Diálogo Latino Cubano
Promoción de la Apertura Política en Cuba
Fotografías de La Habana
Lula, en su visita a Cuba, lamentó que “una persona se deje morir por una huelga de hambre”, algo equivalente a culpar a la propia víctima. Marco Aurélio Garcia prefirió banalizar el mal, explicando con su peculiar codicia que “hay problemas de derechos humanos en todo el mundo”. ¿Esta gente no tiene vergüenza?Por Demétrio Magnoli
David Nicholl, un neurólogo británico, coordinó en 2006 la campaña internacional de la comunidad médica contra la alimentación forzada de prisioneros en la base americana de Guantánamo. Explicó que en Estados Unidos y en Gran Bretaña las reglas de la ética médica prohíben dicha práctica. En Cuba, la ética médica, como todo lo demás, oscila al sabor de la voluntad del Partido-Estado y nadie insertó tubos alimentarios en Orlando Zapata, el preso político que murió después de 85 días de huelga de hambre. Un artículo de Granma, el diario oficial castrista, responsabilizó a los Estados Unidos y a disidentes cubanos por el desenlace. Lula, en una visita a Cuba, lamentó que “una persona se deje morir por una huelga de hambre”, algo equivalente a culpar a la propia víctima. Marco Aurélio Garcia prefirió banalizar el mal, explicando con su peculiar codicia que “hay problemas de derechos humanos en todo el mundo”. ¿Esta gente no tiene vergüenza?
El lenguaje de la dictadura militar en Brasil era idéntico al del régimen cubano y al de sus muñecos de ventrílocuo brasileros. Wladimir Herzog murió en virtud de sus actos subversivos y, en el fondo, por responsabilidad del “comunismo internacional”. Herzog era calificado como “terrorista” aunque nunca cometió un acto de violencia, tanto como Zapata era calificado como “mercenario”. Al reverberar las sentencias de sus amigos tiranos “de izquierda”, Lula et caterva están repitiendo las voces de los tiranos “de derecha”. Las cosas que dijeron en La Habana constituyen una desgracia nacional. Hablan sobre nosotros: nuestra historia y nuestro pasado reciente.
El inefable Marco Aurélio Garcia mencionó Guantánamo, como Dilma Rousseff había mencionado Abu Ghraib para “normalizar” la salvaje represión en curso en Irán. Hace algunos años, en la época de George Bush, el gobierno de Lula esquivaba estos temas melindrosos. El silencio, ahora se sabe, no derivaba de cobardía, sino de una forma obscena de astucia: ellos guardaban Guantánamo y Abu Ghraib en una caja fuerte, como una póliza de seguro para el futuro. Los parásitos de tortura de Bush usan hoy aquella póliza para disculpar las violaciones de derechos humanos de sus aliados ideológicos o circunstanciales. ¿Esta gente no tiene ningún principio?
Hace algunos meses, el ex-senador Abdias do Nascimento, dirigente histórico del movimiento negro en Brasil, envió una carta de protesta contra el encarcelamiento del médico cubano y activista de derechos humanos Darsi Ferrer, que había iniciado una huelga de hambre por el reconocimiento de su condición de preso político. La carta tenía como destinatarios a Raúl Castro, Lula y al propio Ferrer, a quien Abdias suplicaba que desistiera de la huelga de hambre. Cuba continuó rechazando el estatuto de preso político del activista y no se conoce ninguna manifestación de Lula al respecto. Ferrer, a pesar de todo, respondió a la súplica de Abdias. Ahora, en el caso de Zapata, Lula criticó la opción del prisionero por la huelga de hambre, pero olvidó de mencionar la reivindicación que lo movía, la misma que la de Ferrer. ¿Nuestro presidente no se da cuenta lo que pasa en Cuba?
Fidel Castro alcanzó notoriedad el 26 de julio de 1953, cuando comandó un ataque frustrado al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, en una tentativa insurreccional contra la dictadura de Fulgencio Batista. El joven Castro fue sentenciado a quince años de prisión y enviado a la cárcel de la Isla de Pinos, reservada para presos políticos, donde permaneció menos de dos años, antes de ser beneficiado por una amnistía general. En la Cuba de los Castros, Ferrer, Zapata y dos centenas de otros presos políticos que jamás participaron de levantes armados son declarados criminales comunes. Zapata murió para no ser obligado a usar uniforme de criminal. Fue asesinado por una dictadura peor que la de Batista, contraria a los principios elementales del respeto a la dignidad humana. ¿Lula no es capaz siquiera de pedir a los hermanos Castro, sus amigos del alma, que concedan a los disidentes encarcelados el derecho al rótulo de presos políticos?
