Artículos
Observatorio de Relaciones Internacionales y Derechos Humanos
La crisis de la solidaridad democrática internacional
El concepto de solidaridad lograba en el pasado cohesionar voluntades, esfuerzos e ideales de una manera tan diferente a la del presente, atravesando en la actualidad una verdadera y aguda crisis asociada a la naturalización de lo injusto por efecto de la saturación mediática, como a un pronunciado debilitamiento de la confianza en la fuerza que puede tener la acción colectiva para impedir que lo injusto tenga lugar o se perpetúe.Por Rubén Chababo
Hace años, cuando en la Argentina la vida pública y privada estaba dominada por la última dictadura, cuando los atropellos a la dignidad humana se sucedían uno tras otro, en un tiempo en que no existía un desarrollo comunicacional como el del presente, es decir, en un tiempo de fronteras cerradas y de compleja circulación de la información, en ese tiempo, cuando todo aquí era zozobra, se esperaba la palabra solidaria que viniera desde afuera para de ese modo quebrar la sensación de soledad.
Eran tiempos en que los organismos de Derechos humanos hacían esfuerzos denodados por ser escuchados en Europa y en los Estados Unidos, logrando a veces vencer las prohibiciones de salida y circulación, quebrando, no siempre de manera exitosa, el cerco informativo. De ese modo fue posible que en París, Madrid o Nueva York se conociera lo que aquí ocurría, la realidad de los desaparecidos y de la violenta represión ejercida por la dictadura sobre la sociedad civil. Creería que todos recordamos, porque lo hemos visto infinidad de veces, ese registro documental en el que un grupo de madres de desaparecidos filtra su reclamo ante periodistas extranjeros que se acercan a su ronda de los jueves en Plaza de Mayo. La secuencia dura unos pocos segundos pero alcanzó para que esa verdad llegara a Europa y se afianzaran los lazos solidarios con las víctimas argentinas a través de gobiernos y comités de solidaridad. Una solidaridad internacional que también lograba consolidarse en esos mismos años, en nuestro país, y en lengua inglesa, desde las páginas del periódico The Buenos Aires Herald.
Pasado casi medio siglo, todos reconocemos que tanto ha cambiado en el mundo, y en especial, en la dinámica comunicacional. A diferencia del pasado reciente, ya no hay posibilidad alguna para casi ningún gobierno de imponer cercos informativos inexpugnables. Corea del Norte podría ser la excepción, de acuerdo, pero lo cierto es que cuando en Managua la policía secuestra y reprime, cuando en México alguien desaparece, cuando un misil israelí cae sobre un poblado en la Franja de Gaza matando a civiles, esa información, antes invisible, no tarda más de un segundo en propagarse por el mundo. Lo que hace años atrás requería de días y hasta de meses, hoy esa barrera temporal se ha desvanecido.
Debiéramos reconocer y alegrarnos entonces de que estos tiempos son mucho más pródigos para el objetivo de hacer visible el dolor de las víctimas, la tragedia de los humillados y de los perseguidos. Y en parte es así, la velocidad de las redes, la masividad del uso de los teléfonos móviles le ha arrebatado al poder el monopolio absoluto del control informativo. De eso no cabe duda. Sin embargo, dicho esto, nos enfrentamos hoy a una situación acaso novedosa: la vieja idea de solidaridad internacional que en el pasado logró generar empatías por las víctimas hoy se ha debilitado a un grado sumamente preocupante. Debemos aceptarlo: el umbral de asombro se ha saturado y la proliferación de situaciones violentas alrededor del mundo ha generado una especie de naturalización de la injusticia y la barbarie al punto que situaciones que ayer hubieran convocado el inmediato repudio internacional, la movilización de sociedades, hoy ya no lo logran.
Los miles de muertos por el hundimiento de barcazas precarias en las aguas del Mediterráneo, la destrucción de Siria, la pulverización de Kiev y las consiguientes masacres de esta guerra que ya lleva más de un año concitan rechazos y condenas que rápidamente pierden intensidad y son devoradas por el impacto de una nueva tragedia que tamiza de olvido la anterior.
