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Promoción de la Apertura Política en Cuba

17-10-2022

De Estados Unidos hacia Cuba: la política estratégica

La mano dura y los modales rudos ensayados por Donald Trump, y que venían de tiempos de J.F. Kennedy, no funcionaron como catalizadores de la democracia cubana, contrariamente al enfoque progresista de Barack Obama, que dio con un lenguaje moderado y unas acciones persuasivas. Dentro de ese camino, cuyas huellas quedaron trazadas, son varios los factores que pueden contribuir desde Estados Unidos al desarrollo y la democratización de Cuba.
Por Manuel Cuesta Morúa

En el libro de Charles A. Kupchan: How enemies become Friends, the sources of stable peace, se recoge la siguiente frase dicha por Barack Obama en su discurso inaugural de 2008: “Extenderles una mano a aquellas naciones que están en el lado equivocado de la historia si están dispuestas a abrir el puño”.  

Se iniciaba así una presidencia estratégica, importante en lo que toca a las relaciones con Cuba.

La política de Obama hacia Cuba se diseñó sobre dos tesis fuertes de este libro. Primera: una política de concesiones unilaterales apacigua al enemigo y, segunda: una fuerte inversión en la narrativa amigable es más productiva para alcanzar las metas de democratización, que por demás Obama dejaba en las manos más apropiadas: la de los cubanos.

El aislamiento, combinado con una política de acoso y derribo, no había conducido a la meta declarada de la política exterior de los Estados Unidos hacia la isla. Este era el argumento más sólido contra los críticos de ese giro copernicano.  

En honor a la verdad, Obama modificó en la práctica su mensaje. No esperó a que el gobierno cubano abriera el puño, sino que introdujo sus cambios sin que este modificara en un ápice su política.

Y este fue, a mi modo de ver, y para el caso de Cuba, su mayor acierto estratégico: desbordar al gobierno cubano en tres niveles primordiales: en el de las intenciones, en el de la voluntad de cambio y en el del lenguaje. Su impacto sobre la sociedad cubana ha sido irreversible.

Las políticas precedentes carecían de estrategia y confiaban en que el ejercicio duro del poder pondría fin al régimen. La política de Obama se situaba, no en los cuatro de una administración, sino a mediano y largo plazo.

¿Fracasó? No. Asumo que Obama intuía que semejante política podría poner fin tanto en el plano retórico como práctico a la identificación y percepción del pueblo y gobierno cubanos como enemigos de los Estados Unidos. Si el gobierno cubano seguía colocándose en el conveniente papel del enemigo, esto ya no era cierto con el pueblo.

Y este es el resultado más importante en los términos mismos de la meta estratégica estadounidense, que ni siquiera el retorno a las políticas duras de Donald Trump pudo reinstalar: la posibilidad de enmascarar el conflicto Estado-sociedad cubana en el conflicto entre los dos Estados llegó a su fin con esta concepción de política exterior. Cuba se abrió, y fue la sociedad.

La concepción dura del poder continúa con la lógica heredada de los tiempos de John F. Kennedy: la democracia instantánea, y los Estados Unidos jugando un papel protagónico. Pero Obama inauguró otra época. Son los cubanos quienes debemos gestionar los cambios y los Estados Unidos solo pueden estar ahí para lo que pueden y deben estar: para asistir y apoyar el proceso, cuya rapidez o lentitud depende de factores que los Estados Unidos no pueden, ni deberían intentar controlar.

Es sobre esta base duradera y de largo alcance, puesta a prueba aquí en las protestas de julio de 2021, que la administración de Joe Biden debería construir una tercera vía corregida hacia Cuba, con un enfoque que conecte la naturaleza de los regímenes con la política exterior.

Sanciones individuales

Al lado del diálogo sobre temas de seguridad en la región —migración, combate al tráfico de drogas o cambio climático— se debe sustituir el régimen de sanciones globales por uno de sanciones individuales, que ya se viene aplicando en algunos casos. Esto contribuye al continuo debilitamiento de identidades fuertes en Cuba como las que hay entre país, nación, Estado y gobierno, fortaleciendo la ciudadanía. Miguel Díaz-Canel tiene bastante difícil la posibilidad de identificarse y confundirse con la nación. 

Regresar y vigorizar la diplomacia pueblo a pueblo es otro imperativo. El poder blando se reveló como la mejor opción para deshacer la naturalización de una enemistad artificialmente construida entre ambos países. No se puede perder de vista que, a lo largo de al menos tres generaciones, se instaló la narrativa de que Cuba y los Estados Unidos eran enemigos históricos.

Un tercer paso en esta nueva matriz debería elevar el reconocimiento político a la oposición y cívico a la sociedad civil. Es importante pasar a un escenario más público y formal de interlocución. Pienso que esto es hoy muy importante: apunta a aprovechar el creciente vacío de legitimidad y legitimación del régimen, acelerado después del 11 de julio de 2021. No deben caber dudas de que el cubano es el gobierno de una minoría desde la minoría.

Un cuarto elemento pasa por el empoderamiento del sector privado, esencial para la creación de clases medias. No soy tan optimista de pensar que por sí mismas las clases medias llevan a la democracia. Lo que sí parece evidente es que fomentan el pluralismo económico y social, y alimentan la tensión necesaria entre Estado y agentes económicos autónomos.

