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Monitoreo de la gobernabilidad democrática
El día que murió el Sr. K
La larga batalla que se avecina por controlar el partido y alinearse con la actual presidenta dejarán poco capital político para tomar medidas necesarias pero antipopulares.Por Raúl Ferro
Aduana internacional del Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, 12 horas del 27 de octubre. Enciendo el celular y aparece el mensaje, "Kirchner murió". Tardo en darme cuenta de qué se trata. Y cuando lo hago miro a alrededor y comienzo a percibir una mezcla de tensa calma y desconcierto entre los funcionarios de la aduana. Muchas cosas pasan por mi cabeza en esos minutos. Hacía tiempo que no sentía esa particular sensación de crisis contenida que he respirado tantas veces en este país. Pero lo que más me impactó fue una fuerte sensación de déjà vu. Me vino a la cabeza aquel 1 de julio de hace 36 años cuando, estando en el colegio en Córdoba, escuché la noticia de la muerte del entonces presidente Juan Domingo Perón y me vi inmerso en la incertidumbre que inundó a toda Argentina con la asunción al poder de su viuda, María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabelita.
Es cierto que muchas cosas han cambiado desde aquel invierno porteño. En aquel entonces, Argentina recién venía saliendo de una sucesión de fallidos gobiernos militares y el poder político todavía se disputaba a fuerza de sangre, balas y bombas. Y la presidenta, bailarina de cabaret, estaba muy lejos de ser una dirigente política profesional como es el caso de Cristina Fernández, desde ayer viuda de Kirchner.
Pero más allá de esas diferencias, saltan paralelos preocupantes. Pese a las insistentes declaraciones --reiteradas hasta el cansancio y, por tanto, sospechosas-- de los líderes oficialistas respecto a que la presidenta es autónoma, la percepción generalizada es que el difunto marido de la presidenta era quien manejaba los hilos del poder. Tras casi 30 años de democracia, la debilidad institucional argentina sigue siendo uno de los más graves problemas de la nación. Al igual que en julio de 1974, cuando falleció Perón, el desconcierto sobre quién tomará el poder detrás del sillón presidencial de la Casa Rosada cunde en las calles de Buenos Aires. Los ojos no están puestos en el Congreso, sino en Hugo Moyano, el poderosísimo secretario general de la Confederación General del Trabajo, la megacentral sindical argentina, y en esa entelequia inmaterial pero de poder muy real llamada Partido Justicialista, un inmenso cascarón fundado por Perón a mediados del siglo pasado que agrupa fuerzas políticas de toda índole con el indefinible denominador común de pertenecer al movimiento peronista. Es decir, hoy en Argentina el poder político no pasa por donde debe pasar, las instituciones del Estado, sino por los oscuros vericuetos de poderes paralelos.
Esa es la gran debilidad de un país que, pese a todo, aun mantiene la chance de enrumbarse. La pregunta es si la recomposición del poder político en Argentina permitirá encontrar esa senda. Cuando Néstor Kirchner tuvo el valor --tomando un gran riesgo para materializar su inconmensurable ambición política-- de tomar el poder en Argentina en medio de una de las peores crisis económicas y de vacío de poder de la ya inestable historia del país, tuvo una gran oportunidad. Fue exitoso en la urgente e imprescindible tarea de reinstaurar el poder político en la presidencia y de ordenar el caos económico en que se debatía la Argentina de después del corralito y la megadevaluación del 2002. Pero su obsesión por mantener y concentrar el poder político, históricamente tan esquivo en Argentina, lo llevó a evitar hacer las reformas que el país necesita a gritos. Sí, la economía argentina está creciendo vigorosamente, pero a fuerza de gasto público que no hacen más que ahondar los desequilibrios macroeconómicos de carácter estructural que sufre el país. El entorno externo, con una fuerte demanda por materias primas, es muy favorable a Argentina. Eso hace que pese al tiempo perdido por el fallecido ex presidente y por su sucesora y viuda, el país tenga todavía la oportunidad de acometer las reformas que necesita para sumarse al carro del crecimiento sostenible que vecinos como Chile y Brasil están recorriendo.
Contra esa posibilidad atentan hoy en día el vacío político que deja precisamente la muerte del ex presidente Kirchner. La larga batalla que se avecina por controlar el partido y alinearse con la actual presidenta dejarán poco capital político para tomar medidas necesarias pero antipopulares. Sin embargo, también es cierto que al desplomarse la estructura de poder construida por el ex presidente a su alrededor, quien tome las riendas del poder en Argentina --las apuestas van por el moderado gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, o el efímero ex presidente Eduardo Duhalde-- tiene la oportunidad de partir de cero y, con cuidado y habilidad, iniciar la delicada tarea de reconstruir la institucionalidad argentina y corregir los groseros desequilibrios que atentan contra la sustentabilidad a largo plazo del crecimiento de la economía de este país.
