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Instituto Václav Havel

10-11-2025

Zofia Korbońska: La voz clandestina contra los totalitarismos

Su vida es testimonio de que la lucha por la libertad no terminó con el fin de la guerra, sino que se transformó en resistencia contra el comunismo. La población polaca sufrió una experiencia tortuosa: fue víctima de dos sistemas totalitarios, simultáneos y sucesivos. Mientras el nazismo los persiguió por su identidad nacional, religiosa y étnica, el comunismo los persiguió por su afiliación política, su defensa de la democracia y su resistencia.
Por Lucila Fernández
Zofia Korbońska | Foto: Wikipedia

Según su teoria de la estructuración, Giddens concibe a los sujetos como agentes capaces de transformar las estructuras sociales a traves de practicas significativas. Este concepto resulta especialmente pertinente para comprender la trayectoria de Zofia Korbońska, una mujer que, en un contexto de ocupación totalitaria y represión sistemática, eligió habitar las estructuras impuestas para irrumpirlas desde adentro mediante el ejercicio de una resistencia comunicacional estratégica.

Con el objetivo de asegurar la rápida derrota de Polonia antes del inicio de las lluvias otoñales, e impedir una eventual alianza entre la Unión Soviética y las potencias occidentales, Adolf Hitler optó por relegar momentáneamente su anti bolchevismo y alcanzar un acuerdo estratégico con Iósif Stalin. Por su parte, el liderazgo soviético evitaba una confrontación directa con Alemania en ese momento y manifestó disposición a considerar las propuestas diplomáticas formuladas por el gobierno nazi. El resultado fue la firma del Pacto Ribbentrop-Mólotov el 23 de agosto de 1939, cuyas cláusulas secretas —reveladas recién en 1946— establecían la partición de Polonia y la delimitación de zonas de influencia en Europa centro-oriental.

El 1° de septiembre de 1939 se inició la invasión alemana al territorio polaco, patria de Zofia Korbońska, mediante la implementación de una nueva estrategia de guerra móvil: la Blitzkrieg o “guerra relámpago”. Dieciséis días más tarde, la Unión Soviética avanzó desde el este, completando el cerco militar sobre la nación polaca. Ese mismo día, el presidente Ignacy Mościcki y su gabinete cruzaron la frontera hacia Rumania. Para evitar un vacío institucional, Mościcki invocó el artículo 24 de la Constitución de 1935 y designó como sucesor a Władysław Raczkiewicz, quien asumiría la jefatura del Estado desde el exilio en Londres.

Varsovia capituló el 28 de septiembre, y el 6 de octubre se rindió la última unidad operativa del regimiento de la nación polaca. Conforme a lo estipulado en el pacto germano-soviético, ambos regímenes se repartieron el territorio polaco a lo largo del río Bug. En las ciudades de Varsovia, Cracovia, Radom y Lublin se instauró el denominado Gobierno General, bajo la administración del jurista nazi Hans Frank.

Veinticuatro años antes, nacía en Varsovia Zofia Korbońska. Allí estudió en el Maria Konopnicka Gymnasium y posteriormente se especializó en Ciencias Políticas. En la antesala de la guerra, contrajo matrimonio con el abogado Stefan Korboński, futuro líder de la resistencia. Juntos formaron una alianza afectiva y estratégica que marcaría la historia clandestina de Polonia.

En 1941, Zofia y su esposo fundaron la estación de radio secreta Świt, que operaba bajo la órbita de la Kierownictwo Walki Cywilnej (Dirección de Lucha Civil), órgano dependiente del Gobierno Polaco en el exilio encargado de coordinar la resistencia no armada de la población civil frente al régimen nazi y de mantener viva la legalidad republicana en condiciones de clandestinidad. La emisora operaba en una sede subterránea en Varsovia, desde la cual se transmitían mensajes codificados al gobierno en el exilio, que posteriormente eran retransmitidos por la BBC.

