
Acaso hoy pocos lo recuerdan, pero esa disputa entre los dos intelectuales más sobresalientes de la escena europea de los años cincuenta tuvo su origen en las páginas de El hombre rebelde de Albert Camus un texto que arroja una mirada crítica a la vez que una advertencia acerca de los peligros que suponen las derivas autoritarias del proyecto revolucionario, en este caso, el soviético. Ideas que ya Camus había expresado en su obra teatral Los justos, escrita a finales de 1949, donde aborda el tema de la justificación de la violencia.
Los postulados de Camus fueron duramente cuestionados desde las páginas de Los tiempos modernos en la firma de uno de los integrantes del círculo sartreano, Francis Jeanson, iniciándose de ese modo un cisma entre el autor de La peste y el círculo de intelectuales más cercanos a Sartre, algo que quedó reflejado en textos que desde aquel momento y hasta el día de hoy siguen evocando esa instancia clave del pensamiento respecto a los fines y a los medios que se despliegan en torno a todo proceso revolucionario, pero aún más, en torno al modo en que muchos intelectuales claudican al suspender el juicio crítico si es su propia ideología o la acción de los suyos quienes vulneran derechos y garantías consagradas.
Como bien dice Uzcátegui: “ (…) aquella discusión revelaba, en toda su crudeza, la lógica del pensamiento y la acción que delimitó a buena parte de la izquierda, así como el sentido de sus solidaridades y omisiones resumidas en un término: el Efecto Sartre (…) que no es otra cosa que la conducta de una persona que olvida, conscientemente sus principios éticos y políticos en el mismo momento que dice ratificarlos(…) es un doble movimiento de afirmación y negación que, sin embargo, no es vivido como una contradicción. (…) Sartre, que presumía de su activismo político y la corrección moral como nadie más, manipulaba, mentía y silenciaba los asuntos que eran incómodos o contradictorios sobre las causas con las que se identificaba”.
Uzcátegui identifica que esa clara actitud de hipocresía intelectual fue una y otra vez encarnada por tantos intelectuales progresistas en las sucesivas décadas del XX y que es la misma actitud que se manifiesta hoy frente a Venezuela, un régimen que, a pesar de las evidencias, logra quedar resguardado de la mirada crítica y hasta es saludado como ejemplo por un número nada despreciable de integrantes del mundo del pensamiento progresista. Con sus singularidades, una situación nada diferente a la que ocurre en relación al gobierno de Ortega-Murillo en Nicaragua o al de Díaz Canel en Cuba, regímenes nunca considerados autoritarios ni mucho menos calificados como dictaduras a pesar de tratarse de administraciones políticas que han hecho y hacen un uso abusivo del poder.
Así, y tal como lo propone Uzcátegui, el efecto Sartre ha sido funcional al régimen venezolano al blindarlo de opiniones críticas, especialmente en los espacios culturales y académicos progresistas, lugares donde rara vez se elevan voces que alerten o denuncien el crítico estado de situación de la vida bajo el régimen de Maduro ahora, y antes de Hugo Chávez.
El ensayo de Uzcátegui encuentra, memoria ejemplar mediante, en ese episodio originario de la escena intelectual de los años 50, una forma de entender lo que de manera inaudita sucede en este presente en el que buena parte del campo intelectual consolida su alineamiento ideológico aún sabiendo que la realidad es trágicamente diferente a que aquella que se enuncia desde las tribunas militantes. En palabras del cubano Armando Chaguaceda se trata de la puesta en práctica de la ceguera voluntaria, es decir, una decisión absolutamente consciente de negarse a reconocer lo evidente. Si en la primera mitad del siglo XX fue el Gulag soviético y la destrucción sistemática de la vida de millones de personas, en el presente esa ceguera voluntaria es la que evita reconocer las ejecuciones extrajudiciales, la censura, el presidio por razones políticas, la tortura, la condena al exilio y la agudización de la deriva autoritaria por parte de esta clase de regímenes políticos.
Entre aquellos lejanos 50 y estas primeras décadas del nuevo milenio, muchos hubiéramos querido que la memoria hubiera verdaderamente oficiado de frontera contra la repetición de lo injusto (lo que ayer sucedió y no debió suceder, no debiera tener lugar en este presente porque supuestamente aprendimos las lecciones del pasado). Pero eso no ha sucedido, y las páginas de este libro son la más dura evidencia de que así como en ese lejano ayer parisino la voz que se alzó para advertir el dolor no solo no fue escuchada, sino que además fue duramente atacada, algo no muy diferente ocurre hoy, en este presente, con quienes se atreven a decir lo que no desea ser escuchado por aquellos que siguen, desde la comodidad de sus trincheras letradas, repitiendo como un salmo, su defensa incondicional al proyecto bolivariano, sin importar los heridos, los encarcelados, los muertos y los humillados sobre los que ese proyecto emancipador se ha construido y se sostiene. Se trata, en definitiva, y como lo explica Uzcátegui, del Efecto Sartre. Denunciarlo y desmontarlo es una de las tareas a las que todos debiéramos abocarnos si de verdad deseamos para Venezuela y para nuestros países la vigencia y el respeto, sin condición mediante, de los Derechos humanos.