Un quinto ángulo pasa por desbilateralizar la agenda de la democratización. Lo que inició Obama puede articularse con la propuesta norteamericana de alianza democrática global, a la que parece sumarse Alemania, para frenar la ola mundial de autocracias. La ayuda y la apuesta a la democratización de Cuba se debería inscribir en la propuesta de democratización en todas las sociedades.

En un sexto punto, conviene plantearse la visión del cambio en Cuba como proceso. Cuba ha estado más cerca de la democracia en los últimos seis años, a pesar de Donald Trump, que en cualquier momento de los anteriores 59 años.

Pero el régimen cubano logra siempre una ventaja estratégica al vender el relato de que el debate por la democracia en Cuba es uno por la soberanía entre dos Estados. Con ello logra desnacionalizar la discusión democrática y paralizar, ya no solo la acción democrática, sino los amagos de reforma al interior del régimen.

La mentalidad de proceso, sin embargo, acelera la democratización –aunque parezca paradójico- y autentifica el cambio. Porque solo un proceso es capaz de involucrar a sus destinatarios, el pueblo cubano, despejando los obstáculos paralizadores que provocan los nacionalismos duros sobre la diversidad y la pluralidad.

El estallido social del 11J, que expuso los quiebres profundos entre la sociedad y el gobierno, puede ser canalizado ahora desde dentro y con una estrategia inteligente de cambio democrático que forje un movimiento inclusivo, institucionalizado y de amplia base social.

Séptimo. Es crucial que el lenguaje político se vaya desarmando. Las retóricas duras casi siempre sirven para esconder las debilidades conceptuales y estratégicas en los diseños políticos. Yo diría más: las retóricas suaves son más certeras, llegan más hondo y evitan las distracciones psicológicas defensivas que generan las prácticas tóxicas del insulto y la amenaza entre y dentro de los Estados.

Lo más importante: las retóricas duras no son prácticas para resolver conflictos. Como me decía un viejo profesor de relaciones internacionales: a la raíz solo se llega con moderación.

Este cambio de lenguaje es básico para interactuar desde el exterior con una sociedad cubana más diversa y plural, con intereses disímiles, con una nueva generación que se ha subido aceleradamente al escenario público y con una élite cuyas tensiones y fragmentación reflejan las corrientes de cambio subyacentes. Nunca como antes las palabras son los hechos.

El dilema del embargo

Finalmente. ¿Cómo enfocar el tema del embargo en este nuevo escenario? Este tema sigue siendo pertinente. Pero la conversación debe ser calibrada y equilibrada.

Hay una asimetría lógica entre la campaña contra el embargo que lidera el gobierno cubano y el proceso político mismo, complejo, que puede llevar a su eliminación. Si la determinación sobre el embargo estuviera en manos del Ejecutivo norteamericano, semejante campaña tendría coherencia y consistencia políticas, porque la probabilidad decisoria la haría viable.

Esto es bien conocido, pero lo que se pierde de vista es que el gobierno también lo conoce y lo utiliza por motivos distintos al interés primario de eliminar el embargo. Funciona, y perfectamente, como distracción política y diplomática para ocultar sus propias responsabilidades y congelar la diplomacia democrática en el seno de organismos multilaterales como Naciones Unidas.

¿Tiene el gobierno cubano algún grupo de abogados en Washington que trabaje sistemáticamente con el Congreso para pasar una legislación que elimine el embargo? La respuesta es consabida. En este punto el gobierno cubano prefiere invertir más en la propaganda que en alcanzar objetivos políticos concretos.

En la narrativa, el embargo sirve también al gobierno para nublar sus insuficiencias estructurales en ámbitos tan importantes como el de la satisfacción de las necesidades básicas de la economía cubana, que es una economía 1.0. Y es que el embargo no le ha impedido ni le impide importar de Estados Unidos bienes elementales, cuya dinámica se oculta bien en la discusión pública.

Las preguntas que en todo momento surgen son: ¿Le interesa realmente al gobierno cubano el levantamiento del embargo? ¿Le conviene en efecto? Tengo dudas. De ahí el análisis calibrado, con independencia de razones éticas, que me parece requiere el análisis en términos políticos.

Calibrado también significa que pedir la democratización de Cuba no debería ligarse a la eliminación o no del embargo. Si la política de Obama demostró algo es que las reformas en Cuba no tienen más obstáculos que la voluntad política del gobierno. Si las protestas de julio dejaron alguna claridad es que la sociedad cubana, ya abierta, quiere y entiende que es posible el cambio con independencia de los Estados Unidos.

Si decimos y asumimos que la solución del problema de Cuba corresponde y es asunto exclusivo de los cubanos, no deberíamos confundir las condiciones facilitantes con las condiciones necesarias. En mi perspectiva, hay solo dos razones para oponerse al embargo. Una responde al multilateralismo del orden internacional y la otra es ética.

Con Cuba solo cabe un enfoque estratégico de política exterior. Muy necesario en todo el mundo también.

Manuel Cuesta Morúa es activista e historiador. Fundador y actual presidente del Arco Progresista, que reúne a agrupaciones de tendencia socialdemócrata.

Manuel Cuesta Morúa
Manuel Cuesta Morúa
Historiador, politólogo y ensayista. Portavoz del Partido Arco Progresista, Ha escrito numerosos ensayos y artículos, y publicado en varias revistas cubanas y extranjeras, además de participar en eventos nacionales e internacionales. En 2016 recibió el Premio Ion Ratiu que otorga el Woodrow Wilson Center.
 
 
 

 
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