Zofia trabajaba como criptógrafa, codificando informes que alertaban al mundo sobre los crímenes nazis, los asesinatos de intelectuales por parte de la Gestapo y los sucesos que tenían lugar bajo la ocupación. En este sentido, Świt no era solo una herramienta técnica: era una extensión simbólica de la KWC, una voz clandestina que articulaba verdad, memoria y acción política. Como declaró en una entrevista realizada en 2006: “Me especialicé en una sola área, en la que ayudaba especialmente y fui coorganizadora: la comunicación por radio. Era nuestra forma de romper el cerco informativo y decirle al mundo lo que ocurría en Varsovia.”

Su rol como criptógrafa no se limitaba a la codificación técnica: era una forma de resistencia activa, estratégica y ética. Cada mensaje cifrado que lograba atravesar las fronteras era un acto de denuncia que la convirtió en una de las primeras voces en documentar estos crímenes en tiempo real.

Por su labor estratégica en la organización de la radio encubierta, en 1941 Zofia fue incorporada oficialmente como soldado del ejército clandestino polaco, la Armia Krajowa (AK). Años más tarde, su desempeño le valdría el rango de porucznik (teniente), otorgado por el comandante en jefe de la AK. En una entrevista con el periodista Tadeusz Lipień, Zofia declaró: “No lo hacía por heroísmo. Lo hacía porque sabía que el silencio era cómplice. Y yo no quería ser cómplice.”

La Gestapo constituía el principal instrumento represivo del régimen nazi, con facultades extrajudiciales para llevar a cabo detenciones, interrogatorios bajo tortura y ejecuciones sumarias. Esta policía infiltrada, mediante agentes vestidos de civil, perseguía activamente las transmisiones radiales clandestinas y realizaba allanamientos a quienes difundían información contraria a la narrativa oficial del Tercer Reich. El ejercicio de las funciones que llevaba adelante Zofia Korbońska la situaba en un estado de exposición permanente, tanto a ella como a su entorno, quienes podían ser arrestados, deportados, torturados o asesinados.

En 1944, su esposo, Stefan Korboński, fue arrestado por la Gestapo. En ese contexto, Zofia continuó transmitiendo informes sobre el levantamiento de Varsovia, que emergió como respuesta a las deportaciones masivas hacia Treblinka, uno de los principales espacios de reclusión sistemática nazi. Narraba y documentaba, frente a condiciones adversas, todo lo que ocurría. Muchos emisores clandestinos fueron ejecutados sin juicio a lo largo del régimen nazi, pero a pesar de todo, Zofia transmitió hasta el final de la guerra. Como declaró en una entrevista: “No era solo una cuestión técnica. Cada mensaje que codificábamos era una forma de decir: ‘Estamos vivos, resistimos, no nos han silenciado’.”

En ese entorno histórico tuvo lugar el levantamiento del gueto de Varsovia, protagonizado por los últimos supervivientes judíos, quienes, ante la inminencia del exterminio, optaron por enfrentar al régimen nazi con los recursos disponibles: cócteles Molotov, armas de fuego ocultas y una determinación inquebrantable de preservar la dignidad humana en un acto final de resistencia. Este suceso constituyó la primera insurrección armada contra el Tercer Reich en Europa, marcando un punto de inflexión en la historia de la resistencia judía. En simultáneo con los combates, Zofia Korbońska, teniente del Armia Krajowa (AK), era la fuente primaria de información en el exterior, documentando lo ocurrido en tiempo real: los enfrentamientos desesperados, la represión brutal, el uso de gas y la destrucción sistemática del gueto. Mientras sus compañeros combatían desde adentro, su obligación era amplificar su lucha en el mundo. En cada transmisión, cada código enviado era una forma de acompañarlos; allí Zofia mencionaba sus nombres, sus gestos y sus muertes. Esto permitió que el mundo supiera que los judíos no estaban muriendo en silencio, sino resistiendo con valentía.

Como dijo una de las supervivientes, Zivia Lubetkin: “Sabíamos que nuestra lucha no era para salvar nuestras vidas, sino por el honor del pueblo.”

Gracias a Zofia Korbońska, esa lucha no quedó sepultada bajo los escombros. Su labor como porucznik del AK fue esencial para que el mundo conociera la verdad. En medio del horror, eligió transmitir. Y al hacerlo, transformó la resistencia en memoria.

