Derechos Humanos y
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Monitoreo de la gobernabilidad democrática

30-06-2013

Tendencias Latinoamericanas

(Análisis Latino) Los países de la Alianza son los de mayor dinamismo en la región, representan un 40% de su PIB y generan un 55% de sus exportaciones. A diferencia del proteccionista Mercosur, cuyo comercio interior muestra signos de debilidad –descendió un 9,4% el año pasado- la Alianza aumenta sus relaciones comerciales y de seguro seguirá haciéndolo. Por otro lado, tres son los países de nuestra región en que se manifiestan los graves problemas que traen el socialismo y el populismo de izquierdas y, en los tres, se asiste a procesos de transición, lentos por ahora pero probablemente inevitables.
Por Carlos Sabino
 

I. América Latina en la escena mundial

Cambios graduales pero acumulativos han ido reposicionando nuestra región en el concierto mundial. El antecedente de este proceso hay que situarlo a finales de los años ochenta del pasado siglo, cuando Latinoamérica abandonó el llamado “modelo de crecimiento hacia adentro” y decidió abrirse al comercio internacional, atraer inversiones extranjeras y tratar de mantener los equilibrios fiscales básicos. No fueron muchos, ni muy evidentes, los frutos que pudieron cosecharse a corto plazo de esta apertura hacia una economía más próxima al libre mercado. La emergencia del chavismo en 1999 y la crisis argentina de 2001 parecieron indicar un retroceso general hacia el fracasado modelo estatista anterior, que se hizo más intenso aún por la aparición de populismos de diverso tipo en Bolivia, Ecuador y Nicaragua, y por el ascenso de la izquierda en Brasil. Pero la región creció de un modo sostenido en los primeros años de este siglo y luego, cuando llegó la crisis económica mundial que comenzó en 2008, se encontró en la posición relativamente ventajosa que hoy disfruta.

La crisis ha dado impulso a los cambios profundos que se están produciendo en el panorama político y económico mundial que surgió tras el derrumbe del comunismo. Economías emergentes -como las de China, India, Rusia, Brasil y México- han producido un reordenamiento que parece ser ya una tendencia de largo plazo: mientras los Estados Unidos no acaba de salir de sus problemas, y Europa y Japón continúan estancados, el resto del mundo progresa, incrementa su producción y sus ingresos, activa cada vez más su comercio y va abandonando poco a poco la pobreza que una vez lo abrumó.

La mayor parte de América Latina, aprovechando este impulso, está creciendo ahora a buenos ritmos, destacándose en especial los casos de Perú (que lleva ya 14 años de crecimiento sostenido), Panamá, Paraguay y Chile, acompañados también por Colombia y Bolivia. A propósito de esta bonanza se ha advertido, como en ocasiones anteriores, sobre el peligro que representa confiar demasiado en los buenos precios de las materias primas y no prever los cíclicos descensos que suelen experimentar dichos productos. La advertencia es oportuna, sobre todo para aquellos casos en que los gobiernos utilizan los altos ingresos de estos períodos de bonanza para contraer compromisos a los que, luego, no pueden responder en épocas menos favorables. No obstante lo anterior debemos recordar que las economías de la región son mucho menos dependientes hoy de la exportación de materias primas y que en muchos sitios se ha creado una base industrial y un sector de servicios que posee ya una considerable magnitud.

Como consecuencia de la crisis mundial y de la expansión de economías como la de China, se percibe hoy un cambio en la distribución del comercio exterior de los países latinoamericanos, que cada vez resultan menos dependientes de sus tradicionales compradores en el mundo desarrollado y, en cambio, aumentan sus lazos con China y otros países asiáticos. Esta enorme nación es ahora un socio clave para la región: ya es el primer destino de las exportaciones de Brasil y de Chile, y el segundo para Perú, Cuba y Costa Rica. Los préstamos y las inversiones del gigante asiático han sobrepasado en los últimos años los 100.000 millones de dólares, asegurándose vínculos comerciales estables con México y una proporción sustancial del petróleo de Venezuela, país que está fuertemente endeudado con los chinos. La reciente visita del presidente Xi Jinping a México y otros países de la región ha servido para consolidar estos lazos, que auguran una creciente presencia suya en América Latina y una reorientación del comercio regional desde el Atlántico hacia la cuenca del Pacífico.

