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Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
Cómo evitar el camino al totalitarismo
Los regímenes totalitarios se caracterizan por disponer totalmente de la vida de las personas, siendo los habitantes de los países donde se establecen estos tenebrosos regímenes un medio para los fines de los dictadores. De esta manera, la libertad de acción y la posibilidad de disponer de pertenencias propias, es nula en un sistema totalitario.
Por Gabriel C. Salvia
Los regímenes totalitarios se caracterizan por disponer totalmente de la vida de las personas, siendo los habitantes de los países donde se establecen estos tenebrosos regímenes un medio para los fines de los dictadores. De esta manera, la libertad de acción y la posibilidad de disponer de pertenencias propias, es nula en un sistema totalitario. Friedrich Hayek, en su libro Camino de servidumbre, decía al respecto: “Desde el momento en que se admite que el individuo no es sino un medio para servir los fines de una entidad superior, llámese ésta la sociedad o la nación, siguen inevitablemente todas aquellas características del totalitarismo que a nosotros nos horrorizan”.
Si bien el totalitarismo prohíbe el ejercicio de todos los derechos individuales, es importante destacar las restricciones parciales a la libertad y propiedad que gobiernos democráticos aplican mediante regulaciones legales en materia civil, política y económica, pues ese intervencionismo estatal no es otra cosa que un totalitarismo parcial. El pensador Ludwig von Mises lo advertía de esta manera en su obra Liberalismo: “En cuanto se abandona el principio de que el estado no debe intervenir en la vida privada de los ciudadanos, acabamos regulándosela a éstos hasta en los más mínimos detalles. Desaparece la libertad individual. El ser humano deviene esclavo de la comunidad, constreñido a obedecer los mandatos de la mayoría”.
En consecuencia, es posible que gobiernos electos democráticamente y que empiezan a aplicar medidas que van limitando cada vez más la esfera de los derechos individuales, terminen en tiranías, especialmente si surgen liderazgos de personajes que utilizan la demagogia y el fanatismo político como recurso para consolidar su poder. Friedrich Hayek lo planteaba de esta manera: “Así como el estadista demócrata que se decide a planificar la vida económica se verá pronto ante la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus proyectos, así el caudillo totalitario se vería en corto tiempo ante el dilema de pasar por encima de los principios morales corrientes, o fracasar. Esto explica por qué los hombres poco escrupulosos son los que cuentan con mayores oportunidades de éxito en una sociedad orientada hacia el totalitarismo”.
Por eso es típico de los regímenes con aspiraciones totalitarias la concentración del poder, con lo cual unos pocos deciden sobre la vida del resto. En Los Documentos Federalistas (Número 77, J. Madison) se hacía referencia a esto último: “La acumulación de todos los poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial en las mismas manos, sea en las de una persona, en las de algunas o en las de muchas, y sea por herencia, autodesignación o elección, puede ser considerada como la verdadera definición de la tiranía”.
Es verdad que se habla más de democracia que de república, lo cual ha llevado a gobiernos elegidos por el voto de sus ciudadanos a cometer excesos violando la forma republicana de gobierno. Hayek también advertía sobre esto: “No es el origen del poder lo que garantiza contra la arbitrariedad, sino las limitaciones que se le señalen para librarlo de todo cariz dictatorial”. La forma republicana de gobierno consiste en la separación, independencia y control recíproco de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, lo cual impide la concentración del poder. A su vez, el factor democrático implica la adopción de una legislación política competitiva que también impida la concentración del poder, generalmente en manos de los partidos políticos que a través de restricciones a la libertad de elegir y ser elegido monopolizan las candidaturas a cargos electivos y ubican a sus partidarios en cada uno de los tres poderes.
En un sistema republicano de gobierno con funcionarios electos mediante un proceso democrático competitivo y con una sociedad civil fuerte es más difícil la tentación totalitaria.
Gabriel C. Salvia es Director del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina y autor del informe Orwell en Cuba.