Rubén ChababoConsejero AcadémicoProfesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario donde dicta anualmente el Seminario sobre Memoria y Derechos Humanos. Es docente y miembro del Consejo académico de la Maestría de Estudios Culturales dependiente de la Universidad Nacional de Rosario y fue integrante del Consejo Asesor Internacional del Centro Nacional de Memoria Histórica de Bogotá (Colombia). Ha dictado cursos y conferencias en diferentes universidades nacionales y extranjeras en torno a los dilemas de la memoria en la escena contemporánea. Entre 2002 y 2014 fue Director del Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario, una de las primeras instituciones museológicas dedicadas a abordar el tema del Terrorismo de Estado en la Argentina. Se desempeñó también como Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario. Es Director del Museo Internacional para la Democracia.
Hace muchos años atrás, Tzvetan Todorov acuñó una distinción sumamente útil acerca de dos tipos diferentes de memorias. Todorov plantea que existe una clase de memoria a la que él llama literal, es decir, caracterizada por hacer una evocación del pasado de manera repetitiva, ritualizada, que es la que caracteriza a las memorias que pueblan el calendario cívico y escolar de la mayoría de los países del mundo. En cambio, dice Todorov, existe otra clase de memoria, que se diferencia radicalmente de ésta, por su eficacia, por su gran capacidad para producir cambios y transformaciones en el presente. Se trata de la que el denomina, memoria ejemplar. ¿Y en qué consiste esta clase de memoria? Pues bien, dice Todorov: en volver al pasado, al ayer lejano o cercano, para formularle preguntas pero obligando a quien emprende este regreso a estar dispuesto a que las respuestas no sean necesariamente aquellas que imaginaba encontrar.
El pasado así evocado tiene un valor destacable, por su carácter magisterial. Esto quiere decir que cuando se apela a la memoria ejemplar y no a la literal el ayer puede brindarnos enseñanzas de gran utilidad para este presente y no ser, como tantas veces lo es, un mero decorado de historias lejanas.
Rafael Uzcátegui ha seguido la lección de Todorov para hablar de Venezuela, su país, el lugar donde ha nacido y adonde le ha tocado ser protagonista de una deriva histórica sumamente singular, aquella que tiene lugar en el pasaje que va de un país, el más estable de América latina a lo largo del siglo XX, a la nación que hoy dirime su vida social, política, económica y cultural bajo un régimen autocrático inaugurado por Hugo Chávez y continuado por su sucesor, Nicolás Maduro. Un país en el que no solo ha aumentado de manera escandalosa la pobreza y la violencia sino donde el campo de las libertades individuales y públicas ha sido y sigue siendo violentamente vulnerado como ha quedado plasmado en las páginas de tantos informes de agencias nacionales e internacionales.
En su ensayo “La rebeldía más allá de la izquierda: Un enfoque postideológico para la transición democrática en Venezuela” (Náufrago de Itaca, ediciones, 2021), Uzcátegui no se propone denunciar una vez más el estado alarmante de atropellos a los derechos humanos en su país, sino a tratar de entender por qué motivo este estado de lo injusto es negado por el amplio espectro del progresismo, y por qué motivo, estos atropellos a la dignidad humana, en absoluto diferentes a los que tantas veces ocurren bajo otros regímenes liberales de la región, no son objeto de observación crítica alguna. “¿Por qué un manifestante asesinado por la policía en Venezuela duele menos que otro protestante baleado en otro país? ¿Qué elementos políticos, culturales, sociales y hasta psicológicos han roto aquel pacto internacionalista tácito de solidaridad con quienes vivimos en esta ribera del Atraica tricolor? ¿Cómo se puede explicar la complacencia con un gobierno que obliga a sus habitantes a irse, literalmente caminando, a otro país en búsqueda de un futuro?, se pregunta Uzcátegui.
Responder a estas preguntas, tratando de no caer en explicaciones ya ensayadas, le permite encontrar en una escena del pasado intelectual europeo, una posible vía de análisis. Y esa escena no es otra que el debate que sostuvieron Jean Paul Sartre y Albert Camus en los años inmediatamente posteriores al fin de la Segunda Guerra en las páginas de la Revista Los tiempos modernos y que tuvo a los campos de concentración soviéticos como centro medular de esa discusión.
Acaso hoy pocos lo recuerdan, pero esa disputa entre los dos intelectuales más sobresalientes de la escena europea de los años cincuenta tuvo su origen en las páginas de El hombre rebelde de Albert Camus un texto que arroja una mirada crítica a la vez que una advertencia acerca de los peligros que suponen las derivas autoritarias del proyecto revolucionario, en este caso, el soviético. Ideas que ya Camus había expresado en su obra teatral Los justos, escrita a finales de 1949, donde aborda el tema de la justificación de la violencia.