Laura Pollán entregó a Fidel Castro, hace dos años, el libro Enterrados vivos, escrito por su marido Héctor Maseda, uno de los 75 disidentes sentenciados en la Primavera Negra de 2003. El gesto le costó su empleo, pero marcó la creación de la organización Damas de Blanco, formada por parientes de presos políticos. Mientras Lula divertía a los hermanos Castro, fotografiándolos y riéndose como una hiena, Laura cargaba una de las tiras del ataúd de Zapata y abrazaba en silencio a la madre del disidente muerto. Unos días antes, ella había ayudado a enviar un mensaje de presos políticos cubanos solicitando una palabra del presidente brasilero a favor de la vida del prisionero que jugaba su carta final. El pedido no tuvo respuesta, pero no faltó una ofensa equilibrada sobre los pilares simétricos de la cobardía y el cinismo: “Las personas necesitan terminar con el hábito de hacer una carta, guardársela y después decir que la mandaron”.
La dictadura castrista no mató a Zapata cuando decidió no alimentarlo forzosamente, sino mucho antes, al negarle el estatuto de preso político, un santuario simbólico de la dignidad de aquellos que sacrifican su libertad personal a nombre de poderosas convicciones. Los asesinos están rodeados de cómplices, que son los líderes políticos y los intelectuales “amigos de Cuba”. En el pasado todavía reciente de la Guerra Fría, ninguna voz podría haber disuadido al régimen de La Habana de la decisión de fusilar o enterrar vivos aquellos que osaban denunciar el totalitarismo. Hoy, la camarilla anacrónica aferrada al poder absoluto en un sistema social en descomposición sólo puede matar en la redoma fabricada por la complicidad de los “compañeros de viaje”.
Zapata murió porque Lula no dijo nada. Murió porque los intelectuales disponibles para firmar la petición contra el editorial equivocado de un diario brasilero no están disponibles para contrariar la “línea justa” del Partido. ¿Con qué derecho, todavía, usan todos ellos el nombre de los derechos humanos?
Demetrio Magnoli es sociólogo y doctor en geografía humana por la USP y miembro de la Red Puente Democrático Latinoamericano.
Traducción de Ana Bovino.
Demétrio MagnoliDemetrio Magnoli es sociólogo y doctor en geografía humana por la USP y miembro de la Red Puente Democrático Latinoamericano.
David Nicholl, un neurólogo británico, coordinó en 2006 la campaña internacional de la comunidad médica contra la alimentación forzada de prisioneros en la base americana de Guantánamo. Explicó que en Estados Unidos y en Gran Bretaña las reglas de la ética médica prohíben dicha práctica. En Cuba, la ética médica, como todo lo demás, oscila al sabor de la voluntad del Partido-Estado y nadie insertó tubos alimentarios en Orlando Zapata, el preso político que murió después de 85 días de huelga de hambre. Un artículo de Granma, el diario oficial castrista, responsabilizó a los Estados Unidos y a disidentes cubanos por el desenlace. Lula, en una visita a Cuba, lamentó que “una persona se deje morir por una huelga de hambre”, algo equivalente a culpar a la propia víctima. Marco Aurélio Garcia prefirió banalizar el mal, explicando con su peculiar codicia que “hay problemas de derechos humanos en todo el mundo”. ¿Esta gente no tiene vergüenza?
El lenguaje de la dictadura militar en Brasil era idéntico al del régimen cubano y al de sus muñecos de ventrílocuo brasileros. Wladimir Herzog murió en virtud de sus actos subversivos y, en el fondo, por responsabilidad del “comunismo internacional”. Herzog era calificado como “terrorista” aunque nunca cometió un acto de violencia, tanto como Zapata era calificado como “mercenario”. Al reverberar las sentencias de sus amigos tiranos “de izquierda”, Lula et caterva están repitiendo las voces de los tiranos “de derecha”. Las cosas que dijeron en La Habana constituyen una desgracia nacional. Hablan sobre nosotros: nuestra historia y nuestro pasado reciente.
