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Monitoreo de la gobernabilidad democrática
Un llamado a las disposiciones democráticas
Para asegurar que mantengamos una democracia estable hacia adelante, tal vez deberíamos recordar algunas páginas de nuestro pasado y trabajar activamente para preservar las disposiciones democráticas. Hábitos, después de todo, son formados por la práctica, y se pueden perder con el tiempo.Por Greg Ross
En 1835, sólo 59 años después de que Estados Unidos declaró su independencia, Alexis de Tocqueville publicó su libro La democracia en América. “La república democrática en los Estados Unidos sigue existiendo”, escribe el francés, presentando el libro como una teoría de la sobrevivencia de la democracia estadounidense.
Tocqueville poseía varios aspectos admirables, entre ellos su perspectiva como lugareño en suelo extranjero. Pero también tomó un interés particular en el ciudadano de a pie. Al preguntar cómo se sostenía la democracia en Estados Unidos, hizo caso de no sólo las instituciones importantes como un poder judicial independiente, sino también de los “hábitos” particulares de los ciudadanos. Para Tocqueville, las disposiciones democráticas del ciudadano promedio fueron fundamentales para la fortaleza y el futuro de la democracia.
Estuve pensando en Tocqueville este noviembre, mientras trabajaba en el lugar de votación local como juez de elección. Dada la pandemia y la tensa atmósfera política, llegué a las urnas por la mañana el 3 de noviembre con unas inquietudes. Pero con el paso de cada hora, cada votante que le ayudé a registrarse podía ejercer su derecho de votar segura y eficientemente. Para el final del día, salí con el sentimiento de que la democracia era tan fuerte como nunca.
De verdad, las elecciones fueron libres e imparciales y un triunfo para la democracia estadounidense. Rompió el récord de número de votantes, con 80 millones de votos para el presidente electo Biden, diez millones más que la marca de 2008. Más del 65 por ciento de ciudadanos en condiciones de votar lo hicieron, la cifra más alta en más de un siglo. A pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, la votación temprana y por correo facilitó la habilidad de votar por todo el país y marcó pasos positivos hacia un electorado expandido en los años que vienen.
Sin embargo, durante unos días después, la narrativa de este éxito democrático fue enterrada por acusaciones infundadas de fraude. Pero el poder de defender nuestras instituciones democráticas no pertenece al presidente, sino a oficiales en cada estado del país. El colegio electoral es un sistema descentralizado, administrado bajo la autoridad de diversas capitales estatales del país. La legitimidad del sistema viene del pueblo, en vez del ejecutivo en Washington. Los oficiales de cada estado certifican el resultado de los votos, y son ellos, desde Georgia hasta Michigan, quienes tienen que cumplir con sus obligaciones constitucionales.
Como diría Tocqueville, las disposiciones de aquellos ciudadanos —los funcionarios electorales, burócratas y oficiales locales, o más al punto, el pueblo— dirigen el camino de la democracia. Si esas disposiciones permanecen democráticas, la democracia vive para ver otro día.
Un evento de IDEA Internacional el pasado 19 de noviembre afirmó la importancia del compromiso diario con la democracia por el electorado entero. Panelistas enfatizaron las tendencias globales hacia la autocratización. Ann Linde, la ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, llamó la atención al aumento del autoritarismo para advertir de la necesidad de “actuar y formular una narrativa en contra de estas tendencias negativas”.
En Estados Unidos, a raíz de acusaciones falsas de fraude, unas encuestas dicen que casi la tercera parte del electorado cree que el resultado electoral fue por el fraude. Más preocupante es que uno de cada diez personas dice que el presidente saliente no debe reconocer su derrota “no importa lo que pasa”. El deterioro de normas democráticas es global. América Latina ha visto una pérdida de convicción en los méritos de la democracia, con encuestas por la región mostrando que menos que la mitad de la población cree que el gobierno democrático es mejor que otras formas de gobernanza. Algunos países quedan mejor que otros; el 59 por ciento de argentinos que apoya la democracia más que otros sistemas, por ejemplo, comparado con el 43 por ciento de paraguayos. Pero cuando el apoyo del electorado cae tan bajo, ambiciones autoritarias puedan corroer instituciones democráticas con menos resistencia.