Es en este sentido que cobra importancia la consolidación de la Alianza del Pacífico, agrupamiento subregional del que ya nos ocupamos en la edición anterior y que ha realizado una nueva cumbre. La Alianza, constituida por México, Colombia, Perú y Chile, realizó el 23 de mayo su segunda reunión, en la ciudad colombiana de Cali, donde incorporó formalmente a sus filas a Costa Rica, mientras prepara el ingreso de Guatemala y Panamá. Ecuador, El Salvador, Honduras, Uruguay, República Dominicana, Paraguay, Portugal, Francia, Canadá, España y Nueva Zelanda se han integrado ya, al menos como observadores. Los países de la Alianza son los de mayor dinamismo en la región, representan un 40% de su PIB y generan un 55% de sus exportaciones. A diferencia del proteccionista Mercosur, cuyo comercio interior muestra signos de debilidad –descendió un 9,4% el año pasado- la Alianza aumenta sus relaciones comerciales y de seguro seguirá haciéndolo: ya ha eliminado los aranceles entre sus miembros para un 90% de la lista de productos y está fijando el cronograma para abordar el tema de los restantes.

Como parte de esta misma tendencia vemos la reciente iniciativa de construir un nuevo canal interoceánico por la vieja ruta –cien veces propuesta- del río San Juan y el Lago de Nicaragua. El congreso del país centroamericano acaba de aprobar el proyecto, que monta a 40.000 millones de dólares, presentado por un consorcio de inversionistas liderado por un empresario de Hong Kong. Son muchos los interrogantes y las objeciones que se han levantado en Nicaragua contra esta iniciativa: se ha planteado la escasa profundidad que en realidad tiene el lago como para permitir el paso de los grandes cargueros de hoy, las negativas repercusiones ecológicas, las trabas que podrá interponer Costa Rica –que comparte un tramo del río San Juan-, las condiciones financieras del plan -que dejarían al país en manos de la empresa constructora- y la participación que el presidente Daniel Ortega tiene en el proyecto. Aun así se trata de una iniciativa de gran envergadura que señala el giro de la región hacia la apertura económica y su vinculación con Asia. Es de destacar que el gobierno de Ortega muestra, en este caso, cómo es capaz de abandonar en la práctica la retórica izquierdista que lo ha alineado con el chavismo venezolano. No está de más agregar que en otra parte del istmo centroamericano, en el oriente de Guatemala, avanza el proyecto de construir un “canal seco” que competiría con esta vía nicaragüense y con el Canal de Panamá, que pronto inaugurará su gigantesca ampliación. Entretanto México avanza el proyecto para construir una línea férrea moderna por el istmo de Tehuantepec y hasta existen planes en Honduras para crear también allí una conexión interoceánica.

El creciente papel de la región en la escena mundial se ha puesto de relieve, también, en un plano por completo diferente. El día 11 de febrero de este año el papa Benedicto XIV anunció, en una decisión con muy pocos precedentes, que renunciaba al llamado trono de San Pedro. El 13 de marzo, y después de muy pocas votaciones, el cónclave cardenalicio eligió como nuevo papa a Jorge María Bergoglio, un jesuita nacido en Buenos Aires que se convirtió así en el primer Papa de nuestro continente. Francisco I, como decidió llamarse, mostró de inmediato un estilo de profunda humildad y conmovedora sencillez. El nuevo Papa puede considerarse como un moderado dentro de la Iglesia Católica que se aleja tanto del conservatismo como del radicalismo de quienes se sitúan en posiciones más extremas. En sus primeros mensajes y acciones ha destacado su preocupación por los pobres –usual en la iglesia desde hace algunas décadas- pero también su censura a las manifestaciones de soberbia y de prepotencia de quienes ejercen el poder. Enfrentado al gobierno de los Kirchner en varias ocasiones en su Argentina natal, el papa Bergoglio podrá ejercer tal vez una influencia moderadora en la volátil política del país sureño. Su primer viaje internacional, al Brasil, mostrará qué tanta es su habilidad para conducirse frente a la ola de protestas y de reclamos que han sacudido en estos días al país católico más grande del mundo.

