Diálogo Latino Cubano
Promoción de la Apertura Política en Cuba
Faltan muchas firmas
Los intelectuales uruguayos de izquierda no deberían temer caer en “la trampa de la equiparación”, sino asumir su condición de tales y responder al mandato de su conciencia, sin dejarse condicionar por circunstancias partidarias, estratégicas o cualquier otro artificio que desvirtué su principal deber para con su comunidad.Por Hugo Machín Fajardo
Faltan muchas firmas en el pronunciamiento sobre Cuba suscrito el 26 de marzo
de 2010 por ocho intelectuales de izquierda de Uruguay.
Me refiero a los intelectuales de izquierda desde que quienes no se
consideren tales, no tendrían la obligación moral de pronunciarse al
respecto.
Pero los intelectuales uruguayos de izquierda, sí. En especial aquellos que
han dedicado años al estudio del pasado reciente y desde la historia, la
filosofía, la filosofía moral, la sociología y la ciencia política, han
desarrollado una labor de recordación y custodia de la memoria.
En Uruguay los intelectuales han tenido un papel gravitante. Sea desde su
labor genuina, sea desde la actuación pública: José Pedro Varela (1845-1879) y
Bernardo Berro (1803-1868). Uno, tras estudiar la realidad nacional, por medio
de la túnica blanca y la moña azul, colocó a la educación pública como motor de
desarrollo, unificación y democratización del país creado medio siglo antes. El
otro, el “puritano en la tormenta”, al decir de Carlos Real de Azúa (1916–1977),
es el intelectual que asume el compromiso político hasta sus últimas
consecuencias. El mismo Real de Azúa, en el siglo pasado, es un ejemplo del
intelectual capaz de repensarse. Supo en los años treinta desfilar por la
avenida 18 de Julio con la camisa azul de la falange española y, décadas
después, en 1970, redactar el documento fundacional del Frente Amplio.
Los intelectuales de izquierda en Uruguay durante el siglo XX, interpelaron a
la sociedad, tomaron distancia del poder estatal, contribuyeron a la formas de
acción colectiva, investigaron, dudaron, elaboraron y, en general, puede decirse
que cumplieron con el propósito de evidenciar iniquidades y proponer los cambios
necesarios a situaciones que vulneraran derechos elementales.
También cometieron gruesos errores, y tuvieron diferentes responsabilidades
en el desprecio por la democracia y el estímulo a la violencia, instilados desde
los años sesenta, que contribuyeron a debilitar las defensas ante lo que sería,
a partir de 1973, la instauración de una dictadura.
¿Por qué la condescendencia con el régimen de Cuba? La experiencia histórica
cubana puede sintetizarse en la lucha de una guerrilla contra una dictadura; la
sustitución de aquella por un gobierno caudillista basado en el vigoroso carisma
de Fidel Castro; una gran repercusión inicial en la región, que rápidamente fue
aprovechada para dotar al continente de un discurso político a partir de una
plataforma democrático-nacionalista; una injerencia política y militar-
acompañada de un vocabulario teórico-conceptual- en prácticamente todos los
países latinoamericanos con excepción de México; un modelo de relaciones entre
Estado y sociedad en la búsqueda del socialismo que progresivamente -con énfasis
a partir de 1975- fue deslizándose hacia la dictadura de partido único de
acuerdo al modelo leninista.
En 2010 podría pensarse que los intelectuales uruguayos de izquierda
mantienen una devoción fanática por los primeros años de la revolución cubana
como autoapoyo de sus propias utopías juveniles. Fue el caso de Mario Benedetti,
quien se fue sin condenar –como él sabía hacerlo- a la dictadura más larga que
haya conocido Latinoamérica. "Mario representa la esperanza revolucionaria de
América Latina, pero también la parte más oscura de los regímenes de izquierda",
afirmó al despedirle, Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya residente en
España.
Sería muy extenso enumerar las violaciones a los derechos humanos en Cuba. El
régimen jurídico vigente es el origen de esas violaciones. Montesquieu no
existe. En materia de libertad de expresión Cuba ocupó el penúltimo lugar en 167
países, solo superada por China, según Reporteros Sin Fronteras (RSF), que
considera a la isla caribeña la tercera mayor cárcel del mundo para periodistas,
con 25 reporteros encarcelados, 19 de ellos con problemas de salud.
La Habana no reconoce presos políticos -unos 200 según la disidencia- y los
opositores equivalen a “mercenarios” de Washington.