Lo que se narra para la escena europea no es diferente a lo que ocurre hoy en América latina. Lo que sucede a los ojos del mundo en Nicaragua por ejemplo ya no provoca demasiadas declaraciones de rechazo, y la dictadura del matrimonio Ortega-Murillo, por su parte, imaginamos, sabe de esto, porque lejos de aplacar su acción represiva, la exacerba. Nada diferente a lo que ocurre en la isla de Cuba donde ningún nuevo atropello concita grandes solidaridades con las víctimas. El drama se repite allí, mientras la escena internacional sigue con su propia dinámica, dándole la espalda a estas tragedias o por el contrario, dándoles lugar, cada tanto, en su agenda de foros y congresos internacionales, pero solo para disimular su mala conciencia.
No quiero que se entienda que estoy mitificando el pasado, porque lo cierto es que en el ayer también hubo tragedias y graves violencias que solo recibieron como respuesta la indiferencia social. Pero sí quiero destacar que en ese ayer el concepto de solidaridad lograba cohesionar voluntades, esfuerzos e ideales de una manera tan diferente a la del presente, o en todo caso me interesa aquí destacar que el concepto o la idea de solidaridad internacional atraviesa en este presente una verdadera y aguda crisis y que esa crisis está asociada tanto a lo que ya expresado, a la naturalización de lo injusto por efecto de la saturación mediática, como a un pronunciado debilitamiento de la confianza en la fuerza que puede tener la acción colectiva para impedir que lo injusto tenga lugar o se perpetúe. Este debilitamiento del lazo solidario internacional no es ajeno a la erosión de esos grandes conceptos que impulsaron las luchas en el siglo XX, conceptos que han perdido su eficacia enunciativa, por ejemplo, el de democracia y derechos humanos, entre tantos otros.
Propongo plantear y abrir la discusión sobre esto que podríamos calificar como la crisis de la idea de solidaridad democrática internacional y por extensión reclamar la necesidad de preguntarnos si realmente existe alguna forma de revertir este diagnóstico que de por sí es oscuro y cargado de desesperanza, en especial para aquellos que sufren en carne propia la violencia de las dictaduras y los totalitarismos.
De otro modo seguiremos firmando solicitadas y declaraciones que ya nadie leerá y a ningún poder conmoverán. La crisis de la solidaridad democrática internacional es, diría, una más de las graves crisis de nuestro presente.
Rubén ChababoConsejero AcadémicoProfesor en Letras por la Universidad Nacional de Rosario donde dicta anualmente el Seminario sobre Memoria y Derechos Humanos. Es docente y miembro del Consejo académico de la Maestría de Estudios Culturales dependiente de la Universidad Nacional de Rosario y fue integrante del Consejo Asesor Internacional del Centro Nacional de Memoria Histórica de Bogotá (Colombia). Ha dictado cursos y conferencias en diferentes universidades nacionales y extranjeras en torno a los dilemas de la memoria en la escena contemporánea. Entre 2002 y 2014 fue Director del Museo de la Memoria de la ciudad de Rosario, una de las primeras instituciones museológicas dedicadas a abordar el tema del Terrorismo de Estado en la Argentina. Se desempeñó también como Director de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario. Es Director del Museo Internacional para la Democracia.
Hace años, cuando en la Argentina la vida pública y privada estaba dominada por la última dictadura, cuando los atropellos a la dignidad humana se sucedían uno tras otro, en un tiempo en que no existía un desarrollo comunicacional como el del presente, es decir, en un tiempo de fronteras cerradas y de compleja circulación de la información, en ese tiempo, cuando todo aquí era zozobra, se esperaba la palabra solidaria que viniera desde afuera para de ese modo quebrar la sensación de soledad.
Eran tiempos en que los organismos de Derechos humanos hacían esfuerzos denodados por ser escuchados en Europa y en los Estados Unidos, logrando a veces vencer las prohibiciones de salida y circulación, quebrando, no siempre de manera exitosa, el cerco informativo. De ese modo fue posible que en París, Madrid o Nueva York se conociera lo que aquí ocurría, la realidad de los desaparecidos y de la violenta represión ejercida por la dictadura sobre la sociedad civil. Creería que todos recordamos, porque lo hemos visto infinidad de veces, ese registro documental en el que un grupo de madres de desaparecidos filtra su reclamo ante periodistas extranjeros que se acercan a su ronda de los jueves en Plaza de Mayo. La secuencia dura unos pocos segundos pero alcanzó para que esa verdad llegara a Europa y se afianzaran los lazos solidarios con las víctimas argentinas a través de gobiernos y comités de solidaridad. Una solidaridad internacional que también lograba consolidarse en esos mismos años, en nuestro país, y en lengua inglesa, desde las páginas del periódico The Buenos Aires Herald.