II. Transiciones a ritmo lento

Tres son los países de nuestra región en que se manifiestan los graves problemas que traen el socialismo y el populismo de izquierdas y, en los tres, se asiste a procesos de transición, lentos por ahora pero probablemente inevitables. Veamos en detalle cada caso.

La muerte del presidente vitalicio Hugo Chávez no ha traído para Venezuela el cambio sustancial que muchos preveíamos a finales del año pasado. Varias circunstancias se han conjugado para que la transición personal del mandatario no se haya convertido en un viraje importante para ese país petrolero, alejado desde hace tiempo de lo que podríamos llamar la democracia liberal. La desaparición del caudillo, al menos por ahora, no ha significado un cambio de régimen, pues Venezuela sigue transitando por el mismo camino por el que se embarcó a comienzos de este siglo. Veamos los hechos.

Chávez, enfermo, regresó a su país el 17 de febrero, mientras ejercía el mando Nicolás Maduro en su calidad de vicepresidente. La noticia oficial del fallecimiento del caudillo se anunció poco después, el 5 de marzo, y Maduro, amparado por un dudoso fallo de la Corte Suprema de Justicia, juró como presidente provisional tres días después. Se convocó de inmediato a nuevas elecciones, con un plazo mínimo para desarrollar una campaña en la que –como siempre en Venezuela- el oficialismo aprovechó todos los medios posibles para obtener ventajas en las urnas. Las elecciones se efectuaron el 14 de abril y dieron la victoria, como era de suponer, al presidente provisional y candidato oficial Nicolás Maduro. Con cerca de 15 millones de votos emitidos Maduro logró una ventaja de 1,5% sobre su rival, Enrique Capriles, quien ya había sido derrotado por Chávez por una diferencia algo mayor en octubre de 2012. El proceso electoral, plagado de irregularidades, fue denunciado como fraudulento por la oposición, quien solicitó el conteo manual de los votos. En las protestas que siguieron inmediatamente, reprimidas con extrema violencia, 8 personas murieron y decenas más resultaron heridas. La auditoría posterior de las elecciones, efectuada por incondicionales del gobierno, no arrojó más que la confirmación del resultado anterior, dejando a la oposición en una posición muy debilitada.

En las semanas posteriores fueron agredidos físicamente varios diputados en el mismo recinto del congreso, incluyendo a María Corina Machado, probablemente la líder más resuelta de quienes adversan al chavismo. Pero el MUD, el movimiento que agrupa a la oposición, no parece tener respuesta alguna frente al régimen y, al menos por ahora, parece concentrar sus esfuerzos en el escenario internacional y en la esperanza de que la delicada situación de la economía promueva manifestaciones de descontento que lleven por sí solas a la caída del régimen.

En efecto, a pesar de los ingresos petroleros, Venezuela afronta hoy una escasez pronunciada de divisas, producto tanto de las tasas artificiales a las que se cotiza la moneda nacional como de la forma poco ordenada en que estas se gastan. Existe un férreo control de cambios que fija una paridad oficial a la que solo se puede tener acceso a través de un organismo del gobierno. Esto ha creado, como siempre sucede (y como está ocurriendo también en Argentina) un mercado paralelo, donde la divisa de los Estados Unidos adquiere su verdadero valor, el que fija el mercado. Conviene dar al lector algunas cifras, para que se pueda percibir la grave situación en la que se encuentra Venezuela: a comienzos de este año el dólar oficial valía 4,30 bolívares, pero en el mercado libre llegaba hasta 12 y 15 Bs; el gobierno devaluó en febrero, llevando la paridad oficial a 6,30 Bs. pero el mercado, ante la imposibilidad fáctica de obtener el dólar a ese precio, lo está transando ahora a valores que ya superan los 32,00 bolívares.

