Artículos
Defensa de la Libertad de Expresión Artística
Informe sobre el riesgo de imaginar
El Informe Freemuse no califica, solo se atiene a describir, es un detallado balance de lo real, de aquello que está allí y tantas veces no vemos o desconocemos; es la denuncia de un estado de situación que a todos debiera conmovernos e indignarnos, como nos indigna y nos conmueve el hambre, la guerra y los abusos del poder bajo cualquiera de sus formas.Por Rubén Chababo
En La Habana un grupo de artistas sabe que sus obras están siendo observadas por la Seguridad del Estado. En Rusia un escritor teme dar a conocer una novela por temor a las seguras represalias de los servicios de seguridad. En Alemania las presiones políticas impiden que se lleve adelante una perfomance que temen genere suspicacias en alguna delegación extranjera. En Venezuela músicos y actores construyen su visión del presente en “las catacumbas” mientras en las calles la policía y el ejército siguen adelante con su oleada represiva. En Gaza alguien que se atreve a quebrantar las reglas de la moral establecida es impedido de hacer circular su obra. Y así, con características diversas, en otras lenguas, bajo otros cielos y en otros horizontes, sucede lo mismo. El factor común que une a estas escenas de injusticia no es otro que la disrupción que genera la creación artística frente a la mirada omnisciente del poder.
La ONG danesa Freemuse ha elaborado un informe exhaustivo que ha dado en llamar “Estado de la libertad artística”, un detallado relevamiento de diferentes atropellos al derecho de expresión consagrado en la Carta Universal de los Derechos humanos y que pone de manifiesto el estado de emergencia en que miles de artistas e intelectuales viven y sobreviven en diferentes lugares del mundo. No hay ideología, no hay sistema, no hay régimen político que no tenga a sus artistas en la mira, más allá de que una lectura atenta revele que la situación es mucho más dramática en aquellos países gobernados por dictaduras o por regímenes autocráticos en los que la religión organiza y dictamina la vida cotidiana de sus habitantes.
Hace ya más de 50 años, Ray Bradbury escribió Farenheit 451, una novela distópica en cuyas páginas describía un mundo en el que la posesión de libros y bibliotecas representaban tanta amenaza al “orden público” que eran transformadas en cenizas por diligentes lanzallamas. Unos años antes, George Orwell había narrado una sociedad en la que el ojo omnisciente del Big Brother lo controlaba todo, al punto de que ni siquiera el pensamiento lograba escapar al asedio de un poder que había convertido en presa a todos los ciudadanos. Muchos imaginamos que esas ficciones, que en verdad se habían inspirado en el oscuro legado del nazismo y el stalinismo, habrían de ser superadas, con el paso del tiempo, por la especie humana. Sin embargo, la evidencia es tristemente otra. A la par de que la Humanidad no ha dejado de avanzar en el campo científico y tecnológico y muchas sociedades han alcanzado grandes conquistas sociales, los Estados no han cesado nunca de observar el derecho a la libre expresión de sus ciudadanos.
Hubo un tiempo en que muchos quisieron imaginar que las Revoluciones habrían de abolir para siempre la censura y la hostilidad hacia aquel que pensaba diferente. Sin embargo, lo cierto es que cada uno de esos sueños de libertad nacidos al calor del siglo XX se tradujo siempre, absolutamente siempre, en tristes cacerías en la que los disidentes, muchos de ellos artistas e intelectuales, se transformaron en los objetivos más buscados por el poder. Todos recordamos los desesperados pedidos de auxilio de Joseph Brodsky y de Alexander Solyenitsin, los de Anna Ajmátova o los de Reynaldo Arenas. Y también, todos recordamos de qué modo y sin revolución mediante, la atroz pesadilla sufrida por aquellos escritores y artistas norteamericanos, de casi todas las disciplinas, que en los años 50 del siglo pasado debieron morder el polvo del desconsuelo, perseguidos por la mirada atenta e inquisidora del senador Mccarthy. O la trágica suerte corrida por centenares de escritores e intelectuales latinoamericanos en los años de apogeo de nuestras dictaduras militares.
Muchas veces quisiéramos creer que esas escenas no ocurren, pero no es así, no son una ilusión o un engaño, porque lo cierto es que mientras se escriben estas notas que acompañan la presentación pública del Informe de Freemuse, en Afganistan y Brasil, en Nicaragua e Irak, alguien, un artista, está reclamando por su libertad o por su derecho a decir lo que piensa, un músico es encarcelado o un escritor debe buscar el camino del exilio, como si nada o poco hubiéramos aprendido de las lecciones dejadas por la historia.
