Artículos
Defensa y promoción de la institucionalidad democrática en la Argentina
La calidad institucional partidaria a 25 años del retorno a la democracia en la Argentina
La consolidación democrática que se logró mediante la realización de elecciones periódicas no fue acompañada de una mejora en la calidad institucional partidaria, lo cual marca la principal debilidad del sistema en estos veinticinco años.Por Gabriel C. Salvia
A veinticinco años del retorno a la democracia en la Argentina, está claro el retroceso en la calidad institucional partidaria, lo cual se refleja en el deterioro de la calidad institucional del país. Y así como el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se apoya en un partido que no funciona como tal, los principales referentes de la oposición repiten conductas personalistas y no promueven la necesaria participación que requieren los partidos para fortalecerse ellos mismos y de esa manera a la democracia.
Luego del 10 de diciembre de 1983, fecha en la que Raúl Alfonsín asumió como Presidente de la Nación iniciando esta etapa democrática, se produjeron cinco elecciones presidenciales, doce legislativas nacionales, un plebiscito y una elección de convencionales constituyentes. Sin embargo, la consolidación democrática que se logró mediante la realización de elecciones periódicas no fue acompañada de una mejora en la calidad institucional partidaria, lo cual marca la principal debilidad del sistema en estos veinticinco años.
En la actualidad, tanto desde el gobierno nacional como desde la oposición se repite como un slogan de campaña permanente la importancia de mejorar la calidad institucional del país. A pesar de ello, los partidos que dicen representar carecen de instituciones y calidad democrática interna, con lo cual es difícil entonces que una vez en el gobierno puedan hacer algo distinto.
Efectivamente, más allá de sus diferencias, el kirchnerismo y los líderes mediáticos de la oposición no han hecho nada por modernizar la política. El gobierno no lo hizo en ningún sentido y hasta eliminó de la agenda pública el tema de la reforma política. Por su parte, la actual oposición carece de la visión política que se requiere para lograr gobernabilidad y ayudar a fortalecer la democracia, para lo cual primero necesitan construir partidos modernos, participativos, transparentes y democráticos, teniendo solamente que implementar innovadoras disposiciones al interior de los mismos.
Luego de 25 años de democracia y ante un preocupante desinterés ciudadano en la participación política, los partidos tienen que encarar una profunda modernización en su funcionamiento interno. Además, si los partidos deben competir entre ellos por los cargos públicos electivos, sería recomendable que junto con diferenciarse por sus propuestas políticas también lo hicieran por sus métodos de participación interna.
Al respecto, en el marco de libertad de asociación que disponen, los partidos políticos en sus cartas orgánicas podrían, en primer lugar, utilizar sistemas electorales competitivos, innovadores y transparentes en sus votaciones internas que alienten la participación, fomenten la competencia y garanticen una más genuina representatividad.
Otra disposición que podrían establecer los partidos internamente para evitar la concentración del poder, sería la incompatibilidad entre el ejercicio de un cargo público electivo y el de autoridad partidaria, algo que fomentaría la participación e impediría el uso de los recursos y empleos públicos destinado a la actividad política del partido. De la misma manera, otra sana disposición sería impedir las reelecciones consecutivas para cargos públicos y partidarios; y, finalmente, empezar con el ejemplo en materia de prácticas austeras y meritocráticas en la designación de colaboradores en la función pública.
Por otra parte, entre tantas sospechas por el indebido financiamiento de las campañas electorales, un partido moderno, que convoque a la participación, debería contar con afiliados comprometidos realmente y que en consecuencia contribuyan a su sostenimiento económico y muy especialmente frente a los gastos que demandan las elecciones.
En estos 25 años hubo muchos avances, más allá de las elecciones periódicas. Pero queda la sensación que en este período los partidos y la dirigencia política no han madurado lo suficiente como para fortalecer la democracia y la calidad institucional del país.
Gabriel C. Salvia es Presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).