Además de documentar en tiempo real el levantamiento del gueto de Varsovia, Zofia Korbońska fue también la primera en disponer hacia Occidente información sobre las prácticas de exterminio y los experimentos médicos realizados en mujeres prisioneras en el campo de concentración de Ravensbrück. Su labor como criptógrafa no solo implicaba una acción técnica, sino una forma de agenciamiento ético que convertía la denuncia en acto político.

A diferencia de otros espacios de reclusión sistemática, Ravensbrück estaba ocupado en su totalidad por mujeres, y solo el 10% de ellas eran judías. La red clandestina de inteligencia mediante la cual se obtenían datos sobre lo que ocurría en el campo se estructuraba a través de testimonios indirectos, informes infiltrados por la resistencia, contactos médicos y familiares que lograban reconstruir los hechos. La documentación obtenida y difundida en torno a Ravensbrück fue de vital importancia para la reconstrucción histórica de los crímenes perpetrados en dicho espacio. En el período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial, la información relativa a las prácticas de exterminio y experimentación médica en mujeres prisioneras fue fragmentaria y escasa, producto de múltiples factores: la destrucción deliberada de archivos por parte del régimen nazi, el silenciamiento institucional en contextos de posguerra y la marginalización de los testimonios femeninos en los primeros relatos oficiales.

Ravensbrück estaba ubicado a 90 km al norte de Berlín y había sido elegido por las SS debido a su aislamiento. Se estima que más de 130.000 prisioneras pasaron por allí: judías, romaníes, testigos de Jehová, opositoras políticas y otras consideradas “indeseables” por el régimen nazi. Entre 1942 y 1945, los nazis realizaron experimentos médicos brutales en prisioneras de Ravensbrück. Entre los más conocidos están los experimentos con sulfamidas, que consistían en infectar heridas provocadas intencionalmente con bacterias como Streptococcus, Clostridium perfringens (gangrena gaseosa) y Clostridium tetani (tétanos), luego agravadas con virutas de madera y vidrio. El procedimiento consistía en bloquear la circulación sanguínea para simular heridas de combate, sobre las cuales se aplicaban sulfamidas para evaluar su efectividad como antibióticos. Estos experimentos se realizaban con el propósito de incorporar los resultados al arsenal médico del ejército alemán. Otro tipo de intervención consistía en cortar nervios, músculos y huesos para estudiar la regeneración o el efecto de medicamentos; bajo esta práctica se intentaba trasplantar huesos de una mujer a otra, lo que en la mayoría de los casos provocaba mutilaciones. Las mujeres que no murieron por infecciones durante estas prácticas pseudocientíficas quedaron con discapacidades permanentes.

En este campo, las prisioneras llevaban triángulos de colores que identificaban su nacionalidad y “categoría”. Las que no eran sometidas a ensayos eran obligadas a trabajar en la fábrica de Siemens, ubicada en las inmediaciones del campo. Allí se producían componentes electrónicos para el cohete V2, el primer misil balístico de largo alcance desarrollado por el Tercer Reich. Este vínculo entre el sistema concentracionario y la industria armamentística fue documentado por redes clandestinas de inteligencia, entre ellas la emisora Świt. Los despachos incluían datos sobre la fabricación del V2, así como sobre la ubicación del cuartel general de Hitler, convirtiéndose en una fuente clave para los Aliados en la etapa final del conflicto.

En julio de 1944, el Ejército Rojo lanzó la operación Bagration, destruyendo el Grupo de Ejércitos Centro alemán y permitiendo la entrada soviética en el este de Polonia. En su avance, fueron liberando campos de concentración. El 27 de enero liberaron Auschwitz-Birkenau, al sur de Polonia, revelando al mundo las atrocidades del Holocausto que Zofia y su red comunicaban a la BBC. Para la primavera de ese año, los oficiales de las SS obligaron a las 24.500 sobrevivientes que quedaban en Ravensbrück a marchar hacia Mecklemburgo, en una de las más crueles marchas de la muerte que se recuerdan.

Cuando el Ejército Rojo liberó Polonia del dominio nazi en enero de 1945, muchos esperaban que la opresión hubiese terminado, pero no fue así. La Unión Soviética, lejos de restaurar la soberanía nacional, ocupó el país militar y políticamente, instaurando un régimen comunista que duraría hasta 1989. Zofia expresó en entrevistas que no pudo celebrar la expulsión de los nazis, porque la “liberación” trajo consigo una nueva forma de opresión. Aun así, ella y su esposo estaban agradecidos de no haber compartido el destino de otros colegas que fueron deportados a la Unión Soviética.