El inefable Marco Aurélio Garcia mencionó Guantánamo, como Dilma Rousseff había mencionado Abu Ghraib para “normalizar” la salvaje represión en curso en Irán. Hace algunos años, en la época de George Bush, el gobierno de Lula esquivaba estos temas melindrosos. El silencio, ahora se sabe, no derivaba de cobardía, sino de una forma obscena de astucia: ellos guardaban Guantánamo y Abu Ghraib en una caja fuerte, como una póliza de seguro para el futuro. Los parásitos de tortura de Bush usan hoy aquella póliza para disculpar las violaciones de derechos humanos de sus aliados ideológicos o circunstanciales. ¿Esta gente no tiene ningún principio?
Hace algunos meses, el ex-senador Abdias do Nascimento, dirigente histórico del movimiento negro en Brasil, envió una carta de protesta contra el encarcelamiento del médico cubano y activista de derechos humanos Darsi Ferrer, que había iniciado una huelga de hambre por el reconocimiento de su condición de preso político. La carta tenía como destinatarios a Raúl Castro, Lula y al propio Ferrer, a quien Abdias suplicaba que desistiera de la huelga de hambre. Cuba continuó rechazando el estatuto de preso político del activista y no se conoce ninguna manifestación de Lula al respecto. Ferrer, a pesar de todo, respondió a la súplica de Abdias. Ahora, en el caso de Zapata, Lula criticó la opción del prisionero por la huelga de hambre, pero olvidó de mencionar la reivindicación que lo movía, la misma que la de Ferrer. ¿Nuestro presidente no se da cuenta lo que pasa en Cuba?
Fidel Castro alcanzó notoriedad el 26 de julio de 1953, cuando comandó un ataque frustrado al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, en una tentativa insurreccional contra la dictadura de Fulgencio Batista. El joven Castro fue sentenciado a quince años de prisión y enviado a la cárcel de la Isla de Pinos, reservada para presos políticos, donde permaneció menos de dos años, antes de ser beneficiado por una amnistía general. En la Cuba de los Castros, Ferrer, Zapata y dos centenas de otros presos políticos que jamás participaron de levantes armados son declarados criminales comunes. Zapata murió para no ser obligado a usar uniforme de criminal. Fue asesinado por una dictadura peor que la de Batista, contraria a los principios elementales del respeto a la dignidad humana. ¿Lula no es capaz siquiera de pedir a los hermanos Castro, sus amigos del alma, que concedan a los disidentes encarcelados el derecho al rótulo de presos políticos?
Laura Pollán entregó a Fidel Castro, hace dos años, el libro Enterrados vivos, escrito por su marido Héctor Maseda, uno de los 75 disidentes sentenciados en la Primavera Negra de 2003. El gesto le costó su empleo, pero marcó la creación de la organización Damas de Blanco, formada por parientes de presos políticos. Mientras Lula divertía a los hermanos Castro, fotografiándolos y riéndose como una hiena, Laura cargaba una de las tiras del ataúd de Zapata y abrazaba en silencio a la madre del disidente muerto. Unos días antes, ella había ayudado a enviar un mensaje de presos políticos cubanos solicitando una palabra del presidente brasilero a favor de la vida del prisionero que jugaba su carta final. El pedido no tuvo respuesta, pero no faltó una ofensa equilibrada sobre los pilares simétricos de la cobardía y el cinismo: “Las personas necesitan terminar con el hábito de hacer una carta, guardársela y después decir que la mandaron”.
La dictadura castrista no mató a Zapata cuando decidió no alimentarlo forzosamente, sino mucho antes, al negarle el estatuto de preso político, un santuario simbólico de la dignidad de aquellos que sacrifican su libertad personal a nombre de poderosas convicciones. Los asesinos están rodeados de cómplices, que son los líderes políticos y los intelectuales “amigos de Cuba”. En el pasado todavía reciente de la Guerra Fría, ninguna voz podría haber disuadido al régimen de La Habana de la decisión de fusilar o enterrar vivos aquellos que osaban denunciar el totalitarismo. Hoy, la camarilla anacrónica aferrada al poder absoluto en un sistema social en descomposición sólo puede matar en la redoma fabricada por la complicidad de los “compañeros de viaje”.
Zapata murió porque Lula no dijo nada. Murió porque los intelectuales disponibles para firmar la petición contra el editorial equivocado de un diario brasilero no están disponibles para contrariar la “línea justa” del Partido. ¿Con qué derecho, todavía, usan todos ellos el nombre de los derechos humanos?
Demetrio Magnoli es sociólogo y doctor en geografía humana por la USP y miembro de la Red Puente Democrático Latinoamericano.
Traducción de Ana Bovino.