Gabriel C. SalviaDirector GeneralActivista de derechos humanos enfocado en la solidaridad democrática internacional. En 2024 recibió el Premio Gratias Agit del Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa. Es autor de los libros "Memoria, derechos humanos y solidaridad democrática internacional" (2024) y "Bailando por un espejismo: apuntes sobre política, economía y diplomacia en los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner" (2017). Además, compiló varios libros, entre ellos "75 años de la Declaración Universal de Derechos Humanos: Miradas desde Cuba" (2023), "Los derechos humanos en las relaciones internacionales y la política exterior" (2021), "Desafíos para el fortalecimiento democrático en la Argentina" (2015), "Un balance político a 30 años del retorno a la democracia en Argentina" (2013) y "Diplomacia y Derechos Humanos en Cuba" (2011), Sus columnas de opinión han sido publicadas en varios medios en español. Actualmente publica en Clarín, Perfil, Infobae y La Nación, de Argentina. Ha participado en eventos internacionales en América Latina, África, Asia, Europa, los Balcanes y en Estados Unidos. Desde 1992 se desempeña como director en Organizaciones de la Sociedad Civil y es miembro fundador de CADAL. Como periodista, trabajó entre 1992 y 1997 en gráfica, radio y TV especializado en temas parlamentarios, políticos y económicos, y posteriormente contribuyó con entrevistas en La Nación y Perfil.
A veinticinco años del retorno a la democracia en la Argentina, está claro el retroceso en la calidad institucional partidaria, lo cual se refleja en el deterioro de la calidad institucional del país. Y así como el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se apoya en un partido que no funciona como tal, los principales referentes de la oposición repiten conductas personalistas y no promueven la necesaria participación que requieren los partidos para fortalecerse ellos mismos y de esa manera a la democracia.
Luego del 10 de diciembre de 1983, fecha en la que Raúl Alfonsín asumió como Presidente de la Nación iniciando esta etapa democrática, se produjeron cinco elecciones presidenciales, doce legislativas nacionales, un plebiscito y una elección de convencionales constituyentes. Sin embargo, la consolidación democrática que se logró mediante la realización de elecciones periódicas no fue acompañada de una mejora en la calidad institucional partidaria, lo cual marca la principal debilidad del sistema en estos veinticinco años.
En la actualidad, tanto desde el gobierno nacional como desde la oposición se repite como un slogan de campaña permanente la importancia de mejorar la calidad institucional del país. A pesar de ello, los partidos que dicen representar carecen de instituciones y calidad democrática interna, con lo cual es difícil entonces que una vez en el gobierno puedan hacer algo distinto.
Efectivamente, más allá de sus diferencias, el kirchnerismo y los líderes mediáticos de la oposición no han hecho nada por modernizar la política. El gobierno no lo hizo en ningún sentido y hasta eliminó de la agenda pública el tema de la reforma política. Por su parte, la actual oposición carece de la visión política que se requiere para lograr gobernabilidad y ayudar a fortalecer la democracia, para lo cual primero necesitan construir partidos modernos, participativos, transparentes y democráticos, teniendo solamente que implementar innovadoras disposiciones al interior de los mismos.
Luego de 25 años de democracia y ante un preocupante desinterés ciudadano en la participación política, los partidos tienen que encarar una profunda modernización en su funcionamiento interno. Además, si los partidos deben competir entre ellos por los cargos públicos electivos, sería recomendable que junto con diferenciarse por sus propuestas políticas también lo hicieran por sus métodos de participación interna.
Al respecto, en el marco de libertad de asociación que disponen, los partidos políticos en sus cartas orgánicas podrían, en primer lugar, utilizar sistemas electorales competitivos, innovadores y transparentes en sus votaciones internas que alienten la participación, fomenten la competencia y garanticen una más genuina representatividad.
Otra disposición que podrían establecer los partidos internamente para evitar la concentración del poder, sería la incompatibilidad entre el ejercicio de un cargo público electivo y el de autoridad partidaria, algo que fomentaría la participación e impediría el uso de los recursos y empleos públicos destinado a la actividad política del partido. De la misma manera, otra sana disposición sería impedir las reelecciones consecutivas para cargos públicos y partidarios; y, finalmente, empezar con el ejemplo en materia de prácticas austeras y meritocráticas en la designación de colaboradores en la función pública.
Por otra parte, entre tantas sospechas por el indebido financiamiento de las campañas electorales, un partido moderno, que convoque a la participación, debería contar con afiliados comprometidos realmente y que en consecuencia contribuyan a su sostenimiento económico y muy especialmente frente a los gastos que demandan las elecciones.
En estos 25 años hubo muchos avances, más allá de las elecciones periódicas. Pero queda la sensación que en este período los partidos y la dirigencia política no han madurado lo suficiente como para fortalecer la democracia y la calidad institucional del país.
Gabriel C. Salvia es Presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (CADAL).