Artículos
Análisis Sínico
25-11-2025El espejismo del poder blando chino: La paradoja autoritaria
El poder blando de China, tal como lo anhelaba Hu Jintao, resulta ser un espejismo. El plan de Pekín, en la práctica, no es uno de atracción genuina, sino de poder incisivo o punzante: una ofensiva de influencia que busca cooptar élites, silenciar la disidencia y controlar la narrativa, erosionando la transparencia democrática en el proceso.
Por María del Milagro Nieva
“Debemos mantenernos en la orientación de la cultura socialista avanzada, provocar un nuevo auge en el desarrollo cultural socialista, estimular la creatividad cultural de toda la nación y aumentar la cultura como parte del poder blando de nuestro país, para garantizar mejor los derechos e intereses culturales básicos del pueblo, enriquecer la vida cultural de la sociedad china e inspirar el entusiasmo del pueblo por el progreso.”
— Hu Jintao, Informe ante el 17º Congreso del Partido Comunista de China (2007)
No es nueva la ambición de la República Popular China por desarrollar su poder blando. Así ya lo expresaba con palabras Hu Jintao, quien fue líder del Partido Comunista de China (PCC) entre 2002 a 2012, llamando a hacer uso de la cultura como un medio para proyectar la influencia del régimen a nivel global. Así también, en 2014 Xi Jinping declaró en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico: “Debemos potenciar el poder blando de China, construir una narrativa positiva sobre China y comunicar mejor el mensaje de China al mundo.”
Pero, ¿qué es el “poder blando”? El politólogo y teórico de las Relaciones Internacionales, Joseph S. Nye Jr., acuñó el término en los 80’ y lo define como “la capacidad de obtener lo que uno quiere a través de la atracción en lugar de la coerción o los pagos.” A diferencia del “poder duro”, que opera mediante incentivos o amenazas, explica que el poder blando funciona al cooptar, en lugar de coaccionar, residiendo en la habilidad de moldear las preferencias de los demás. El autor identifica que el poder blando emana principalmente de tres pilares: una cultura atractiva, valores políticos admirables (como la democracia y los derechos humanos) y la política exterior percibida como legítima y con autoridad moral.
En la práctica, podemos identificar varios casos que podemos calificar como exitosos en su desarrollo de poder blando, siendo el ejemplo arquetípico el de los Estados Unidos, que durante décadas hizo uso de su industria del entretenimiento, Hollywood, para exportar una visión atractiva englobada en el “American Dream”, que a su vez contiene en sí ideales como la democracia, los derechos civiles y la libertad. Más recientemente, podemos ver también como el modelo ha tenido éxito en países asiáticos: Japón, a través del “Cool Japan”, (anime, manga y videojuegos), y Corea del Sur, con la “Ola Hallyu” (K-pop y K-dramas), ambos generando una fascinación global e interés por parte de la sociedad civil.
Esos triunfos no se deben sólo a la creatividad y riqueza cultural. El poder blando, que, si bien puede originarse de las tres fuentes mencionadas, cuando una de ellas contradice a la otra, pierde su efectividad y credibilidad. En el caso de los valores políticos democráticos de los países mencionados, coinciden con los de gran parte de la comunidad internacional. Pero, en el caso chino… Es aquí donde su estrategia flaquea.
El esfuerzo de Pekín en desarrollar esta atracción es amplio. Prueba de ello son, entre otras cosas, las impresionantes inversiones de unos 10 mil millones de dólares anuales. La Oficina de Información del Consejo de Estado (SCIO, en sus siglas en inglés), es el núcleo de donde surgen las directivas del aparato propagandístico chino.
Entre la amplia gama de iniciativas que se han desplegado en pos de ganar poder de atracción podemos encontrar: la expansión de la presencia mediática china en el extranjero (CCTV-9, que para 2009 tenía servicios en 5 idiomas, incluido el español; Xinhua; People’s Daily y Global Times); una gran presencia en materia de educación, con los Institutos Confucio (IC), intercambios académicos y think tanks; y la promoción de la cultura y artes chinas, mediante la diplomacia pública, la diáspora china y enviados culturales (incluyendo atletas, músicos y actores). Pero también, aunque escapa de la conceptualización original de Nye, un componente central para el plan chino es la “diplomacia económica”, viéndose reflejado en inversión en infraestructura (con la Iniciativa de la Franja y la Ruta como principal exponente), préstamos con tasas de interés bajas, alianzas económicas y creación de instituciones financieras internacionales alternativas (como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura). Todo esto con el objetivo de promover relaciones positivas con los países en desarrollo, además de reducir la animosidad o suspicacia respecto del auge de China.