Esta enorme diferencia ha provocado dos efectos paralelos que recaen sobre el sufrido consumidor: por una parte escasez -falta de abastecimiento- pues no se pueden traer, y menos oportunamente, la gran cantidad de mercancías que requiere un país que ha ido desmantelando su industria y su agricultura por la verdadera persecución que se ejerce sobre la empresa privada; por otra parte inflación, pues lo que no se puede importar al dólar oficial debe transarse a una tasa cinco veces mayor. Los últimos datos disponibles son, al respecto, alarmantes: durante el mes de mayo los precios han aumentado un brutal 6,1%, lo que da un acumulado de 19,4% para los cinco primeros meses del año y una inflación anualizada de 35,2%, una de las más altas del mundo. Si a esto añadimos un muy débil crecimiento económico -0,7% en el primer trimestre- se comprenderá que no exageramos al decir que la situación es verdaderamente crítica.

Pero nada de esto implica que el fin del régimen chavista se acerque. Es cierto que hay un palpable malestar en la población ante las penurias que tiene que soportar, pero este descontento no tiene, al menos por ahora, forma concreta de expresarse y de traducirse en resultados políticos concretos. La drástica represión que siguió a las elecciones, por una parte, reduce las posibilidades de manifestaciones espontáneas que, en todo caso, serían disueltas sin piedad. El camino electoral no ofrece por ahora posibilidad alguna, pues Maduro ha sido elegido por seis años y no hay forma de vencer al chavismo cuando este cuenta con el control absoluto de los procesos comiciales, aparte de un amplio mecanismo de intimidación sobre los ciudadanos. La MUD, por otra parte, aparece increíblemente pasiva, limitándose a ejercer reclamos legales que, ante un régimen como el chavista, nada concreto pueden lograr, mientras trata de volcar a su favor a una comunidad internacional indiferente, que no percibe a Maduro con la misma ansiedad con que seguía las acciones de Hugo Chávez. En este contexto pensamos que pocos cambios profundos pueden esperarse en Venezuela, al menos durante la segunda mitad del año que transcurre.

La situación en Argentina sigue centrada en la complicada situación económica que afronta el país y en la lucha que da la actual presidente, Cristina Fernández de Kirchner, para mantener las riendas del poder. Tal como en Venezuela existe en el país lo que llaman un “cepo cambiario”, un control estatal que impide negociar y conservar la divisa norteamericana libremente y que ha creado un mercado paralelo donde el dólar se cotiza a valores muy alejados de la tasa oficial. El llamado “dólar blue” se mueve ahora entre 8,00 y 8,50 pesos, mientras el valor oficial está muy por debajo, alrededor de los 5,40 pesos. El gobierno insiste en su política de fuerte intervencionismo económico –que incluye restricciones al comercio exterior y todo tipo de controles- pero ha comprendido que no puede permitir que la situación se escape de sus manos. Por eso ha tratado de influir en el mercado libre, vendiendo dólares, y ha logrado que la divisa regrese de los valores extremos que alcanzó hace dos meses, cuando llegó a superar por momentos los 10 pesos.

Desde el punto de vista político todas las miradas y los esfuerzos están dirigidos a las elecciones legislativas que se llevarán a cabo el próximo octubre. La Cámara de Diputados renovará a casi la mitad de sus 257 miembros, 127 exactamente. El kirchnerismo, que hoy cuenta con 135 diputados, renovará a 51 de ellos, quedando con 84. Para poder modificar la constitución y permitir que la presidenta optase a una segunda reelección debería llegar a 172 diputados, es decir que tendría que obtener 88 de los representantes que se eligen, o el 70% de ellos. La hazaña parece imposible, en especial por el descontento que existe ante la situación económica que describimos, pero peor aún son las cifras para el Senado, que renueva apenas un tercio de sus miembros. La presidente posee ahora 38 de los 72 senadores y debería obtener 10 más para que pudiese aprobarse una reforma a la constitución, pero pondrá en juego 19 bancas: así, aunque obtuviese el 100% de los votos, no podría llegar más que a 43 senadores, lo que imposibilitaría la reforma y su posible reelección. Dadas estas cifras pareciera que Cristina Fernández tratará de fortalecer a su partido, el Frente para la Victoria, de modo que pueda tener una sólida mayoría parlamentaria –aunque sin lograr los mágicos dos tercios- para poder gobernar con holgura en los dos años que le quedan de mandato y, luego, lograr que una figura de su partido sea elegida como presidente en 2015.

