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Instituto Václav Havel

07-11-2025

Heda Margolius Kóvaly: entre la lucha por la democracia y la vida

La vida de Heda Margolius Kovály se erige como un testimonio que trasciende su historia personal y se convierte en un reflejo sobre la condición humana bajo regímenes totalitarios. Su experiencia, desde los campos de concentración nazis hasta la Praga estalinista, es un doloroso recordatorio de cómo las ideologías extremas, ya sea bajo la esvástica o la hoz y el martillo, convergen en el mismo punto de anulación del individuo.
Por Candela Aguierre
Heda Margolius Kóvaly | Foto: coldwarradiomuseum.com

La historia de Checoslovaquia en el siglo XX está marcada por una oscilación trágica entre democracia y dictadura, libertad y represión. Puede interpretarse desde dos enfoques contrapuestos. El primero, sostenido por quienes ejercieron el poder político, se presentan como portadores de una misión histórica: traer orden, justicia y redención a sociedades supuestamente desviadas. En este, el fin justifica los medios ya que se trata de llevar el progreso, la libertad y el honor en una sociedad débil. El fin es noble; en consecuencia, los medios pueden no serlo. La segunda visión revela que, bajo ideales redentores, operaba una forma de violencia sofisticada, planificada, sistemática y administrada por el Estado. “Todo lo que convenga a los fines, sí; lo que no convenga a los fines debe ser transformado, reducido o eliminado”. Los fines debe leerse como sus fines.

En este escenario, la vida de Heda Margolius Kovály constituye un testimonio único, al ser víctima tanto del nazismo como del estalinismo, sobreviviendo para dar voz a millones que no pudieron hacerlo.

Heda Bloch (más tarde Margolius Kovály), nació en Praga en 1919, poco después de la caída del Imperio Habsburgo, y creció en la Checoslovaquia democrática. Creció en una familia judía bien posicionada, asistió a excelentes escuelas, viajó mucho y aprendió idiomas extranjeros. Conoció a Rudolf Margolius, quien también provenía de una familia judía checa acomodada, y se casó a la edad de veinte años.

Tras la fundación de Checoeslovaquia, el país surgía con una estructura democrática, basada en una constitución parlamentaria y en la promoción de derechos civiles. El presidente Tomáš Masaryk se convirtió en símbolo de esta primera etapa republicana. Sin embargo, la heterogeneidad étnica del nuevo Estado (checos, eslovacos, alemanes sudestes, húngaros, ucranianos, judíos) y los intereses geopolíticos externos desestabilizaron rápidamente este modelo. La crisis de los años 30 y la política de apaciguamiento de las potencias europeas derivaron en los Acuerdos de Múnich (1938), por los cuales se cedieron los Sudestes a la Alemania nazi. En marzo de 1939, Hitler completó la ocupación del país y estableció el Protectorado sobre los territorios de Bohemia y Moravia, suprimiendo las instituciones democráticas y sometiendo a la población a una política de terror racial y político.

Las deportaciones de judíos de Praga comenzaron en 1941, principalmente a Theresienstadt y al gueto de Lodz. En octubre de 1941, los nazis enviaron a 20.000 judíos del Reich y del Protectorado al Gueto de Lodz, entre ellos Heda, Rudolf y sus padres. Los judíos del gueto dependían por completo de los escasos alimentos que les proporcionaban los alemanes. Ante las condiciones sanitarias precarias, Heda intentaba ayudar a los prisioneros enfermos y hambrientos con los recursos a su alcance, viendo morir a muchos compañeros. En 1944, Heda fue trasladada al campo de Auschwitz, mientras que sus padres fueron enviados a la cámara de gas, un año después, logró escapar de una marcha de la muerte hacia el campo de concentración de Bergen-Belsen y, en una muestra de increíble fortaleza, consiguió regresar a Praga. Sola y sin papeles, pidió en vano ayuda a viejos amigos de confianza. La mayoría, demasiado asustados, se negaron. Finalmente, uno accedió, ofreciéndole un lugar para refugiarse, permaneciendo encerrada hasta el final de la guerra. Heda sobrevivió para presenciar la liberación de Praga y luego supo que Rudolf también había sobrevivido, reencontrándose en 1945.