Si se estudian en detalle esas iniciativas, podemos ver que el concepto de poder blando es inherentemente difícil de aplicar debido a las características represivas que poseen. La vasta expansión mediática no busca el debate libre, sino imponer la narrativa estatal. En el ámbito educativo, los IC han sido criticados por operar como vehículos de censura en universidades extranjeras, evitando temas sensibles (como los conflictos con Taiwán, Xinjiang y Tíbet) y socavando la libertad académica; ha globalizado su aparato de censura. En lo económico, es preocupante la exposición a la llamada “trampa de la deuda” y, por otro lado, a un neocolonialismo económico que extrae recursos, erosiona la soberanía nacional y sostiene a regímenes autoritarios en el mundo en desarrollo. Por último, la promoción cultural está subordinada al control ideológico: un ejemplo claro es la serie The Untamed, adaptación “live action” de la popular novela Mo Dao Zu Shi, donde se omitió la relación homosexual de la obra original, transformándola en una amistad. Por lo tanto, cada iniciativa, aunque empaquetada como poder blando, lleva consigo el “ADN” del control autoritario.
Consciente de esta incapacidad para generar una atracción orgánica, el régimen chino no apuesta su estrategia principal a “ganar los corazones” del público general. Por el contrario, como desarrolla Juan Pablo Cardenal, su esfuerzo más sofisticado, y el que define su influencia real, se dirige a un objetivo más pragmático: la cooptación de las élites locales. En lugar de seducir a la sociedad civil, el régimen se enfoca en asegurar la lealtad, o al menos el silencio, de políticos, empresarios, académicos y periodistas en regiones como América Latina. Esta estrategia se manifiesta en los viajes con todos los gastos pagados para funcionarios y reporteros, y en acuerdos a puerta cerrada que cultivan la dependencia económica.
Más recientemente, la propaganda ha evolucionado para la era digital, utilizando a influencers occidentales para “contar bien la historia de China”. El caso del streamer estadounidense iShowSpeed es un ejemplo paradigmático. Sus videos grabados en abril de 2025 mostraban a una China próspera, descontracturada y cercana, y fueron celebrados por medios estatales como una victoria narrativa. Sin embargo, para transmitir en YouTube (una plataforma bloqueada por el “Gran Cortafuegos” del país), el streamer tuvo que utilizar una VPN, una herramienta ilegal o fuertemente vigilada para cualquier ciudadano chino. El régimen hizo oídos sordos a esta violación de sus propias reglas de censura por una razón: el influencer estaba, consciente o no, sirviendo a los objetivos de la propaganda estatal. Es difícil verlo como un acto de apertura; se trata más bien de una excepción controlada que solo admite aquello que coincide con la línea oficialista.
El poder blando de China, tal como lo anhelaba Hu Jintao, resulta ser un espejismo. El plan de Pekín, en la práctica, no es uno de atracción genuina, sino de poder incisivo o punzante: una ofensiva de influencia que busca cooptar élites, silenciar la disidencia y controlar la narrativa, erosionando la transparencia democrática en el proceso.
El régimen de Xi Jinping está atrapado en una paradoja autoritaria: anhela la legitimidad y la admiración que proporciona el poder blando, para acompañar el ineludible progreso económico del país, pero su propio sistema político, basado en la censura y la represión, repercute en la credibilidad de sus acciones, sumado a otras cuestiones problemáticas, como la depredación por recursos naturales y su consecuentes daños ambientales y violaciones a los derechos laborales.
Si China realmente desea ser percibida de manera positiva por el mundo, su propia ambición la obligará, eventualmente, a una profunda autorreflexión sobre sus valores políticos internos. Mientras esa autorreflexión no ocurra, es un imperativo para las democracias liberales diferenciar la crítica al régimen del PCC de la profunda admiración por la milenaria cultura china y su pueblo, como así también, investigar y comprender sus acercamientos a nuestra sociedad civil.
La cultura real no es una herramienta que el Estado impone de arriba hacia abajo; es el diálogo libre y horizontal entre los pueblos que conforman la Comunidad Internacional. El poder blando no puede ser comprado. La verdadera amistad, cooperación y el intercambio cultural genuino al que deberíamos apuntar, solo podrán florecer en un ambiente de transparencia y libertad, no bajo la sombra de la coerción.
