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Monitoreo de la gobernabilidad democrática
Un mundo sin empresarios
(La Nación) Quizás habrá llegado el momento en que los que deban explicar mejor su rol sean los empresarios. En qué agregan valor a la sociedad en su conjunto y al circuito productivo en particular. En ese sentido, además de resultados incontrastables, se precisa una visión superadora.Por Tristán Rodríguez Loredo
(La Nación) Un hombre de negocios, un oportunista, un emprendedor, un cazafortunas, un heredero, un experto en mercados regulados o un auténtico líder. ¿Cuáles atributos son los que la sociedad identifica con el empresario argentino actual? Casi una verdad de Perogrullo, pero no por eso carente de sentido: es líder aquel que tiene seguidores. La visión y el carisma de un dirigente sirven de poco si no hay confianza depositada en su persona. En ese sentido, ¿podemos considerar al empresario como un líder?
El cine muchas veces retrató al hombre de negocios al filo de la caricatura. Pinceladas grotescas que unían algunas de las características más detestables del ser humano: egoísmo, vanidad, utilitarismo y avaricia. Cuando en el pasado Festival de Mar del Plata se presentó la película Industria Argentina, de Néstor Sánchez Sotelo, y dirección de Ricardo Díaz Iacoponi, la historia parecía repetirse. El argumento está presentado en el marco de la crisis de 2000, con la quiebra de muchas empresas. Una de ellas, la mediana Arlumar, quiebra, y los trabajadores, virtualmente en la calle, deciden ocupar la planta para oponerse a la quiebra y disposición de los activos de la compañía por el juzgado en cuestión. La película ingresa pronto en la conocida galería de personajes buenos y malos, héroes y villanos de la trama. Unos que defienden su dignidad enfrascada en fuentes de trabajo, y los otros, la aplicación estricta de la legislación: dura lex, sed lex . En el medio un gran ausente, o mejor dicho un protagonista desertor: el empresario. La reactivación de la planta a manos de quienes allí trabajaban implica un corolario clarísimo: no hace falta acudir a un empresario para producir. Si esto fuera así, automáticamente este "factor de producción" quedaría reducido a un rol parasitario, un mero intermediario y aprovechador de las plusvalías generadas. ¿Pero funciona realmente así?
El Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas por los Trabajadores (Mnfrt) se inició con la primera fábrica recuperada en la Argentina, en agosto de 2000, la ex Gip-Metal, en Sarandí. Con la conformación de la cooperativa de trabajo, primero, y la ley de expropiación, después, en diciembre de 2000, en enero de 2001 comenzó el trabajo de estos propietarios-obreros. Hoy el Mnfrt calcula en 130 las plantas que son autogestionadas en todo el país.
Para la cultura popular, el empresario ocupa un lugar ambiguo. Objeto de miradas cómplices en sus manejos con el poder de turno, la idea de un hábil componedor de contextos institucionales para extraer rentas, saca una cabeza de ventaja sobre el resto. En su visita virtual a la localidad tucumana de Lules, la Presidenta se refirió al empresario que estaba listo para compartir su experiencia a la teleplatea nacional como "el que pone la tarasca " (del viejo lunfardo, altas sumas de dinero) y a su compañero de fila, un empleado, como "el que realmente trabaja". Es decir, prima la idea del empresario como el capitalista: el que tiene (y arriesga) su dinero para que otros sean productivos, lo multipliquen y le acerquen ganancias. No parece haber en esta mirada la misma concepción que tenían otros padres de la economía moderna. John Maynard Keynes (1883-1946) que, como Borges, es mucho más citado que leído y comprendido en su contexto original, hablaba -a propósito de los "inversionistas"- de los "espíritus animales", o fuerzas casi instintivas que lo guían al hombre de negocios para emprender o quedar esperando otra oportunidad. Con el tiempo, esa definición básica fue decantando en términos más sofisticados: "clima de negocios" o "economía institucional". Para otro padre de la ciencia, Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el empresario es el motor del desarrollo económico. Su iniciativa emprendedora en la búsqueda constante de ventajas que se traduzcan en ganancias extraordinarias es la que permite que la economía dé saltos cualitativos. Es el héroe del crecimiento.
