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12-04-2023

¿Qué quiere Lula en China?

China tiene el objetivo declarado de reducir su dependencia exterior de las importaciones agrícolas. Aunque este riesgo parezca hoy pequeño, el gobierno y la agroindustria brasileños no pueden permitirse ignorarlo. Ser un socio comercial y diplomático fiable es un paso en esta dirección.
Por Marco Bastos

El presidente Luis Inácio Lula da Silva va a China con tres prioridades: 1) aparecer como un estadista al lado del emperador Xi Jinping; 2) quedar bien con ambos bandos en la nueva guerra fría entre Estados Unidos y China; y 3) buscar inversiones y ampliar los mercados de exportación.

En primer lugar, parte de la construcción simbólica de Lula es que es un líder global que reinsertará a Brasil en el mundo. Con la excepción de los círculos de extrema derecha occidentales, esta imagen despierta simpatías en el extranjero. El canciller alemán, Olaf Scholz, declaró en un reciente viaje a Brasilia que era "bueno tener a Brasil de vuelta en el mundo". Lula es visto como un Nelson Mandela por ciertos izquierdistas latinoamericanos y utilizará las agendas con líderes internacionales para reforzar este atributo y diferenciarse de su predecesor. Dadas las dificultades internas de Lula en la legislatura y la economía, posar como líder global se convierte en una herramienta para su comunicación.

El segundo interés de Lula en China es utilizar esta relación bilateral para enviar una señal a Estados Unidos y viceversa. En otras palabras, Lula intentará extraer concesiones de ambas partes, siguiendo una tradición diplomática que comenzó con Getulio Vargas en la Segunda Guerra Mundial. Getulio tenía figuras pro-estadounidenses y pro-alemanas en su gabinete, pero negoció con su homólogo estadounidense Franklin Delano Roosevelt entrar en la guerra del lado de los Aliados a cambio de la construcción de una acería en Volta Redonda (estado de Río de Janeiro), así como armas y equipamiento para las Fuerzas Armadas brasileñas.

Dado el actual clima de guerra cultural, conviene recordar que el dictador-presidente general Ernesto Geisel siguió la misma tradición de no alineamiento en política exterior. Geisel se retiró de un tratado de cooperación militar con Estados Unidos y, a pesar de las presiones norteamericanas, firmó el que fue -hasta entonces- el mayor acuerdo comercial de la historia: la compra de tecnología para construir centrales nucleares con Alemania Occidental, que en aquel momento era una potencia emergente que desafiaba el status-quo en el juego de las grandes potencias. Como Vargas en los años cuarenta, Geisel en los setenta jugó con los intereses de las grandes potencias en pos de lo que consideraba el interés nacional.

Hoy, Estados Unidos presiona a gobiernos de todo el mundo para que no adopten tecnologías chinas. El espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA) a la mayor empresa de Brasil (Petrobras) y a la entonces presidenta de la República (Dilma Rousseff) no ayuda a los llamamientos estadounidenses en materia de ciberseguridad. Como informó la reportera Patrícia Campos Mello, el Gobierno brasileño se esfuerza por no tomar partido por ninguno de los dos bandos y sacar provecho de la competencia entre las dos grandes potencias.

El tercer interés de Lula es ampliar los mercados para las exportaciones brasileñas -principalmente en el complejo agroindustrial- y atraer inversiones chinas "verdes" a Brasil. La agroindustria ocupará aproximadamente a 100 de los 200 empresarios de la delegación brasileña. China tiene el objetivo declarado de reducir su dependencia exterior de las importaciones agrícolas. Aunque este riesgo parezca hoy pequeño, el gobierno y la agroindustria brasileños no pueden permitirse ignorarlo. Ser un socio comercial y diplomático fiable es un paso en esta dirección. En cuanto a la emergencia climática, hay proximidad de puntos de vista en las diplomacias de ambos países que históricamente ven la cuestión como "responsabilidades comunes pero diferenciadas". En portugués llano, "tenemos nuestra parte de responsabilidad, pero los países ricos llevan 250 años arrojando CO2 a la atmósfera y deberían aportar más dinero que nosotros". El reto para el gobierno brasileño es salir del discurso y poner en práctica estas inversiones.

Un riesgo que los gobiernos deben evitar es caer en la trampa de la grandilocuencia. Cuando Geisel firmó el tratado con Alemania Occidental, los representantes del gobierno brasileño hablaban de 40 centrales nucleares para el año 2000. Hoy tenemos dos. La anécdota sirve para recordar que los anuncios grandilocuentes están pasados de moda en la política brasileña. Añadir potencias extranjeras y miles de millones de dólares a los anuncios genera titulares, pero puede que la cosa no llegue a despegar. En 2011, Dilma Rousseff anunció en su visita a China que el gigante Foxconn construiría una megafábrica de pantallas en Brasil. La cosa sería una asociación con el BNDES y Eike Batista. Se quedó en nada. Los grandes anuncios son la parte fácil (y a los mercadólogos políticos les encantan), lo difícil es movilizar capital y llevar a cabo los proyectos en el entorno normativo brasileño.

De nada sirve la proximidad diplomática si Brasil no puede extraer ventajas tangibles de esa diplomacia. En febrero de 2020, la Fundación Getulio Vargas (FGV) de Río celebró un evento con el consulado chino y el gobierno del estado. En aquella ocasión, el representante chino dijo que estaban predispuestos a invertir más en Brasil, pero que necesitaban ver proyectos bien fundamentados. El gobierno de Río de Janeiro envió a un funcionario de segundo rango que aprovechó su discurso para enumerar lo que, según él, eran acciones exitosas del entonces gobernador (Wilson Witzel). En otra ocasión, tuve la oportunidad de estar en una reunión en la que un diplomático chino enumeró los intereses chinos en Sudamérica: "infraestructuras, energía, minerales, tierra, alimentos y agua". Se trata de una matriz de riesgos y oportunidades que los organismos públicos brasileños y el sector privado deben planificar.

China es el principal destino de las exportaciones agrícolas brasileñas. Brasil es el segundo proveedor de productos agrícolas a China. Ajustado a la inflación, en 2000 Brasil exportó 1.870 millones de dólares a China. En 2022 exportó 89.500 millones de dólares. La relación Brasil-China es demasiado importante para quedarse sólo en grandes discursos o guiarse por ideologías ingenuas (ya sea el racismo antichino del bolsonarismo o la idealización de la dictadura por sectores de la izquierda). La diplomacia está hecha de pragmatismo.

Marco Bastos es analista político de la consultora Southern Pulse y colaborador de Análisis Sínico en www.cadal.org

Marco Bastos
Marco Bastos
Máster en Historia Económica por la Universidad de Buenos Aires, donde investigó los vínculos entre el comercio internacional y la desigualdad de ingresos en los países sudamericanos. Marco trabaja como analista político y reside en Río de Janeiro, Brasil, habiendo trabajado anteriormente para gobiernos extranjeros y empresas multinacionales. En la actualidad, Marco es analista principal para América del Sur en la consultora estadounidense Southern Pulse.
 
 
 

 
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