María del Milagro NievaEs tesista de la Licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de Salta, Argentina. Su artículo "El espejismo del poder blando chino: La paradoja autoritaria" recibió una Mención Especial en la convocatoria al Premio “Análisis Sínico: Descifrando China” en el marco del seminario “La China de Xi Jinping”, organizado por CADAL y la Fundación Konrad Adenauer en octubre de 2025.
“Debemos mantenernos en la orientación de la cultura socialista avanzada, provocar un nuevo auge en el desarrollo cultural socialista, estimular la creatividad cultural de toda la nación y aumentar la cultura como parte del poder blando de nuestro país, para garantizar mejor los derechos e intereses culturales básicos del pueblo, enriquecer la vida cultural de la sociedad china e inspirar el entusiasmo del pueblo por el progreso.”
— Hu Jintao, Informe ante el 17º Congreso del Partido Comunista de China (2007)
No es nueva la ambición de la República Popular China por desarrollar su poder blando. Así ya lo expresaba con palabras Hu Jintao, quien fue líder del Partido Comunista de China (PCC) entre 2002 a 2012, llamando a hacer uso de la cultura como un medio para proyectar la influencia del régimen a nivel global. Así también, en 2014 Xi Jinping declaró en la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico: “Debemos potenciar el poder blando de China, construir una narrativa positiva sobre China y comunicar mejor el mensaje de China al mundo.”
Pero, ¿qué es el “poder blando”? El politólogo y teórico de las Relaciones Internacionales, Joseph S. Nye Jr., acuñó el término en los 80’ y lo define como “la capacidad de obtener lo que uno quiere a través de la atracción en lugar de la coerción o los pagos.” A diferencia del “poder duro”, que opera mediante incentivos o amenazas, explica que el poder blando funciona al cooptar, en lugar de coaccionar, residiendo en la habilidad de moldear las preferencias de los demás. El autor identifica que el poder blando emana principalmente de tres pilares: una cultura atractiva, valores políticos admirables (como la democracia y los derechos humanos) y la política exterior percibida como legítima y con autoridad moral.
En la práctica, podemos identificar varios casos que podemos calificar como exitosos en su desarrollo de poder blando, siendo el ejemplo arquetípico el de los Estados Unidos, que durante décadas hizo uso de su industria del entretenimiento, Hollywood, para exportar una visión atractiva englobada en el “American Dream”, que a su vez contiene en sí ideales como la democracia, los derechos civiles y la libertad. Más recientemente, podemos ver también como el modelo ha tenido éxito en países asiáticos: Japón, a través del “Cool Japan”, (anime, manga y videojuegos), y Corea del Sur, con la “Ola Hallyu” (K-pop y K-dramas), ambos generando una fascinación global e interés por parte de la sociedad civil.
Esos triunfos no se deben sólo a la creatividad y riqueza cultural. El poder blando, que, si bien puede originarse de las tres fuentes mencionadas, cuando una de ellas contradice a la otra, pierde su efectividad y credibilidad. En el caso de los valores políticos democráticos de los países mencionados, coinciden con los de gran parte de la comunidad internacional. Pero, en el caso chino… Es aquí donde su estrategia flaquea.
El esfuerzo de Pekín en desarrollar esta atracción es amplio. Prueba de ello son, entre otras cosas, las impresionantes inversiones de unos 10 mil millones de dólares anuales. La Oficina de Información del Consejo de Estado (SCIO, en sus siglas en inglés), es el núcleo de donde surgen las directivas del aparato propagandístico chino.
Entre la amplia gama de iniciativas que se han desplegado en pos de ganar poder de atracción podemos encontrar: la expansión de la presencia mediática china en el extranjero (CCTV-9, que para 2009 tenía servicios en 5 idiomas, incluido el español; Xinhua; People’s Daily y Global Times); una gran presencia en materia de educación, con los Institutos Confucio (IC), intercambios académicos y think tanks; y la promoción de la cultura y artes chinas, mediante la diplomacia pública, la diáspora china y enviados culturales (incluyendo atletas, músicos y actores). Pero también, aunque escapa de la conceptualización original de Nye, un componente central para el plan chino es la “diplomacia económica”, viéndose reflejado en inversión en infraestructura (con la Iniciativa de la Franja y la Ruta como principal exponente), préstamos con tasas de interés bajas, alianzas económicas y creación de instituciones financieras internacionales alternativas (como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura). Todo esto con el objetivo de promover relaciones positivas con los países en desarrollo, además de reducir la animosidad o suspicacia respecto del auge de China.