Entre 1976 y 1977, la dictadura de Jorge R. Videla hizo desaparecer a 148
uruguayos de más de 200 secuestrados en Argentina. Es particularmente trágica la
adhesión al régimen cubano de muchos de los sobrevivientes, quienes luego de ser
bárbaramente torturados y clandestinamente trasladados a Uruguay en el marco del
Plan Cóndor, pasaron años detenidos en cárceles uruguayas. Y en ese negacionismo
tienen responsabilidad varios intelectuales de memoria hemipléjica, que han
hecho suya la causa de esos uruguayos desaparecidos en Argentina. No pueden
desconocer, 34 años después, lo que cualquier estudiante rioplatense de
relaciones internacionales sabe: que el gobierno cubano, en esos mismos años en
que la dictadura de Videla desaparecía a miles de jóvenes, reiteradamente se
oponía, en conjunto con la ex URSS, a cualquier propuesta realizada en la ONU
que incluyera a Argentina en la nómina de países que violaban los DDHH. No se
puede ignorar hoy que en 1979 Fidel Castro invitó al dictador Videla a concurrir
a la VI Conferencia Cumbre de Países No Alineados de La Habana. No solamente
existe documentación textual, también hay fotografías. Como la del canciller
genocida Nicanor Costa Méndez abrazado a Fidel Castro, en incomprensible
regocijo ante la tragedia de Las Malvinas, en 1982.
Estos intelectuales evocan el pasado no para intentar conocer la verdad, sino
para conservar selectivamente lo que entienden son sus valores. ¿Han perdido la
memoria o sus principios ideológicos les impiden estudiar el pasado para extraer
enseñanzas aplicables al presente? No deben confundirse distintas realidades
históricas, pero deben distinguirse, ayer y hoy, quiénes son verdugos y quiénes
víctimas.
Marek Edelman (1922-2009) uno de los líderes del levantamiento del Gueto de
Varsovia (1943), contra la ocupación nazi, posteriormente eminencia médica y
opositor a la dictadura comunista en Polonia, a principios de los noventa
advirtió que la guerra en Bosnia –Herzegovina (1992-1995), fue “una victoria
póstuma de Hitler”. Tzvetan Todorov, el filósofo e historiador búlgaro radicado
en Francia, asegura que en ese juicio Edelman, no está reivindicándose como
víctima del nazismo y del estalinismo, sino recordando el nexo común entre los
nazis y quienes, medio siglo después, reiteraron el crimen de lesa humanidad
conocido como limpieza étnica. Edelman va al pasado para actuar en el
presente.
Los intelectuales uruguayos de izquierda no deberían temer caer en “la trampa
de la equiparación”, sino asumir su condición de tales y responder al mandato de
su conciencia, sin dejarse condicionar por circunstancias partidarias,
estratégicas o cualquier otro artificio que desvirtué su principal deber para
con su comunidad.
En definitiva, no deberían permitir que la actual dictadura de los hermanos
Castro sea una victoria póstuma de las horrendas dictaduras de los años 70-80 en
el Cono Sur.
Hugo Machín FajardoRedactor Especial del Portal Análisis LatinoPeriodista desde 1969, una forzada interrupción entre 1973 -1985, no le impidió ejercer el periodismo clandestino. Secuestrado en 1981 por la dictadura uruguaya, permaneció desaparecido y torturado hasta 1982, en que fue recluido en el Penal de Libertad hasta 1985. Ex -docente de periodismo en Universidad ORT, de Montevideo. Ex vicepresidente de la Asociación de la Prensa Uruguaya (APU). Jurado del Premio Periodismo para la Tolerancia, 2004, de la Federación Internacional de Periodistas (FIP) /Unión Europea. Coordinó "Periodismo e Infancia-2005". Integró diversas redacciones periodísticas de medios y agencias de noticias en Montevideo, Uruguay. Actualmente se desempeña como free -lance.
Faltan muchas firmas en el pronunciamiento sobre Cuba suscrito el 26 de marzo de 2010 por ocho intelectuales de izquierda de Uruguay.
Me refiero a los intelectuales de izquierda desde que quienes no se consideren tales, no tendrían la obligación moral de pronunciarse al respecto.
Pero los intelectuales uruguayos de izquierda, sí. En especial aquellos que han dedicado años al estudio del pasado reciente y desde la historia, la filosofía, la filosofía moral, la sociología y la ciencia política, han desarrollado una labor de recordación y custodia de la memoria.
En Uruguay los intelectuales han tenido un papel gravitante. Sea desde su labor genuina, sea desde la actuación pública: José Pedro Varela (1845-1879) y Bernardo Berro (1803-1868). Uno, tras estudiar la realidad nacional, por medio de la túnica blanca y la moña azul, colocó a la educación pública como motor de desarrollo, unificación y democratización del país creado medio siglo antes. El otro, el “puritano en la tormenta”, al decir de Carlos Real de Azúa (1916–1977), es el intelectual que asume el compromiso político hasta sus últimas consecuencias. El mismo Real de Azúa, en el siglo pasado, es un ejemplo del intelectual capaz de repensarse. Supo en los años treinta desfilar por la avenida 18 de Julio con la camisa azul de la falange española y, décadas después, en 1970, redactar el documento fundacional del Frente Amplio.
Los intelectuales de izquierda en Uruguay durante el siglo XX, interpelaron a la sociedad, tomaron distancia del poder estatal, contribuyeron a la formas de acción colectiva, investigaron, dudaron, elaboraron y, en general, puede decirse que cumplieron con el propósito de evidenciar iniquidades y proponer los cambios necesarios a situaciones que vulneraran derechos elementales.