Kevin Casas-Zamora, el secretario general de IDEA Internacional, resumió algunos pasos importantes para que “la democracia se pueda reformar y revitalizar” durante el próximo cuarto siglo. Describió la sensatez de tomar “lecciones de la experiencia democrática de todas partes del mundo”; de “utilizar ese conocimiento y ponerlo en manos de líderes y activistas”; de “monitorear continuamente la salud de sistemas políticos”; de “acompañar los procesos de la construcciones de la democracia y prestar nuestros consejos imparciales y empíricos”; de “hablar abiertamente en defensa de los valores democráticos”; y de “insistir que la democracia es un bien público global que requiere acción multilateral”.
Todos sus comentarios apuntaron al mismo fin: La voluntad del pueblo protege la democracia contra un grupo selecto de abusadores. Tal voluntad es cultivada por las disposiciones democráticas de todos y cada uno de los ciudadanos.
Tocqueville, en La Democracia en América, también recurrió a la historia para entender la nueva nación estadounidense. Incluso durante “el apogeo del poder de los césares”, escribió, los distintos rincones del Imperio romano “conservaban aún usos y costumbres diversos” con sus “municipios activos y pujantes”, prestando a cada parte un pedazo de independencia. Aunque el poder de Roma era “el árbitro último de todas las cuestiones, los detalles de la vida social y de la existencia individual escapaban por lo común a su control”.
Para asegurar que mantengamos una democracia estable hacia adelante, tal vez deberíamos recordar algunas páginas de nuestro pasado y trabajar activamente para preservar las disposiciones democráticas. Hábitos, después de todo, son formados por la práctica, y se pueden perder con el tiempo. Por reafirmar nuestras disposiciones democráticas, protejamos la inviolabilidad del voto en el futuro.
Greg RossEstudiante de posgrado en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins. Es Asistente de Investigaciones en el Proyecto Argentina del Wilson Center en Washington D.C., ex-becario Fulbright en Paraguay y ex-Pasante Internacional en CADAL. Se recibió en la Universidad de Chicago en 2018.
En 1835, sólo 59 años después de que Estados Unidos declaró su independencia, Alexis de Tocqueville publicó su libro La democracia en América. “La república democrática en los Estados Unidos sigue existiendo”, escribe el francés, presentando el libro como una teoría de la sobrevivencia de la democracia estadounidense.
Tocqueville poseía varios aspectos admirables, entre ellos su perspectiva como lugareño en suelo extranjero. Pero también tomó un interés particular en el ciudadano de a pie. Al preguntar cómo se sostenía la democracia en Estados Unidos, hizo caso de no sólo las instituciones importantes como un poder judicial independiente, sino también de los “hábitos” particulares de los ciudadanos. Para Tocqueville, las disposiciones democráticas del ciudadano promedio fueron fundamentales para la fortaleza y el futuro de la democracia.
Estuve pensando en Tocqueville este noviembre, mientras trabajaba en el lugar de votación local como juez de elección. Dada la pandemia y la tensa atmósfera política, llegué a las urnas por la mañana el 3 de noviembre con unas inquietudes. Pero con el paso de cada hora, cada votante que le ayudé a registrarse podía ejercer su derecho de votar segura y eficientemente. Para el final del día, salí con el sentimiento de que la democracia era tan fuerte como nunca.
De verdad, las elecciones fueron libres e imparciales y un triunfo para la democracia estadounidense. Rompió el récord de número de votantes, con 80 millones de votos para el presidente electo Biden, diez millones más que la marca de 2008. Más del 65 por ciento de ciudadanos en condiciones de votar lo hicieron, la cifra más alta en más de un siglo. A pesar de las limitaciones impuestas por la pandemia, la votación temprana y por correo facilitó la habilidad de votar por todo el país y marcó pasos positivos hacia un electorado expandido en los años que vienen.
