Artículos
Monitoreo de la gobernabilidad democrática
Un asalto al corazón de la democracia liberal
Aquellos fuera de Estados Unidos que valoran la democracia y los derechos humanos, por el propio bien de Estados Unidos y por su poder e influencia en todo el mundo, han expresado una tremenda preocupación. Los líderes electos de muchos países democráticos, así como intelectuales y activistas fuera de Estados Unidos, no han dudado en condenar la clara incitación de Donald Trump al odio y la insurrección. La Organización de Estados Americanos también condenó la violencia de las turbas.Por Sybil Rhodes
El pasado miércoles 6 de enero en Washington, DC, una turba violenta invadió el Capitolio impulsada por un presidente que intentó patear el tablero en lugar de admitir que perdió el juego, como un niño pequeño en un ataque de rabia. Este episodio en los Estados Unidos es evidencia de que la escalada de dinámicas políticas desagradables hacia la violencia puede ocurrir en cualquier lugar. Los demagogos sin escrúpulos pueden aprovecharse del miedo y la ira de la gente y los arribistas cínicos pueden unirse felizmente, mientras que los meramente complacientes descubren finalmente que incluso las instituciones públicas fuertes y las sociedades prósperas, cooperativas y tolerantes pueden llegar a un punto de ruptura.
Entre los conceptos que los analistas están empleando para explicar lo que sucedió en Washington están "autogolpe" y "putsch". En los últimos cuatro años, los estadounidenses se han acostumbrado a usar palabras como “populismo” y “fascismo”, etiquetas que antes solo se usaban para describir la política en países extranjeros.
Es fácil criticar la corrupción, la intolerancia, la hipocresía y la incitación a la violencia que muestran los oponentes políticos. Se requiere valor real para reconocerlos del lado de uno y aún más para admitir los propios errores.
Afortunadamente para la democracia de Estados Unidos, cuando finalmente la cosa pasó a mayores, un número significativo de republicanos y conservadores dieron un paso al frente para defender la integridad de la elección del presidente entrante Joseph Biden. Entre ellos se incluyen los miembros de la Corte Suprema y los tribunales inferiores, algunos gobernadores republicanos, algunos miembros de gabinetes anteriores y del actual, algunos periodistas y, por último, pero de manera crucial, el vicepresidente y el líder de la mayoría del Senado. Puede que lo hayan hecho demasiado tarde para que los elogien los demócratas o progresistas, pero no es demasiado tarde para preservar la integridad del proceso electoral.
Aquellos fuera de Estados Unidos que valoran la democracia y los derechos humanos, por el propio bien de Estados Unidos y por su poder e influencia en todo el mundo, han expresado una tremenda preocupación. Los líderes electos de muchos países democráticos, así como intelectuales y activistas fuera de Estados Unidos, no han dudado en condenar la clara incitación de Donald Trump al odio y la insurrección. La Organización de Estados Americanos también condenó la violencia de las turbas.
Lamentablemente, el presidente brasileño Jair Bolsonaro no ha criticado a Trump ni siquiera ahora, y el presidente mexicano López Obrador parecía más preocupado por las decisiones de las empresas tecnológicas de cortar las cuentas de Donald Trump en las redes sociales que por la violencia política o las amenazas a la democracia.
Dado que parece probable que Estados Unidos encuentre la salida de esta crisis y proteja su integridad electoral, la mejor manera de avanzar para la comunidad internacional de derechos humanos tiene dos partes.
En primer lugar, debemos continuar trabajando juntos para aprender a navegar los desafíos a la civilidad pública planteados por la desinformación deliberada, las redes sociales y otras nuevas tecnologías. No hay respuestas fáciles. Los autócratas de todo el mundo preferirían controlar directamente los medios de comunicación. Pero que Facebook y Twitter censuren a Trump probablemente solo echará leña al fuego.
Segundo, debemos continuar argumentando que las instituciones políticas liberales son la mejor solución que las diversas sociedades humanas han desarrollado para vivir juntas en paz. No podemos esperar demasiado de ellos: en Estados Unidos, por ejemplo, llevará mucho tiempo curar las tensiones raciales. En los países de América Latina, es un difícil camino hacia la inclusión social y económica. Pero las elecciones libres y justas y el respeto de los derechos humanos básicos son un gran logro de la humanidad y están disponibles universalmente.