Su vida es testimonio de que la lucha por la libertad no terminó con el fin de la guerra, sino que se transformó en resistencia contra el comunismo. La población polaca sufrió una experiencia tortuosa: fue víctima de dos sistemas totalitarios, simultáneos y sucesivos. Mientras el nazismo los persiguió por su identidad nacional, religiosa y étnica, el comunismo los persiguió por su afiliación política, su defensa de la democracia y su resistencia.

En junio de 1945, tras la ocupación soviética y la instauración de un nuevo orden político que rompía los compromisos pactados por los Aliados en Yalta, Zofia y su pareja fueron arrestados por la policía secreta soviética (NKVD) en Cracovia, debido a su vinculación con la Armia Krajowa (AK) y el gobierno en el exilio. Ambos fueron liberados poco tiempo después, tras la creación del Gobierno Provisional de Unidad Nacional, un gobierno títere controlado por el Partido de los Trabajadores Polacos (PPR) y supervisado por la URSS. En ese entonces Stefan fue elegido presidente del Partido Popular Polaco (PSL), un partido democrático y opositor al régimen comunista. A su vez era diputado del Sejm, la cámara baja del parlamento polaco. Zofia y Stefan encarnaron la continuidad democrática entre el Estado Subterráneo, el gobierno en el exilio y la oposición al comunismo.

Zofia participó en la organización política, en la defensa de la democracia y en actividades sociales. Durante ese tiempo, y en simultáneo, dirigía un gabinete de estética y peluquería en el centro de Varsovia, lo que le permitía mantener redes sociales, económicas y obtener información en medio de la tensión política.

En 1947, cuando Korboński fue amenazado con ser arrestado y juzgado por el régimen comunista —acusado falsamente de ordenar el exterminio de comunistas polacos— la familia Korboński decidió reubicarse estratégicamente. Inicialmente se refugiaron en Suecia, viajando ocultos en un barco de carga que transportaba carbón, y luego, en noviembre de ese mismo año, emigraron definitivamente a Estados Unidos.

En una entrevista, al preguntarle sobre esta situación, Zofia respondió: “Si no teníamos miedo de que los alemanes nos mataran, tampoco teníamos miedo de los comunistas. No sentí ningún miedo particular hacia ellos, tal como lo sentí durante la ocupación alemana. Pensé que era una gran suerte si podías ponerte en riesgo.”

Una vez instalados en Estados Unidos, Zofia trabajó para la emisora proestadounidense Voice of America. Pero esta no era solo una radio: era parte de una ofensiva informativa global, conformada como institución gubernamental para enfrentar a la Rusia soviética durante la Guerra Fría. Para Polonia, la VOA constituía una fuente vital de información alternativa bajo la ocupación comunista. Allí, Zofia trabajaba como editora, locutora y autora de sus propios programas, usando el seudónimo “Zofia Olowska” para proteger a su familia y amigos en su patria. También participó activamente en el Congreso Polaco Americano (PAC) y en la Fundación Juan Pablo II.

En otra entrevista, Zofia declaró: “Antes de irme de Polonia era una hija de la guerra, y cuando me fui, seguí siéndolo.” Además de trabajar en Voice of America, probó suerte en la radiodifusión: dirigió entrevistas, tradujo materiales gubernamentales y presentó sus propias transmisiones. Los comunistas dedicaron incluso un libro entero a criticar la emisora, llamándola “un ruiseñor en la jaula dorada de los tiburones estadounidenses.”

Zofia entendía que la democracia no se limita al derecho al voto, sino que exige libertad de expresión, acceso a la verdad y memoria histórica. Por eso, incluso lejos de su tierra natal, siguió siendo una figura incómoda para los opresores y una inspiración para quienes soñaban con una Polonia libre. Su exilio no fue un retiro, sino una prolongación de su lucha. En cada emisión, en cada palabra pronunciada con convicción, Zofia reafirmaba que la democracia se defiende también desde la distancia, con valentía, inteligencia y responsabilidad.