Sin embargo, durante unos días después, la narrativa de este éxito democrático fue enterrada por acusaciones infundadas de fraude. Pero el poder de defender nuestras instituciones democráticas no pertenece al presidente, sino a oficiales en cada estado del país. El colegio electoral es un sistema descentralizado, administrado bajo la autoridad de diversas capitales estatales del país. La legitimidad del sistema viene del pueblo, en vez del ejecutivo en Washington. Los oficiales de cada estado certifican el resultado de los votos, y son ellos, desde Georgia hasta Michigan, quienes tienen que cumplir con sus obligaciones constitucionales.
Como diría Tocqueville, las disposiciones de aquellos ciudadanos —los funcionarios electorales, burócratas y oficiales locales, o más al punto, el pueblo— dirigen el camino de la democracia. Si esas disposiciones permanecen democráticas, la democracia vive para ver otro día.
Un evento de IDEA Internacional el pasado 19 de noviembre afirmó la importancia del compromiso diario con la democracia por el electorado entero. Panelistas enfatizaron las tendencias globales hacia la autocratización. Ann Linde, la ministra de Asuntos Exteriores de Suecia, llamó la atención al aumento del autoritarismo para advertir de la necesidad de “actuar y formular una narrativa en contra de estas tendencias negativas”.
En Estados Unidos, a raíz de acusaciones falsas de fraude, unas encuestas dicen que casi la tercera parte del electorado cree que el resultado electoral fue por el fraude. Más preocupante es que uno de cada diez personas dice que el presidente saliente no debe reconocer su derrota “no importa lo que pasa”. El deterioro de normas democráticas es global. América Latina ha visto una pérdida de convicción en los méritos de la democracia, con encuestas por la región mostrando que menos que la mitad de la población cree que el gobierno democrático es mejor que otras formas de gobernanza. Algunos países quedan mejor que otros; el 59 por ciento de argentinos que apoya la democracia más que otros sistemas, por ejemplo, comparado con el 43 por ciento de paraguayos. Pero cuando el apoyo del electorado cae tan bajo, ambiciones autoritarias puedan corroer instituciones democráticas con menos resistencia.
Kevin Casas-Zamora, el secretario general de IDEA Internacional, resumió algunos pasos importantes para que “la democracia se pueda reformar y revitalizar” durante el próximo cuarto siglo. Describió la sensatez de tomar “lecciones de la experiencia democrática de todas partes del mundo”; de “utilizar ese conocimiento y ponerlo en manos de líderes y activistas”; de “monitorear continuamente la salud de sistemas políticos”; de “acompañar los procesos de la construcciones de la democracia y prestar nuestros consejos imparciales y empíricos”; de “hablar abiertamente en defensa de los valores democráticos”; y de “insistir que la democracia es un bien público global que requiere acción multilateral”.
Todos sus comentarios apuntaron al mismo fin: La voluntad del pueblo protege la democracia contra un grupo selecto de abusadores. Tal voluntad es cultivada por las disposiciones democráticas de todos y cada uno de los ciudadanos.
Tocqueville, en La Democracia en América, también recurrió a la historia para entender la nueva nación estadounidense. Incluso durante “el apogeo del poder de los césares”, escribió, los distintos rincones del Imperio romano “conservaban aún usos y costumbres diversos” con sus “municipios activos y pujantes”, prestando a cada parte un pedazo de independencia. Aunque el poder de Roma era “el árbitro último de todas las cuestiones, los detalles de la vida social y de la existencia individual escapaban por lo común a su control”.
Para asegurar que mantengamos una democracia estable hacia adelante, tal vez deberíamos recordar algunas páginas de nuestro pasado y trabajar activamente para preservar las disposiciones democráticas. Hábitos, después de todo, son formados por la práctica, y se pueden perder con el tiempo. Por reafirmar nuestras disposiciones democráticas, protejamos la inviolabilidad del voto en el futuro.