El Informe Freemuse no califica, solo se atiene a describir, es un detallado balance de lo real, de aquello que está allí y tantas veces no vemos o desconocemos; es la denuncia de un estado de situación que a todos debiera conmovernos e indignarnos, como nos indigna y nos conmueve el hambre, la guerra y los abusos del poder bajo cualquiera de sus formas.
Se escriben estas líneas de manera contemporánea a la emergencia de una crisis global generada por la pandemia, en días en los que no dejan de circular informes acerca del modo arbitrario con que los estados, bajo el arco de todas las ideologías, de China a Israel, de Estados Unidos a Irán, se alistan para ajustar aún más sus perversos sistemas de control sobre nuestras vidas. Lo que hasta ayer era un trabajo velado llevado adelante por las policías secretas y las agencias de seguridad, ahora se vuelve “legal” y “natural” en la casi totalidad de nuestras sociedades. Si lo que narra este Informe era, hasta hace solo unos meses atrás, la situación padecida por un “puñado” de miles de ciudadanos en el mundo, nada augura que en los tiempos inmediatos, y con el uso y abuso legal de las estrategias de observación ideológica, esta situación empeore y se profundice: el cuidado sanitarista será y ya lo está siendo, la excusa perfecta que justifica el control de nuestras precarias vidas.
Vivimos en tiempos de zozobra, tantas veces con nuestros ojos cerrados a la multiplicidad de injusticias que se cometen en derredor nuestro. El Informe Freemuse es un intento que nos invita a quebrar esa quietud, y en la medida de lo posible a actuar.
¿De qué modo? Conociendo y haciendo saber, divulgando la existencia de esta atroz calamidad que es la violación del derecho a la libertad de expresión.
Freemuse ha dado un primer y valioso paso. Ahora el camino es nuestro, si de verdad queremos contribuir a que lo injusto no continúe enseñoreándose de esta manera en el mundo que habitamos.
Rubén ChababoConsejero AcadémicoProfesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario donde dicta anualmente el Seminario sobre Memoria y Derechos Humanos. Es docente y miembro del Consejo académico de la Maestría de Estudios Culturales dependiente de la Universidad Nacional de Rosario y fue integrante del Consejo Asesor Internacional del Centro Nacional de Memoria Histórica de Bogotá (Colombia). Ha dictado cursos y conferencias en diferentes universidades nacionales y extranjeras en torno a los dilemas de la memoria en la escena contemporánea. Entre 2002 y 2014 fue Director del Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario, una de las primeras instituciones museológicas dedicadas a abordar el tema del Terrorismo de Estado en la Argentina. Se desempeñó también como Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario. Es Director del Museo Internacional para la Democracia.
En La Habana un grupo de artistas sabe que sus obras están siendo observadas por la Seguridad del Estado. En Rusia un escritor teme dar a conocer una novela por temor a las seguras represalias de los servicios de seguridad. En Alemania las presiones políticas impiden que se lleve adelante una perfomance que temen genere suspicacias en alguna delegación extranjera. En Venezuela músicos y actores construyen su visión del presente en “las catacumbas” mientras en las calles la policía y el ejército siguen adelante con su oleada represiva. En Gaza alguien que se atreve a quebrantar las reglas de la moral establecida es impedido de hacer circular su obra. Y así, con características diversas, en otras lenguas, bajo otros cielos y en otros horizontes, sucede lo mismo. El factor común que une a estas escenas de injusticia no es otro que la disrupción que genera la creación artística frente a la mirada omnisciente del poder.
La ONG danesa Freemuse ha elaborado un informe exhaustivo que ha dado en llamar “Estado de la libertad artística”, un detallado relevamiento de diferentes atropellos al derecho de expresión consagrado en la Carta Universal de los Derechos humanos y que pone de manifiesto el estado de emergencia en que miles de artistas e intelectuales viven y sobreviven en diferentes lugares del mundo. No hay ideología, no hay sistema, no hay régimen político que no tenga a sus artistas en la mira, más allá de que una lectura atenta revele que la situación es mucho más dramática en aquellos países gobernados por dictaduras o por regímenes autocráticos en los que la religión organiza y dictamina la vida cotidiana de sus habitantes.