Pasado casi medio siglo, todos reconocemos que tanto ha cambiado en el mundo, y en especial, en la dinámica comunicacional. A diferencia del pasado reciente, ya no hay posibilidad alguna para casi ningún gobierno de imponer cercos informativos inexpugnables. Corea del Norte podría ser la excepción, de acuerdo, pero lo cierto es que cuando en Managua la policía secuestra y reprime, cuando en México alguien desaparece, cuando un misil israelí cae sobre un poblado en la Franja de Gaza matando a civiles, esa información, antes invisible, no tarda más de un segundo en propagarse por el mundo. Lo que hace años atrás requería de días y hasta de meses, hoy esa barrera temporal se ha desvanecido.
Debiéramos reconocer y alegrarnos entonces de que estos tiempos son mucho más pródigos para el objetivo de hacer visible el dolor de las víctimas, la tragedia de los humillados y de los perseguidos. Y en parte es así, la velocidad de las redes, la masividad del uso de los teléfonos móviles le ha arrebatado al poder el monopolio absoluto del control informativo. De eso no cabe duda. Sin embargo, dicho esto, nos enfrentamos hoy a una situación acaso novedosa: la vieja idea de solidaridad internacional que en el pasado logró generar empatías por las víctimas hoy se ha debilitado a un grado sumamente preocupante. Debemos aceptarlo: el umbral de asombro se ha saturado y la proliferación de situaciones violentas alrededor del mundo ha generado una especie de naturalización de la injusticia y la barbarie al punto que situaciones que ayer hubieran convocado el inmediato repudio internacional, la movilización de sociedades, hoy ya no lo logran.
Los miles de muertos por el hundimiento de barcazas precarias en las aguas del Mediterráneo, la destrucción de Siria, la pulverización de Kiev y las consiguientes masacres de esta guerra que ya lleva más de un año concitan rechazos y condenas que rápidamente pierden intensidad y son devoradas por el impacto de una nueva tragedia que tamiza de olvido la anterior.
Lo que se narra para la escena europea no es diferente a lo que ocurre hoy en América latina. Lo que sucede a los ojos del mundo en Nicaragua por ejemplo ya no provoca demasiadas declaraciones de rechazo, y la dictadura del matrimonio Ortega-Murillo, por su parte, imaginamos, sabe de esto, porque lejos de aplacar su acción represiva, la exacerba. Nada diferente a lo que ocurre en la isla de Cuba donde ningún nuevo atropello concita grandes solidaridades con las víctimas. El drama se repite allí, mientras la escena internacional sigue con su propia dinámica, dándole la espalda a estas tragedias o por el contrario, dándoles lugar, cada tanto, en su agenda de foros y congresos internacionales, pero solo para disimular su mala conciencia.
No quiero que se entienda que estoy mitificando el pasado, porque lo cierto es que en el ayer también hubo tragedias y graves violencias que solo recibieron como respuesta la indiferencia social. Pero sí quiero destacar que en ese ayer el concepto de solidaridad lograba cohesionar voluntades, esfuerzos e ideales de una manera tan diferente a la del presente, o en todo caso me interesa aquí destacar que el concepto o la idea de solidaridad internacional atraviesa en este presente una verdadera y aguda crisis y que esa crisis está asociada tanto a lo que ya expresado, a la naturalización de lo injusto por efecto de la saturación mediática, como a un pronunciado debilitamiento de la confianza en la fuerza que puede tener la acción colectiva para impedir que lo injusto tenga lugar o se perpetúe. Este debilitamiento del lazo solidario internacional no es ajeno a la erosión de esos grandes conceptos que impulsaron las luchas en el siglo XX, conceptos que han perdido su eficacia enunciativa, por ejemplo, el de democracia y derechos humanos, entre tantos otros.
Propongo plantear y abrir la discusión sobre esto que podríamos calificar como la crisis de la idea de solidaridad democrática internacional y por extensión reclamar la necesidad de preguntarnos si realmente existe alguna forma de revertir este diagnóstico que de por sí es oscuro y cargado de desesperanza, en especial para aquellos que sufren en carne propia la violencia de las dictaduras y los totalitarismos.
De otro modo seguiremos firmando solicitadas y declaraciones que ya nadie leerá y a ningún poder conmoverán. La crisis de la solidaridad democrática internacional es, diría, una más de las graves crisis de nuestro presente.