Si se estudian en detalle esas iniciativas, podemos ver que el concepto de poder blando es inherentemente difícil de aplicar debido a las características represivas que poseen. La vasta expansión mediática no busca el debate libre, sino imponer la narrativa estatal. En el ámbito educativo, los IC han sido criticados por operar como vehículos de censura en universidades extranjeras, evitando temas sensibles (como los conflictos con Taiwán, Xinjiang y Tíbet) y socavando la libertad académica; ha globalizado su aparato de censura. En lo económico, es preocupante la exposición a la llamada “trampa de la deuda” y, por otro lado, a un neocolonialismo económico que extrae recursos, erosiona la soberanía nacional y sostiene a regímenes autoritarios en el mundo en desarrollo. Por último, la promoción cultural está subordinada al control ideológico: un ejemplo claro es la serie The Untamed, adaptación “live action” de la popular novela Mo Dao Zu Shi, donde se omitió la relación homosexual de la obra original, transformándola en una amistad. Por lo tanto, cada iniciativa, aunque empaquetada como poder blando, lleva consigo el “ADN” del control autoritario.
Consciente de esta incapacidad para generar una atracción orgánica, el régimen chino no apuesta su estrategia principal a “ganar los corazones” del público general. Por el contrario, como desarrolla Juan Pablo Cardenal, su esfuerzo más sofisticado, y el que define su influencia real, se dirige a un objetivo más pragmático: la cooptación de las élites locales. En lugar de seducir a la sociedad civil, el régimen se enfoca en asegurar la lealtad, o al menos el silencio, de políticos, empresarios, académicos y periodistas en regiones como América Latina. Esta estrategia se manifiesta en los viajes con todos los gastos pagados para funcionarios y reporteros, y en acuerdos a puerta cerrada que cultivan la dependencia económica.
Más recientemente, la propaganda ha evolucionado para la era digital, utilizando a influencers occidentales para “contar bien la historia de China”. El caso del streamer estadounidense iShowSpeed es un ejemplo paradigmático. Sus videos grabados en abril de 2025 mostraban a una China próspera, descontracturada y cercana, y fueron celebrados por medios estatales como una victoria narrativa. Sin embargo, para transmitir en YouTube (una plataforma bloqueada por el “Gran Cortafuegos” del país), el streamer tuvo que utilizar una VPN, una herramienta ilegal o fuertemente vigilada para cualquier ciudadano chino. El régimen hizo oídos sordos a esta violación de sus propias reglas de censura por una razón: el influencer estaba, consciente o no, sirviendo a los objetivos de la propaganda estatal. Es difícil verlo como un acto de apertura; se trata más bien de una excepción controlada que solo admite aquello que coincide con la línea oficialista.
El poder blando de China, tal como lo anhelaba Hu Jintao, resulta ser un espejismo. El plan de Pekín, en la práctica, no es uno de atracción genuina, sino de poder incisivo o punzante: una ofensiva de influencia que busca cooptar élites, silenciar la disidencia y controlar la narrativa, erosionando la transparencia democrática en el proceso.
El régimen de Xi Jinping está atrapado en una paradoja autoritaria: anhela la legitimidad y la admiración que proporciona el poder blando, para acompañar el ineludible progreso económico del país, pero su propio sistema político, basado en la censura y la represión, repercute en la credibilidad de sus acciones, sumado a otras cuestiones problemáticas, como la depredación por recursos naturales y su consecuentes daños ambientales y violaciones a los derechos laborales.
Si China realmente desea ser percibida de manera positiva por el mundo, su propia ambición la obligará, eventualmente, a una profunda autorreflexión sobre sus valores políticos internos. Mientras esa autorreflexión no ocurra, es un imperativo para las democracias liberales diferenciar la crítica al régimen del PCC de la profunda admiración por la milenaria cultura china y su pueblo, como así también, investigar y comprender sus acercamientos a nuestra sociedad civil.
La cultura real no es una herramienta que el Estado impone de arriba hacia abajo; es el diálogo libre y horizontal entre los pueblos que conforman la Comunidad Internacional. El poder blando no puede ser comprado. La verdadera amistad, cooperación y el intercambio cultural genuino al que deberíamos apuntar, solo podrán florecer en un ambiente de transparencia y libertad, no bajo la sombra de la coerción.










