A dos meses de la Liberación, los ciudadanos comenzaron a olvidar los daños de la guerra, la ropa y comida que se regalaba, comenzó a venderse en el mercado negro. Los supervivientes, hartos de esperar para obtener documentos, cartillas de racionamiento y víveres, asqueados por las mezquinas discusiones con burócratas y especuladores, comenzaron a preocuparse seriamente por el futuro del país. Para muchos resultaba evidente que, aunque el mal crezca sin ayuda, el bien requiere un arduo trabajo, y solo es posible preservarlo con un esfuerzo incesante; marcando objetivos claros y ambiciosos y unir fuerzas para lograrlos. Para ellos, resultaba imposible olvidar cómo las democracias occidentales habían abandonado Checoslovaquia en Múnich. Simultáneamente, judíos y sobrevivientes del Holocausto, admiraban a los comunistas que habían conocido en los campos por su idealismo, su disciplina y su determinación de resistir. Y debían su liberación del nazismo al Ejército Rojo. Creían que los comunistas traerían una sociedad mejor, libre de explotación, odio racial y antisemitismo.

Rudolf Margolius, comprendió que debía hacer algo para mejorar el mundo y evitar que otra guerra volviera, junto con la agresión nazi hacia las minorías. Fue así como se unió al Partido Comunista. A pesar de que Heda mantenía su fe ante los principios democráticos con los que se educó, comenzó a cuestionarlos, puesto que los principios sobre los cuales se había fundado la República Checoslovaca antes de la guerra, los ideales humanistas y democráticos de Tomáš G. Masaryk no eran más que una ilusión poco realista. Aquella democracia había permitido que surgieran los partidos fascista y nazi, que habían acabado destruyéndola. Y fracasó en su intento por defender el país frente a Hitler.

Rudolf ascendió rápidamente en la jerarquía comunista. En 1949 fue ascendido a viceministro de Comercio Exterior, cargo en el que gestionó importantes y delicadas negociaciones con Gran Bretaña, Suecia, India y otros países, que resultaron favorables para la economía de Checoeslovaquia. Esto significó una amenaza para los dirigentes soviéticos- Rudolf, en lugar de establecer acuerdos comerciales con la Unión Soviética y países socialistas, los establecía con regímenes democráticos opositores. Los miembros del Partido Comunista dedicaban gran parte de su vida al trabajo, sin tiempo para observar lo que sucedía alrededor. Ante los crecientes indicios de antisemitismo en el partido, se respiraba una purga, desapariciones forzadas y represión. Pero Rudolf, a pesar de ser un miembro vulnerable, dejó estas preocupaciones de lado concentrándose en su trabajo, incluso cuando su esposa le instó a dimitir.

Heda, por otro lado, al observar la actitud y el comportamiento de los miembros, y en cuanto conoció a los funcionarios del gobierno, supo que no eran las personas adecuadas para liderar el país de forma positiva. Consideraba que es necesario vivir en un sistema social con cuyos principios fundamentales uno esté de acuerdo, bajo un gobierno en el que se pueda confiar, le resultaba difícil construir una vida privada feliz en una sociedad corrupta.

Para sostener el Partido, expresa Peter Steiner, el Estado comunista tuvo que encontrar o conjurar enemigos imaginarios desde dentro para justificar su existencia; este fue el motivo de los juicios-espectáculo. La campaña anti cosmopolita, una campaña antisemita apenas disimulada en la Unión Soviética bajo el gobierno de Iósif Stalin, comenzó en el otoño de 1948. El partido, bajo la influencia de Moscú, buscó consolidar su poder a través de la eliminación de supuestos "enemigos internos", a menudo personas con pasados occidentales o conexiones con el sionismo. Durante este período, la dirección del Comité Judío Antifascista fue asesinada y las purgas antisemitas se extendieron a otros países del Bloque Oriental de la Unión Soviética. En enero de 1952, Rudolf fue arrestado, siendo uno de los 14 acusados en el conocido juicio Slansky, celebrado en noviembre de ese mismo año. La prensa comunista recalcó con insistencia que 11 de los acusados eran de origen judío. Rudolf, sometido a torturas y maltratos, fue obligado a firmar una confesión y repetir frases que asumían su culpabilidad durante el juicio, que se retransmitió en directo por radio. Fue ahorcado en diciembre de 1952 tras ser acusado de actuar conforme al llamado "Plan Morgenthau" para cometer espionaje y sabotaje contra Checoslovaquia para Estados Unidos a cambio del apoyo estadounidense a Israel.