Korbońska nunca se olvidó de su nación. Tras la recuperación de la soberanía polaca en 1989, viajó a Varsovia en múltiples ocasiones para participar en ceremonias y asuntos políticos. Zofia vivió con dignidad, permaneciendo dedicada a su país hasta el final. Junto con su marido, luchó intensamente para que Polonia fuera independiente. Con su vida, Zofia demostró que el amor por la patria puede convertirse en una forma de resistencia activa y articulada, incluso bajo tierra.

Junto a su compañero, editó numerosos libros y, tras la muerte de Stefan en 1989, impulsó la creación de la Fundación Stefan Korboński, dedicada a preservar su legado político y moral. Desde allí promovió la publicación de sus escritos, organizó homenajes y contribuyó a la construcción de un monumento en honor a Ryszard Kukliński, otro resistente al comunismo. La fundación se convirtió en un espacio de memoria activa, donde la historia no se archivaba, sino que se compartía como advertencia y esperanza.

Su labor no pasó desapercibida. En 1994, el presidente Lech Wałęsa le otorgó la Cruz de Oficial de la Orden de Polonia Restituta, y en el año 2000 recibió la Medalla Polonia Mater Nostra Est, por su dedicación a la causa nacional. En 2006, el presidente Lech Kaczyński le concedió la Cruz de Gran Oficial del mismo orden, reconociendo su papel en la defensa de la independencia polaca y la verdad histórica. Ese mismo año, Varsovia la nombró Ciudadana Honoraria, un gesto que unió la gratitud institucional con el afecto popular.

Zofia falleció en Washington D.C. el 16 de agosto de 2010. En su funeral, el Dr. Zbigniew Brzezinski la describió como “valiente en la batalla, prudente en el exilio político”, recordando su voz firme en Voice of America y su incansable lucha por la democracia. Dos años más tarde, sus restos y los de Stefan fueron trasladados a la Świątynia de la Divina Providencia en Varsovia, donde descansan en el Panteón de los Grandes Polacos. Allí, entre figuras que marcaron la historia del país, Zofia ocupa un lugar de honor: no solo por lo que hizo, sino por lo que representó.

Su legado es una invitación a la coherencia ética, al coraje cívico y a la defensa de la verdad, incluso cuando hacerlo implica riesgo, distancia o soledad. Porque, como ella demostró, la resistencia no termina con la migración política: se transforma en memoria, en palabra, en ejemplo.

Zofia Korbońska fue mucho más que la esposa de un gran hombre. Fue una protagonista combativa desde un orquestado silencio, una mujer que eligió la acción cuando el miedo era ley, que transmitió verdades desde la clandestinidad y que defendió la democracia incluso desde la expatriación forzada. Su legado no se limita a acompañar a Stefan Korboński en la lucha contra el totalitarismo: tiene nombre propio, voz propia, historia propia.

Durante años, su figura quedó desplazada. Primero oculta bajo tierra, en los túneles del metro de Varsovia. Luego con un seudónimo, tras el micrófono de una radio que cruzaba fronteras. Y más tarde, bajo el peso de una narrativa que suele relegar a las mujeres al papel de acompañantes, especialmente cuando sus esposos o padres ocupan lugares destacados en la historia.

Pero Zofia no fue una sombra. Fue información y esperanza en la oscuridad de la ocupación nazi, fue palabra en tiempos de censura, fue refugio ético en medio del exilio. Su vida nos recuerda que la historia está llena de mujeres que resistieron, que pensaron, que actuaron, aunque sus nombres no siempre figuren en los libros ni en los monumentos.

Recordarla es un acto de justicia. Es reconocer que la memoria democrática necesita incluir todas las voces, especialmente aquellas que fueron silenciadas por el género, el contexto o el vínculo con figuras masculinas. Zofia Korbońska merece ser contada no solo como parte de una dupla heroica, sino como una mujer que eligió la verdad, la libertad y la dignidad como forma de vida. Porque la historia está compuesta por una polifonía de voces que la memoria democrática incluye y que llama a la memoria permanente de los pueblos donde se labran caminos siempre en búsqueda de la libertad.

Lucila Fernández
Lucila Fernández
 
 
 

 
 
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