Si hay algo positivo en la situación de Estados Unidos será la reducción de la complacencia con estos valores, dentro y fuera de ese país.
Sybil RhodesPresidenteDirectora del Departamento de Ciencias Políticas y Jurídicas de la Universidad del CEMA, y de la Licenciatura en Relaciones Internacionales y la Maestría en Estudios Internacionales. Tiene un doctorado y una maestría en Ciencia Política (Stanford University), y es Lic. en Estudios Latinoamericanos (University of North Carolina at Chapel Hill). Se especializa en relaciones internacionales y política comparada.
El pasado miércoles 6 de enero en Washington, DC, una turba violenta invadió el Capitolio impulsada por un presidente que intentó patear el tablero en lugar de admitir que perdió el juego, como un niño pequeño en un ataque de rabia. Este episodio en los Estados Unidos es evidencia de que la escalada de dinámicas políticas desagradables hacia la violencia puede ocurrir en cualquier lugar. Los demagogos sin escrúpulos pueden aprovecharse del miedo y la ira de la gente y los arribistas cínicos pueden unirse felizmente, mientras que los meramente complacientes descubren finalmente que incluso las instituciones públicas fuertes y las sociedades prósperas, cooperativas y tolerantes pueden llegar a un punto de ruptura.
Entre los conceptos que los analistas están empleando para explicar lo que sucedió en Washington están "autogolpe" y "putsch". En los últimos cuatro años, los estadounidenses se han acostumbrado a usar palabras como “populismo” y “fascismo”, etiquetas que antes solo se usaban para describir la política en países extranjeros.
Es fácil criticar la corrupción, la intolerancia, la hipocresía y la incitación a la violencia que muestran los oponentes políticos. Se requiere valor real para reconocerlos del lado de uno y aún más para admitir los propios errores.
Afortunadamente para la democracia de Estados Unidos, cuando finalmente la cosa pasó a mayores, un número significativo de republicanos y conservadores dieron un paso al frente para defender la integridad de la elección del presidente entrante Joseph Biden. Entre ellos se incluyen los miembros de la Corte Suprema y los tribunales inferiores, algunos gobernadores republicanos, algunos miembros de gabinetes anteriores y del actual, algunos periodistas y, por último, pero de manera crucial, el vicepresidente y el líder de la mayoría del Senado. Puede que lo hayan hecho demasiado tarde para que los elogien los demócratas o progresistas, pero no es demasiado tarde para preservar la integridad del proceso electoral.
Aquellos fuera de Estados Unidos que valoran la democracia y los derechos humanos, por el propio bien de Estados Unidos y por su poder e influencia en todo el mundo, han expresado una tremenda preocupación. Los líderes electos de muchos países democráticos, así como intelectuales y activistas fuera de Estados Unidos, no han dudado en condenar la clara incitación de Donald Trump al odio y la insurrección. La Organización de Estados Americanos también condenó la violencia de las turbas.
Lamentablemente, el presidente brasileño Jair Bolsonaro no ha criticado a Trump ni siquiera ahora, y el presidente mexicano López Obrador parecía más preocupado por las decisiones de las empresas tecnológicas de cortar las cuentas de Donald Trump en las redes sociales que por la violencia política o las amenazas a la democracia.
Dado que parece probable que Estados Unidos encuentre la salida de esta crisis y proteja su integridad electoral, la mejor manera de avanzar para la comunidad internacional de derechos humanos tiene dos partes.
En primer lugar, debemos continuar trabajando juntos para aprender a navegar los desafíos a la civilidad pública planteados por la desinformación deliberada, las redes sociales y otras nuevas tecnologías. No hay respuestas fáciles. Los autócratas de todo el mundo preferirían controlar directamente los medios de comunicación. Pero que Facebook y Twitter censuren a Trump probablemente solo echará leña al fuego.
Segundo, debemos continuar argumentando que las instituciones políticas liberales son la mejor solución que las diversas sociedades humanas han desarrollado para vivir juntas en paz. No podemos esperar demasiado de ellos: en Estados Unidos, por ejemplo, llevará mucho tiempo curar las tensiones raciales. En los países de América Latina, es un difícil camino hacia la inclusión social y económica. Pero las elecciones libres y justas y el respeto de los derechos humanos básicos son un gran logro de la humanidad y están disponibles universalmente.
Si hay algo positivo en la situación de Estados Unidos será la reducción de la complacencia con estos valores, dentro y fuera de ese país.