Raúl Ferro es analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Raúl FerroConsejero ConsultivoAnalista de economía y negocios especializado en América Latina. Fue corresponsal en Sudamérica de distintos medios económicos de EE.UU. y el Reino Unido, director editorial de la revista AméricaEconomía y director de estudios de BNamericas. Es Director del Consejo Consultivo de CADAL.
Aduana internacional del Aeroparque de la Ciudad de Buenos Aires, 12 horas del 27 de octubre. Enciendo el celular y aparece el mensaje, "Kirchner murió". Tardo en darme cuenta de qué se trata. Y cuando lo hago miro a alrededor y comienzo a percibir una mezcla de tensa calma y desconcierto entre los funcionarios de la aduana. Muchas cosas pasan por mi cabeza en esos minutos. Hacía tiempo que no sentía esa particular sensación de crisis contenida que he respirado tantas veces en este país. Pero lo que más me impactó fue una fuerte sensación de déjà vu. Me vino a la cabeza aquel 1 de julio de hace 36 años cuando, estando en el colegio en Córdoba, escuché la noticia de la muerte del entonces presidente Juan Domingo Perón y me vi inmerso en la incertidumbre que inundó a toda Argentina con la asunción al poder de su viuda, María Estela Martínez de Perón, conocida como Isabelita.
Es cierto que muchas cosas han cambiado desde aquel invierno porteño. En aquel entonces, Argentina recién venía saliendo de una sucesión de fallidos gobiernos militares y el poder político todavía se disputaba a fuerza de sangre, balas y bombas. Y la presidenta, bailarina de cabaret, estaba muy lejos de ser una dirigente política profesional como es el caso de Cristina Fernández, desde ayer viuda de Kirchner.
Pero más allá de esas diferencias, saltan paralelos preocupantes. Pese a las insistentes declaraciones --reiteradas hasta el cansancio y, por tanto, sospechosas-- de los líderes oficialistas respecto a que la presidenta es autónoma, la percepción generalizada es que el difunto marido de la presidenta era quien manejaba los hilos del poder. Tras casi 30 años de democracia, la debilidad institucional argentina sigue siendo uno de los más graves problemas de la nación. Al igual que en julio de 1974, cuando falleció Perón, el desconcierto sobre quién tomará el poder detrás del sillón presidencial de la Casa Rosada cunde en las calles de Buenos Aires. Los ojos no están puestos en el Congreso, sino en Hugo Moyano, el poderosísimo secretario general de la Confederación General del Trabajo, la megacentral sindical argentina, y en esa entelequia inmaterial pero de poder muy real llamada Partido Justicialista, un inmenso cascarón fundado por Perón a mediados del siglo pasado que agrupa fuerzas políticas de toda índole con el indefinible denominador común de pertenecer al movimiento peronista. Es decir, hoy en Argentina el poder político no pasa por donde debe pasar, las instituciones del Estado, sino por los oscuros vericuetos de poderes paralelos.
Esa es la gran debilidad de un país que, pese a todo, aun mantiene la chance de enrumbarse. La pregunta es si la recomposición del poder político en Argentina permitirá encontrar esa senda. Cuando Néstor Kirchner tuvo el valor --tomando un gran riesgo para materializar su inconmensurable ambición política-- de tomar el poder en Argentina en medio de una de las peores crisis económicas y de vacío de poder de la ya inestable historia del país, tuvo una gran oportunidad. Fue exitoso en la urgente e imprescindible tarea de reinstaurar el poder político en la presidencia y de ordenar el caos económico en que se debatía la Argentina de después del corralito y la megadevaluación del 2002. Pero su obsesión por mantener y concentrar el poder político, históricamente tan esquivo en Argentina, lo llevó a evitar hacer las reformas que el país necesita a gritos. Sí, la economía argentina está creciendo vigorosamente, pero a fuerza de gasto público que no hacen más que ahondar los desequilibrios macroeconómicos de carácter estructural que sufre el país. El entorno externo, con una fuerte demanda por materias primas, es muy favorable a Argentina. Eso hace que pese al tiempo perdido por el fallecido ex presidente y por su sucesora y viuda, el país tenga todavía la oportunidad de acometer las reformas que necesita para sumarse al carro del crecimiento sostenible que vecinos como Chile y Brasil están recorriendo.
Contra esa posibilidad atentan hoy en día el vacío político que deja precisamente la muerte del ex presidente Kirchner. La larga batalla que se avecina por controlar el partido y alinearse con la actual presidenta dejarán poco capital político para tomar medidas necesarias pero antipopulares. Sin embargo, también es cierto que al desplomarse la estructura de poder construida por el ex presidente a su alrededor, quien tome las riendas del poder en Argentina --las apuestas van por el moderado gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, o el efímero ex presidente Eduardo Duhalde-- tiene la oportunidad de partir de cero y, con cuidado y habilidad, iniciar la delicada tarea de reconstruir la institucionalidad argentina y corregir los groseros desequilibrios que atentan contra la sustentabilidad a largo plazo del crecimiento de la economía de este país.
Raúl Ferro es analista del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).