Para otros como Lenin, en cambio, el cálculo económico al infinito que realiza casi por deformación profesional lo llevaría a su autodestrucción: "Los capitalistas nos venderán la soga con la que los colgaremos". ¿Profecía autocumplida en tantos casos de degradación económica y contabilidad creativa?
En Lules, las empresas señaladas lo hacían arropadas por el aliento oficial, planes como Argentina Trabaja y programas como el Fondo del Bicentenario, entre otros. El empresario casi asumía un papel de reparto, de mero coordinador de todos esos recursos oficiales para llevar a buen puerto la potencia creadora de empleos.
Según la encuesta que mide la confianza depositada en las instituciones, que realiza anualmente TNS, en la Argentina, la última medición (febrero de 2012) arroja un lugar medio para las grandes empresas (31%) y los bancos (28%); bastante mejor que durante la crisis de 2002 (17 y 7%, respectivamente) y algo peor que el gobierno nacional (41% reciente contra 20% de hace una década), o la estrella del momento, el sistema de enseñanza (54%). Evidentemente, los empresarios no son considerados un gran problema, como otros colectivos en los que se deposita mucha más desconfianza que confianza, pero tampoco son vistos como vehículos para solucionar los problemas más relevantes.
Un lustro atrás, Horacio Verbitsky publicaba "Un mundo sin periodistas", libro en el que clamaba contra un sistema (y sus cultores) que desconfiaba sistemáticamente de los propósitos y los modus operandi de los profesionales de la información. Así como se llegó a considerar prescindible la función de los periodistas a favor de los métodos de comunicación sin intermediarios, quizás habrá llegado el momento en que los que deban explicar mejor su rol sean los empresarios. En qué agregan valor a la sociedad en su conjunto y al circuito productivo en particular. En ese sentido, además de resultados incontrastables, se precisa una visión superadora. Una mística, una razón para seguir luchando a diario y que exceda el beneficio individual. Volver a las fuentes, al desafío emprendedor que logre convencer antes que imponerse sobre el resto. Casi, una nueva utopía.
Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)
Tristán Rodríguez LoredoConsejero ConsultivoLicenciado en Economía y Master en Sociología (Universidad Católica Argentina). Master en Gestión de Empresas de Comunicación (Universidad de Navarra, España). Profesor en el Instituto de Comunicación Social (UCA) y en la Facultad de Comunicación (Universidad Austral). Fue Director Ejecutivo de la Asociación Cristiana Dirigentes de Empresa (ACDE). Como periodista profesional se desempeñó en El Cronista Comercial, Clarín, Editorial Atlántida, fue director de las revistas Negocios y Apertura y actualmente es editor y columnista en Editorial Perfil.
(La Nación) Un hombre de negocios, un oportunista, un emprendedor, un cazafortunas, un heredero, un experto en mercados regulados o un auténtico líder. ¿Cuáles atributos son los que la sociedad identifica con el empresario argentino actual? Casi una verdad de Perogrullo, pero no por eso carente de sentido: es líder aquel que tiene seguidores. La visión y el carisma de un dirigente sirven de poco si no hay confianza depositada en su persona. En ese sentido, ¿podemos considerar al empresario como un líder?
El cine muchas veces retrató al hombre de negocios al filo de la caricatura. Pinceladas grotescas que unían algunas de las características más detestables del ser humano: egoísmo, vanidad, utilitarismo y avaricia. Cuando en el pasado Festival de Mar del Plata se presentó la película Industria Argentina, de Néstor Sánchez Sotelo, y dirección de Ricardo Díaz Iacoponi, la historia parecía repetirse. El argumento está presentado en el marco de la crisis de 2000, con la quiebra de muchas empresas. Una de ellas, la mediana Arlumar, quiebra, y los trabajadores, virtualmente en la calle, deciden ocupar la planta para oponerse a la quiebra y disposición de los activos de la compañía por el juzgado en cuestión. La película ingresa pronto en la conocida galería de personajes buenos y malos, héroes y villanos de la trama. Unos que defienden su dignidad enfrascada en fuentes de trabajo, y los otros, la aplicación estricta de la legislación: dura lex, sed lex . En el medio un gran ausente, o mejor dicho un protagonista desertor: el empresario. La reactivación de la planta a manos de quienes allí trabajaban implica un corolario clarísimo: no hace falta acudir a un empresario para producir. Si esto fuera así, automáticamente este "factor de producción" quedaría reducido a un rol parasitario, un mero intermediario y aprovechador de las plusvalías generadas. ¿Pero funciona realmente así?
El Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas por los Trabajadores (Mnfrt) se inició con la primera fábrica recuperada en la Argentina, en agosto de 2000, la ex Gip-Metal, en Sarandí. Con la conformación de la cooperativa de trabajo, primero, y la ley de expropiación, después, en diciembre de 2000, en enero de 2001 comenzó el trabajo de estos propietarios-obreros. Hoy el Mnfrt calcula en 130 las plantas que son autogestionadas en todo el país.
Para la cultura popular, el empresario ocupa un lugar ambiguo. Objeto de miradas cómplices en sus manejos con el poder de turno, la idea de un hábil componedor de contextos institucionales para extraer rentas, saca una cabeza de ventaja sobre el resto. En su visita virtual a la localidad tucumana de Lules, la Presidenta se refirió al empresario que estaba listo para compartir su experiencia a la teleplatea nacional como "el que pone la tarasca " (del viejo lunfardo, altas sumas de dinero) y a su compañero de fila, un empleado, como "el que realmente trabaja". Es decir, prima la idea del empresario como el capitalista: el que tiene (y arriesga) su dinero para que otros sean productivos, lo multipliquen y le acerquen ganancias. No parece haber en esta mirada la misma concepción que tenían otros padres de la economía moderna. John Maynard Keynes (1883-1946) que, como Borges, es mucho más citado que leído y comprendido en su contexto original, hablaba -a propósito de los "inversionistas"- de los "espíritus animales", o fuerzas casi instintivas que lo guían al hombre de negocios para emprender o quedar esperando otra oportunidad. Con el tiempo, esa definición básica fue decantando en términos más sofisticados: "clima de negocios" o "economía institucional". Para otro padre de la ciencia, Joseph A. Schumpeter (1883-1950), el empresario es el motor del desarrollo económico. Su iniciativa emprendedora en la búsqueda constante de ventajas que se traduzcan en ganancias extraordinarias es la que permite que la economía dé saltos cualitativos. Es el héroe del crecimiento.
Para otros como Lenin, en cambio, el cálculo económico al infinito que realiza casi por deformación profesional lo llevaría a su autodestrucción: "Los capitalistas nos venderán la soga con la que los colgaremos". ¿Profecía autocumplida en tantos casos de degradación económica y contabilidad creativa?
En Lules, las empresas señaladas lo hacían arropadas por el aliento oficial, planes como Argentina Trabaja y programas como el Fondo del Bicentenario, entre otros. El empresario casi asumía un papel de reparto, de mero coordinador de todos esos recursos oficiales para llevar a buen puerto la potencia creadora de empleos.
Según la encuesta que mide la confianza depositada en las instituciones, que realiza anualmente TNS, en la Argentina, la última medición (febrero de 2012) arroja un lugar medio para las grandes empresas (31%) y los bancos (28%); bastante mejor que durante la crisis de 2002 (17 y 7%, respectivamente) y algo peor que el gobierno nacional (41% reciente contra 20% de hace una década), o la estrella del momento, el sistema de enseñanza (54%). Evidentemente, los empresarios no son considerados un gran problema, como otros colectivos en los que se deposita mucha más desconfianza que confianza, pero tampoco son vistos como vehículos para solucionar los problemas más relevantes.
Un lustro atrás, Horacio Verbitsky publicaba "Un mundo sin periodistas", libro en el que clamaba contra un sistema (y sus cultores) que desconfiaba sistemáticamente de los propósitos y los modus operandi de los profesionales de la información. Así como se llegó a considerar prescindible la función de los periodistas a favor de los métodos de comunicación sin intermediarios, quizás habrá llegado el momento en que los que deban explicar mejor su rol sean los empresarios. En qué agregan valor a la sociedad en su conjunto y al circuito productivo en particular. En ese sentido, además de resultados incontrastables, se precisa una visión superadora. Una mística, una razón para seguir luchando a diario y que exceda el beneficio individual. Volver a las fuentes, al desafío emprendedor que logre convencer antes que imponerse sobre el resto. Casi, una nueva utopía.
Fuente: La Nación (Buenos Aires, Argentina)