Los postulados de Camus fueron duramente cuestionados desde las páginas de Los tiempos modernos en la firma de uno de los integrantes del círculo sartreano, Francis Jeanson, iniciándose de ese modo un cisma entre el autor de La peste y el círculo de intelectuales más cercanos a Sartre, algo que quedó reflejado en textos que desde aquel momento y hasta el día de hoy siguen evocando esa instancia clave del pensamiento respecto a los fines y a los medios que se despliegan en torno a todo proceso revolucionario, pero aún más, en torno al modo en que muchos intelectuales claudican al suspender el juicio crítico si es su propia ideología o la acción de los suyos quienes vulneran derechos y garantías consagradas.
Como bien dice Uzcátegui: “ (…) aquella discusión revelaba, en toda su crudeza, la lógica del pensamiento y la acción que delimitó a buena parte de la izquierda, así como el sentido de sus solidaridades y omisiones resumidas en un término: el Efecto Sartre (…) que no es otra cosa que la conducta de una persona que olvida, conscientemente sus principios éticos y políticos en el mismo momento que dice ratificarlos(…) es un doble movimiento de afirmación y negación que, sin embargo, no es vivido como una contradicción. (…) Sartre, que presumía de su activismo político y la corrección moral como nadie más, manipulaba, mentía y silenciaba los asuntos que eran incómodos o contradictorios sobre las causas con las que se identificaba”.
Uzcátegui identifica que esa clara actitud de hipocresía intelectual fue una y otra vez encarnada por tantos intelectuales progresistas en las sucesivas décadas del XX y que es la misma actitud que se manifiesta hoy frente a Venezuela, un régimen que, a pesar de las evidencias, logra quedar resguardado de la mirada crítica y hasta es saludado como ejemplo por un número nada despreciable de integrantes del mundo del pensamiento progresista. Con sus singularidades, una situación nada diferente a la que ocurre en relación al gobierno de Ortega-Murillo en Nicaragua o al de Díaz Canel en Cuba, regímenes nunca considerados autoritarios ni mucho menos calificados como dictaduras a pesar de tratarse de administraciones políticas que han hecho y hacen un uso abusivo del poder.
Así, y tal como lo propone Uzcátegui, el efecto Sartre ha sido funcional al régimen venezolano al blindarlo de opiniones críticas, especialmente en los espacios culturales y académicos progresistas, lugares donde rara vez se elevan voces que alerten o denuncien el crítico estado de situación de la vida bajo el régimen de Maduro ahora, y antes de Hugo Chávez.
El ensayo de Uzcátegui encuentra, memoria ejemplar mediante, en ese episodio originario de la escena intelectual de los años 50, una forma de entender lo que de manera inaudita sucede en este presente en el que buena parte del campo intelectual consolida su alineamiento ideológico aún sabiendo que la realidad es trágicamente diferente a que aquella que se enuncia desde las tribunas militantes. En palabras del cubano Armando Chaguaceda se trata de la puesta en práctica de la ceguera voluntaria, es decir, una decisión absolutamente consciente de negarse a reconocer lo evidente. Si en la primera mitad del siglo XX fue el Gulag soviético y la destrucción sistemática de la vida de millones de personas, en el presente esa ceguera voluntaria es la que evita reconocer las ejecuciones extrajudiciales, la censura, el presidio por razones políticas, la tortura, la condena al exilio y la agudización de la deriva autoritaria por parte de esta clase de regímenes políticos.
Entre aquellos lejanos 50 y estas primeras décadas del nuevo milenio, muchos hubiéramos querido que la memoria hubiera verdaderamente oficiado de frontera contra la repetición de lo injusto (lo que ayer sucedió y no debió suceder, no debiera tener lugar en este presente porque supuestamente aprendimos las lecciones del pasado). Pero eso no ha sucedido, y las páginas de este libro son la más dura evidencia de que así como en ese lejano ayer parisino la voz que se alzó para advertir el dolor no solo no fue escuchada, sino que además fue duramente atacada, algo no muy diferente ocurre hoy, en este presente, con quienes se atreven a decir lo que no desea ser escuchado por aquellos que siguen, desde la comodidad de sus trincheras letradas, repitiendo como un salmo, su defensa incondicional al proyecto bolivariano, sin importar los heridos, los encarcelados, los muertos y los humillados sobre los que ese proyecto emancipador se ha construido y se sostiene. Se trata, en definitiva, y como lo explica Uzcátegui, del Efecto Sartre. Denunciarlo y desmontarlo es una de las tareas a las que todos debiéramos abocarnos si de verdad deseamos para Venezuela y para nuestros países la vigencia y el respeto, sin condición mediante, de los Derechos humanos.