Diálogo Latino Cubano
Defensa de la Libertad de Expresión Artística
Catarsis, humor y resistencia
Ante tanto cine catártico en un país donde la libertad de expresión no es moneda corriente, no es raro que esta película lograra que se congregaran 15000 personas para el primer pase en el Festival de la Habana de 2011, donde se exhibió por primera vez. También es cierto que lo que vendría después de esa proyección sería una llegada de la policía que provocó disturbios en la puerta del cine y desalojos en la sala. Esto no impidió que Juan de los muertos tuviera el Premio del Público en dicho festival.Por Hernán Schell
Hay un momento brillante en Juan de los muertos, la comedia de terror de Alejandro Brugués acerca de una Cuba atacada por los zombies: se trata del instante en el cual el Juan del título ve junto a su amigo Lázaro unos muertos vivos caminando por las calles cubanas. Allí ni Lázaro ni Juan pueden distinguir a simple vista si son zombies o meros habitantes del país latinoamericano.
La idea de comparar un zombie con un cubano en país comunista tiene que ver con muchas ironías que se van desparramando a lo largo del relato: la de un país que trata a su población como un conjunto de autómatas dispuestos a creerse cualquier cosa; la de una sociedad que ante tanto control policial ha perdido cualquier tipo de personalidad; y también la de una población que, tal y como dice un personaje en un momento, habita un país que en el fondo, a pesar de las apariencias, no cambia nunca. Ante eso la figura del zombie, un monstruo que no altera nunca su comportamiento, parece la metáfora perfecta del país que describe Brugués.
El héroe de esta película será Juan, un protagonista que reunirá un conjunto de ayudantes para asesinar a estos monstruos a cambio de dinero y con armas de todo tipo y color (cuchillos, gomeras y sobre todo remos). Su lema comercial será: “Juan, matamos a sus seres queridos”, una frase ridículamente fría pero ideal para una comedia negra. Por otro lado también, esta frase no exenta de cinismo, es la representación de un film que va contramano de cualquier tipo de solemnidad y que convierte cualquier asesinato o tragedia de un personaje en un chiste. De este modo, las escenas que podrían filmarse como terribles (por ejemplo, aquellas en las que algunos miembros del equipo de Juan son asesinados o se encuentran infectados por algún zombie) pueden ser ocasión para algún gag largo (un baile insospechado que se forma entre Juan y un muerto vivo), o sorpresivo (la eliminación inmediata de un personaje de reparto que parecía clave).
Dichos momentos no desentonan con una película caracterizada por su impredicibilidad y anarquía, pero también tan propia de una comedia negra donde uno siente que la vida de los personajes principales vale, en el fondo, tanto como el precio que ellos ponen para asesinar a los seres queridos devenidos en zombies.
Sin embargo, como se sabe, el humor negro puede ser también una forma de defensa frente a lo que causa dolor, y en Juan de los muertos, ese gesto es evidente incluso en esta película que trata de hacer lo que sea por ocultar cualquier tipo de sentimentalismo.
Dicho disfraz se nota en el costado extrañamente épico y emotivo que el film abraza de vez en cuando. Esto sucede claramente en los últimos minutos: cuando Juan pasa de ser un antihéroe a alguien con gestos heroicos genuinos y finalmente a un sobreviviente asumido y una figura quijotesca enfrentándose a algo mucho más grande que él. Incluso cuando estos aspectos puedan darse en un contexto de comedia, uno puede percibir allí una necesidad de crear un héroe imaginario que resuelva desde su lugar una situación social y política desesperante y que pareciera no tener fin.
Ante tanto cine catártico en un país donde la libertad de expresión no es moneda corriente, no es raro que esta película lograra que se congregaran 15000 personas para el primer pase en el Festival de la Habana de 2011, donde se exhibió por primera vez.
También es cierto que lo que vendría después de esa proyección sería una llegada de la policía que provocó disturbios en la puerta del cine y desalojos en la sala. Esto no impidió que Juan de los muertos tuviera el Premio del Público en dicho festival, y mucho menos que un año después, en el Festival de Goya, obtuviera el premio a la mejor película extranjera de habla Hispana en el 2013 y empezara a cimentar la carrera de Brugués (hoy director y productor en Los Ángeles).