Hace ya más de 50 años, Ray Bradbury escribió Farenheit 451, una novela distópica en cuyas páginas describía un mundo en el que la posesión de libros y bibliotecas representaban tanta amenaza al “orden público” que eran transformadas en cenizas por diligentes lanzallamas. Unos años antes, George Orwell había narrado una sociedad en la que el ojo omnisciente del Big Brother lo controlaba todo, al punto de que ni siquiera el pensamiento lograba escapar al asedio de un poder que había convertido en presa a todos los ciudadanos. Muchos imaginamos que esas ficciones, que en verdad se habían inspirado en el oscuro legado del nazismo y el stalinismo, habrían de ser superadas, con el paso del tiempo, por la especie humana. Sin embargo, la evidencia es tristemente otra. A la par de que la Humanidad no ha dejado de avanzar en el campo científico y tecnológico y muchas sociedades han alcanzado grandes conquistas sociales, los Estados no han cesado nunca de observar el derecho a la libre expresión de sus ciudadanos.
Hubo un tiempo en que muchos quisieron imaginar que las Revoluciones habrían de abolir para siempre la censura y la hostilidad hacia aquel que pensaba diferente. Sin embargo, lo cierto es que cada uno de esos sueños de libertad nacidos al calor del siglo XX se tradujo siempre, absolutamente siempre, en tristes cacerías en la que los disidentes, muchos de ellos artistas e intelectuales, se transformaron en los objetivos más buscados por el poder. Todos recordamos los desesperados pedidos de auxilio de Joseph Brodsky y de Alexander Solyenitsin, los de Anna Ajmátova o los de Reynaldo Arenas. Y también, todos recordamos de qué modo y sin revolución mediante, la atroz pesadilla sufrida por aquellos escritores y artistas norteamericanos, de casi todas las disciplinas, que en los años 50 del siglo pasado debieron morder el polvo del desconsuelo, perseguidos por la mirada atenta e inquisidora del senador Mccarthy. O la trágica suerte corrida por centenares de escritores e intelectuales latinoamericanos en los años de apogeo de nuestras dictaduras militares.
Muchas veces quisiéramos creer que esas escenas no ocurren, pero no es así, no son una ilusión o un engaño, porque lo cierto es que mientras se escriben estas notas que acompañan la presentación pública del Informe de Freemuse, en Afganistan y Brasil, en Nicaragua e Irak, alguien, un artista, está reclamando por su libertad o por su derecho a decir lo que piensa, un músico es encarcelado o un escritor debe buscar el camino del exilio, como si nada o poco hubiéramos aprendido de las lecciones dejadas por la historia.
El Informe Freemuse no califica, solo se atiene a describir, es un detallado balance de lo real, de aquello que está allí y tantas veces no vemos o desconocemos; es la denuncia de un estado de situación que a todos debiera conmovernos e indignarnos, como nos indigna y nos conmueve el hambre, la guerra y los abusos del poder bajo cualquiera de sus formas.
Se escriben estas líneas de manera contemporánea a la emergencia de una crisis global generada por la pandemia, en días en los que no dejan de circular informes acerca del modo arbitrario con que los estados, bajo el arco de todas las ideologías, de China a Israel, de Estados Unidos a Irán, se alistan para ajustar aún más sus perversos sistemas de control sobre nuestras vidas. Lo que hasta ayer era un trabajo velado llevado adelante por las policías secretas y las agencias de seguridad, ahora se vuelve “legal” y “natural” en la casi totalidad de nuestras sociedades. Si lo que narra este Informe era, hasta hace solo unos meses atrás, la situación padecida por un “puñado” de miles de ciudadanos en el mundo, nada augura que en los tiempos inmediatos, y con el uso y abuso legal de las estrategias de observación ideológica, esta situación empeore y se profundice: el cuidado sanitarista será y ya lo está siendo, la excusa perfecta que justifica el control de nuestras precarias vidas.
Vivimos en tiempos de zozobra, tantas veces con nuestros ojos cerrados a la multiplicidad de injusticias que se cometen en derredor nuestro. El Informe Freemuse es un intento que nos invita a quebrar esa quietud, y en la medida de lo posible a actuar.
¿De qué modo? Conociendo y haciendo saber, divulgando la existencia de esta atroz calamidad que es la violación del derecho a la libertad de expresión.
Freemuse ha dado un primer y valioso paso. Ahora el camino es nuestro, si de verdad queremos contribuir a que lo injusto no continúe enseñoreándose de esta manera en el mundo que habitamos.