Finalizado el juicio, Heda y su hijo fueron marginados. El Estado les arrebató todas sus posesiones, los desalojó de su hogar y los despojó de cualquier protección social. Aislada y empobrecida, luchó por sobrevivir en un ambiente de hostilidad y miedo. En este período de extrema privación, su resiliencia se manifestó en su capacidad para encontrar formas de subsistencia y resistencia, realizando trabajos manuales y clandestinos, se dedicó a la traducción de libros del inglés y alemán, en su mayoría bajo seudónimo. Este trabajo no fue solo una necesidad económica, sino también una forma de mantener una vida intelectual y de seguir en contacto con el mundo de las ideas. Con el apoyo de su segundo esposo, Pavel Kovály, Heda encontró un hogar y un trabajo seguro.

En la década de 1960, la desaceleración de la economía, provocó grietas en el consenso comunista a medida que los trabajadores luchaban contra nuevos desafíos. El gobierno respondió con reformas diseñadas para mejorar la economía. Alexander Dubcek, quien líderó la “Primavera de Praga” puso fin a la censura a principios de 1968, y la adquisición de esta libertad resultó en una expresión pública de amplio apoyo a la reforma y una esfera pública en la que las políticas del gobierno y del partido podían debatirse abiertamente. En abril, el gobierno checo emitió un plan formal para futuras reformas. Los líderes soviéticos, preocupados por estos recientes acontecimientos, temían que, si Checoslovaquia llevaba las reformas demasiado lejos, otros estados satélites de Europa del Este podrían seguir el ejemplo, lo que provocaría una rebelión generalizada contra el liderazgo de Moscú en el Bloque del Este. Ante esta preocupación, el Partido Comunista en Moscú decidió intervenir en agosto de 1968 para establecer un gobierno más conservador y soviético en Praga..

En busca de libertad y paz, Heda optó por emigrar hacia Estados Unidos con su esposo, donde se dedicó a la traducción y escritura, publicando su autobiografía “Bajo una estrella cruel”, un relato que trasciende su historia personal, ofreciendo una profunda reflexión sobre la naturaleza del mal, la fragilidad de la democracia y la necesidad de resistir contra cualquier forma de tiranía, por más difícil que resulte.

Heda falleció en 2010 a los noventa años, pero su recuerdo se mantiene vivo a partir de múltiples iniciativas que se encargan de transmitir su historia a nuevas generaciones. Su libro ha sido traducido a numerosos idiomas y reeditado en distintos países. La familia Margolius difunde su legado a través de su página web, donde reúnen biografías, documentos, reseñas y documentales que retratan tanto la figura de Rudolf como la de Heda, mostrando el vínculo inseparable entre memoria personal e historia colectiva. Organismos como “United States Holocaust Memorial Museum” la incluye en sus muestras sobre el Holocausto y los regímenes autoritarios. También, el “Fortunoff Video Archive” de la Universidad de Yale han preservado entrevistas y podcasts con el testimonio de Heda, que han sido utilizadas para la realización de este texto.

A pesar de que en la República Checa los grandes dirigentes han guardado silencio respecto a estos sucesos, ocultando toda clase de información a los ciudadanos, la voz de Heda continúa resonando, siendo de los testimonios más fuertes sobre las atrocidades del siglo XX.

Al final de su libro, cita a Gustaw Herling Grudzinski quien expresa “Nada consuela tanto —ni tan cruelmente— en la desgracia como la visión de la desgracia ajena y nada arrebata la esperanza de un modo tan definitivo como la idea de que la esperanza está reservada solo a los elegidos”.

La vida de Heda Margolius Kovály se erige como un testimonio que trasciende su historia personal y se convierte en un reflejo sobre la condición humana bajo regímenes totalitarios. Su experiencia, desde los campos de concentración nazis hasta la Praga estalinista, es un doloroso recordatorio de cómo las ideologías extremas, ya sea bajo la esvástica o la hoz y el martillo, convergen en el mismo punto de anulación del individuo. Su memoria, más que un acto de duelo, es un acto de resistencia. Propone una esperanza que no está reservada a nadie, sino que se construye a través de la verdad.

Su resiliencia y decisión de escribir sobre sus experiencias representan un acto democrático. A través de su memoria, restituye la voz a los que fueron silenciados, evidencia que la única manera de contrarrestar el olvido y el miedo acumulado en las tiranías, es a través de la verdad y el testimonio. Su legado es un recordatorio de que la defensa de la democracia es una tarea continua, anclada en el compromiso con la justicia, la verdad y la dignidad.

Candela Aguierre
Candela Aguierre
 
 
 

 
 
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