En algún punto en este país que, según Brugués, nada cambia, al menos una película catártica logró catapultar un realizador y dar un instante de catarsis genuina y cómica a sus espectadores. Quizás después de todo, en ese país estático pueda haber algún que otro terremoto, aunque venga en una forma repentina y aparentemente pasajera de un film de hora y media donde sobrevivientes se convierten en héroes y los remos tan asociados en este país al exilio, en armas insospechadas de resistencia.
Hernán Schell
Hay un momento brillante en Juan de los muertos, la comedia de terror de Alejandro Brugués acerca de una Cuba atacada por los zombies: se trata del instante en el cual el Juan del título ve junto a su amigo Lázaro unos muertos vivos caminando por las calles cubanas. Allí ni Lázaro ni Juan pueden distinguir a simple vista si son zombies o meros habitantes del país latinoamericano.
La idea de comparar un zombie con un cubano en país comunista tiene que ver con muchas ironías que se van desparramando a lo largo del relato: la de un país que trata a su población como un conjunto de autómatas dispuestos a creerse cualquier cosa; la de una sociedad que ante tanto control policial ha perdido cualquier tipo de personalidad; y también la de una población que, tal y como dice un personaje en un momento, habita un país que en el fondo, a pesar de las apariencias, no cambia nunca. Ante eso la figura del zombie, un monstruo que no altera nunca su comportamiento, parece la metáfora perfecta del país que describe Brugués.
El héroe de esta película será Juan, un protagonista que reunirá un conjunto de ayudantes para asesinar a estos monstruos a cambio de dinero y con armas de todo tipo y color (cuchillos, gomeras y sobre todo remos). Su lema comercial será: “Juan, matamos a sus seres queridos”, una frase ridículamente fría pero ideal para una comedia negra. Por otro lado también, esta frase no exenta de cinismo, es la representación de un film que va contramano de cualquier tipo de solemnidad y que convierte cualquier asesinato o tragedia de un personaje en un chiste. De este modo, las escenas que podrían filmarse como terribles (por ejemplo, aquellas en las que algunos miembros del equipo de Juan son asesinados o se encuentran infectados por algún zombie) pueden ser ocasión para algún gag largo (un baile insospechado que se forma entre Juan y un muerto vivo), o sorpresivo (la eliminación inmediata de un personaje de reparto que parecía clave).
Dichos momentos no desentonan con una película caracterizada por su impredicibilidad y anarquía, pero también tan propia de una comedia negra donde uno siente que la vida de los personajes principales vale, en el fondo, tanto como el precio que ellos ponen para asesinar a los seres queridos devenidos en zombies.
Sin embargo, como se sabe, el humor negro puede ser también una forma de defensa frente a lo que causa dolor, y en Juan de los muertos, ese gesto es evidente incluso en esta película que trata de hacer lo que sea por ocultar cualquier tipo de sentimentalismo.
Dicho disfraz se nota en el costado extrañamente épico y emotivo que el film abraza de vez en cuando. Esto sucede claramente en los últimos minutos: cuando Juan pasa de ser un antihéroe a alguien con gestos heroicos genuinos y finalmente a un sobreviviente asumido y una figura quijotesca enfrentándose a algo mucho más grande que él. Incluso cuando estos aspectos puedan darse en un contexto de comedia, uno puede percibir allí una necesidad de crear un héroe imaginario que resuelva desde su lugar una situación social y política desesperante y que pareciera no tener fin.
Ante tanto cine catártico en un país donde la libertad de expresión no es moneda corriente, no es raro que esta película lograra que se congregaran 15000 personas para el primer pase en el Festival de la Habana de 2011, donde se exhibió por primera vez.
También es cierto que lo que vendría después de esa proyección sería una llegada de la policía que provocó disturbios en la puerta del cine y desalojos en la sala. Esto no impidió que Juan de los muertos tuviera el Premio del Público en dicho festival, y mucho menos que un año después, en el Festival de Goya, obtuviera el premio a la mejor película extranjera de habla Hispana en el 2013 y empezara a cimentar la carrera de Brugués (hoy director y productor en Los Ángeles).
En algún punto en este país que, según Brugués, nada cambia, al menos una película catártica logró catapultar un realizador y dar un instante de catarsis genuina y cómica a sus espectadores. Quizás después de todo, en ese país estático pueda haber algún que otro terremoto, aunque venga en una forma repentina y aparentemente pasajera de un film de hora y media donde sobrevivientes se convierten en héroes y los remos tan asociados en este país al exilio, en armas insospechadas de resistencia.