También cometieron gruesos errores, y tuvieron diferentes responsabilidades en el desprecio por la democracia y el estímulo a la violencia, instilados desde los años sesenta, que contribuyeron a debilitar las defensas ante lo que sería, a partir de 1973, la instauración de una dictadura.
¿Por qué la condescendencia con el régimen de Cuba? La experiencia histórica cubana puede sintetizarse en la lucha de una guerrilla contra una dictadura; la sustitución de aquella por un gobierno caudillista basado en el vigoroso carisma de Fidel Castro; una gran repercusión inicial en la región, que rápidamente fue aprovechada para dotar al continente de un discurso político a partir de una plataforma democrático-nacionalista; una injerencia política y militar- acompañada de un vocabulario teórico-conceptual- en prácticamente todos los países latinoamericanos con excepción de México; un modelo de relaciones entre Estado y sociedad en la búsqueda del socialismo que progresivamente -con énfasis a partir de 1975- fue deslizándose hacia la dictadura de partido único de acuerdo al modelo leninista.
En 2010 podría pensarse que los intelectuales uruguayos de izquierda mantienen una devoción fanática por los primeros años de la revolución cubana como autoapoyo de sus propias utopías juveniles. Fue el caso de Mario Benedetti, quien se fue sin condenar –como él sabía hacerlo- a la dictadura más larga que haya conocido Latinoamérica. "Mario representa la esperanza revolucionaria de América Latina, pero también la parte más oscura de los regímenes de izquierda", afirmó al despedirle, Cristina Peri Rossi, escritora uruguaya residente en España.
Sería muy extenso enumerar las violaciones a los derechos humanos en Cuba. El régimen jurídico vigente es el origen de esas violaciones. Montesquieu no existe. En materia de libertad de expresión Cuba ocupó el penúltimo lugar en 167 países, solo superada por China, según Reporteros Sin Fronteras (RSF), que considera a la isla caribeña la tercera mayor cárcel del mundo para periodistas, con 25 reporteros encarcelados, 19 de ellos con problemas de salud.
La Habana no reconoce presos políticos -unos 200 según la disidencia- y los opositores equivalen a “mercenarios” de Washington.
Entre 1976 y 1977, la dictadura de Jorge R. Videla hizo desaparecer a 148 uruguayos de más de 200 secuestrados en Argentina. Es particularmente trágica la adhesión al régimen cubano de muchos de los sobrevivientes, quienes luego de ser bárbaramente torturados y clandestinamente trasladados a Uruguay en el marco del Plan Cóndor, pasaron años detenidos en cárceles uruguayas. Y en ese negacionismo tienen responsabilidad varios intelectuales de memoria hemipléjica, que han hecho suya la causa de esos uruguayos desaparecidos en Argentina. No pueden desconocer, 34 años después, lo que cualquier estudiante rioplatense de relaciones internacionales sabe: que el gobierno cubano, en esos mismos años en que la dictadura de Videla desaparecía a miles de jóvenes, reiteradamente se oponía, en conjunto con la ex URSS, a cualquier propuesta realizada en la ONU que incluyera a Argentina en la nómina de países que violaban los DDHH. No se puede ignorar hoy que en 1979 Fidel Castro invitó al dictador Videla a concurrir a la VI Conferencia Cumbre de Países No Alineados de La Habana. No solamente existe documentación textual, también hay fotografías. Como la del canciller genocida Nicanor Costa Méndez abrazado a Fidel Castro, en incomprensible regocijo ante la tragedia de Las Malvinas, en 1982.
Estos intelectuales evocan el pasado no para intentar conocer la verdad, sino para conservar selectivamente lo que entienden son sus valores. ¿Han perdido la memoria o sus principios ideológicos les impiden estudiar el pasado para extraer enseñanzas aplicables al presente? No deben confundirse distintas realidades históricas, pero deben distinguirse, ayer y hoy, quiénes son verdugos y quiénes víctimas.
Marek Edelman (1922-2009) uno de los líderes del levantamiento del Gueto de Varsovia (1943), contra la ocupación nazi, posteriormente eminencia médica y opositor a la dictadura comunista en Polonia, a principios de los noventa advirtió que la guerra en Bosnia –Herzegovina (1992-1995), fue “una victoria póstuma de Hitler”. Tzvetan Todorov, el filósofo e historiador búlgaro radicado en Francia, asegura que en ese juicio Edelman, no está reivindicándose como víctima del nazismo y del estalinismo, sino recordando el nexo común entre los nazis y quienes, medio siglo después, reiteraron el crimen de lesa humanidad conocido como limpieza étnica. Edelman va al pasado para actuar en el presente.
Los intelectuales uruguayos de izquierda no deberían temer caer en “la trampa de la equiparación”, sino asumir su condición de tales y responder al mandato de su conciencia, sin dejarse condicionar por circunstancias partidarias, estratégicas o cualquier otro artificio que desvirtué su principal deber para con su comunidad.
En definitiva, no deberían permitir que la actual dictadura de los hermanos Castro sea una victoria póstuma de las horrendas dictaduras de los años 70-80 en el Cono Sur.