Este artículo fue originalmente publicado en portugués por la revista Leader (Instituto de Estudios Empresariales, Porto Alegre, Brasil www.iee.com.br)
Gabriel C. SalviaDirector GeneralActivista de derechos humanos enfocado en la solidaridad democrática internacional. En 2024 recibió el Premio Gratias Agit del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa. Es autor de los libros "Memoria, derechos humanos y solidaridad democrática internacional" (2024) y "Bailando por un espejismo: apuntes sobre política, economía y diplomacia en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner" (2017). Además, compiló varios libros, entre ellos "75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Miradas desde Cuba" (2023), "Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior" (2021), "Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina" (2015), "Un balance político a 30 años del retorno a la democracia en Argentina" (2013) y "Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba" (2011), Sus columnas de opinión han sido publicadas en varios medios en español. Actualmente publica en Clarín, Perfil, Infobae y La Nación, de Argentina. Ha participado en eventos internacionales en América Latina, África, Asia, Europa, los Balcanes y en Estados Unidos. Desde 1992 se desempeña como director en Organizaciones de la Sociedad Civil y es miembro fundador de CADAL. Como periodista, trabajó entre 1992 y 1997 en gráfica, radio y TV especializado en temas parlamentarios, políticos y económicos, y posteriormente contribuyó con entrevistas en La Nación y Perfil.
Los regímenes totalitarios se caracterizan por disponer totalmente de la vida de las personas, siendo los habitantes de los países donde se establecen estos tenebrosos regímenes un medio para los fines de los dictadores. De esta manera, la libertad de acción y la posibilidad de disponer de pertenencias propias, es nula en un sistema totalitario. Friedrich Hayek, en su libro Camino de servidumbre, decía al respecto: “Desde el momento en que se admite que el individuo no es sino un medio para servir los fines de una entidad superior, llámese ésta la sociedad o la nación, siguen inevitablemente todas aquellas características del totalitarismo que a nosotros nos horrorizan”.
Si bien el totalitarismo prohíbe el ejercicio de todos los derechos individuales, es importante destacar las restricciones parciales a la libertad y propiedad que gobiernos democráticos aplican mediante regulaciones legales en materia civil, política y económica, pues ese intervencionismo estatal no es otra cosa que un totalitarismo parcial. El pensador Ludwig von Mises lo advertía de esta manera en su obra Liberalismo: “En cuanto se abandona el principio de que el estado no debe intervenir en la vida privada de los ciudadanos, acabamos regulándosela a éstos hasta en los más mínimos detalles. Desaparece la libertad individual. El ser humano deviene esclavo de la comunidad, constreñido a obedecer los mandatos de la mayoría”.
En consecuencia, es posible que gobiernos electos democráticamente y que empiezan a aplicar medidas que van limitando cada vez más la esfera de los derechos individuales, terminen en tiranías, especialmente si surgen liderazgos de personajes que utilizan la demagogia y el fanatismo político como recurso para consolidar su poder. Friedrich Hayek lo planteaba de esta manera: “Así como el estadista demócrata que se decide a planificar la vida económica se verá pronto ante la alternativa de asumir poderes dictatoriales o abandonar sus proyectos, así el caudillo totalitario se vería en corto tiempo ante el dilema de pasar por encima de los principios morales corrientes, o fracasar. Esto explica por qué los hombres poco escrupulosos son los que cuentan con mayores oportunidades de éxito en una sociedad orientada hacia el totalitarismo”.
Por eso es típico de los regímenes con aspiraciones totalitarias la concentración del poder, con lo cual unos pocos deciden sobre la vida del resto. En Los Documentos Federalistas (Número 77, J. Madison) se hacía referencia a esto último: “La acumulación de todos los poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial en las mismas manos, sea en las de una persona, en las de algunas o en las de muchas, y sea por herencia, autodesignación o elección, puede ser considerada como la verdadera definición de la tiranía”.
Es verdad que se habla más de democracia que de república, lo cual ha llevado a gobiernos elegidos por el voto de sus ciudadanos a cometer excesos violando la forma republicana de gobierno. Hayek también advertía sobre esto: “No es el origen del poder lo que garantiza contra la arbitrariedad, sino las limitaciones que se le señalen para librarlo de todo cariz dictatorial”. La forma republicana de gobierno consiste en la separación, independencia y control recíproco de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, lo cual impide la concentración del poder. A su vez, el factor democrático implica la adopción de una legislación política competitiva que también impida la concentración del poder, generalmente en manos de los partidos políticos que a través de restricciones a la libertad de elegir y ser elegido monopolizan las candidaturas a cargos electivos y ubican a sus partidarios en cada uno de los tres poderes.
En un sistema republicano de gobierno con funcionarios electos mediante un proceso democrático competitivo y con una sociedad civil fuerte es más difícil la tentación totalitaria.
Gabriel C. Salvia es Director del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina y autor del informe Orwell en Cuba.
Este artículo fue originalmente publicado en portugués por la revista Leader (Instituto de Estudios Empresariales, Porto Alegre, Brasil www.iee.com.br)