La oposición, por su parte, tiene dos metas por delante: la primera es derrotar claramente a los candidatos del gobierno en las legislativas de octubre, para mostrar que el país desea un auténtico cambio de rumbo; la segunda es llegar a unificarse, para convertirse en una real alternativa de poder en las presidenciales de 2015. Solo en agosto, con las primarias obligatorias que existen en el país, se podrá despejar por completo un panorama que por ahora resulta complejo y difícil de evaluar. Las figuras no kirchneristas del peronismo, como José Manuel de la Sota (gobernador de la provincia de Córdoba), Hugo Moyano (sindicalista que abandonó el kirchnerismo) y Roberto Lavagna (exministro de economía) han buscado alianzas con diversos sectores para presentar un frente integrado a los partidarios de la presidente, en tanto que Mauricio Macri, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires del partido PRO, de centro derecha, trata de expandir su influencia a nivel nacional.

La presidente logró una victoria en el legislativo hace pocas semanas al aprobarse su proyecto de “democratización de la justicia”, que le hubiese permitido obtener un claro control sobre el poder judicial. Pero la Corte Suprema consideró que la ley era inconstitucional, por lo que la mandataria sufrió en definitiva una severa derrota en este tema. Acusada por varios delitos de corrupción la situación de Cristina Fernández, a la hora de cerrar este número de Tendencias, parece cada vez más débil, lo que arroja fuertes sombras sobre su futuro y el de su alianza política.

En Cuba prosiguen las reformas y se pueden apreciar algunos signos mayores de apertura, especialmente después de la muerte de Hugo Chávez, indudable respaldo financiero de los gobernantes hermanos Raúl y Fidel Castro. Los cubanos pueden ahora viajar al exterior y, si bien todavía enfrentan algunas restricciones para hacerlo, la situación ha cambiado sin duda para muchos. La economía sigue tambaleándose pues no se avanza con firmeza hacia su apertura, aunque poco a poco se percibe la posibilidad de que –sobre todo en el campo- se permita una mayor participación del sector privado. En suma, poco tenemos que agregar a lo que apuntábamos en nuestro número anterior: los cambios profundos en la isla solo podrán darse, pensamos, cuando desaparezca por lo menos uno de los hermanos Castro.

III. ¿Quién lidera la América Latina?

Desaparecida la figura carismática de Hugo Chávez parece interesante repensar el tema de quien pueda ejercer el liderazgo de la región, en términos de personas o de países. Venezuela, como estado, nunca llegó a tener un papel preponderante en Latinoamérica aunque su presidente, con su carisma, su modo agresivo y las dádivas que por una vía u otra entregaba, se convirtió en un punto de referencia importante durante varios años. Algunos lo halagaban, para conseguir recursos o para llegar al poder, y otros lo adversaban, viendo en él un peligro de desestabilización para sus países. Nadie está en condiciones ahora de asumir el papel que tenía el locuaz caudillo pues Nicolás Maduro es una figura de segundo orden, que protagoniza a veces incidentes risibles.

El principal candidato al liderazgo internacional, en términos de países, fue hasta hace poco el Brasil. Decimos candidato porque esa nación, a pesar de su enorme economía y del crecimiento que experimentó hasta hace poco, siempre tuvo una política demasiado apegada a la izquierda para el gusto de muchos y no asumió un verdadero papel de guía y equilibrio a escala regional. Hoy, sin embargo, Brasil se encuentra en peor situación que hace un par de años y no puede aspirar al liderazgo regional: su economía no crece, un exceso de liquidez ha llevado a una inflación del 9% anual, se sigue una política proteccionista y, para colmo, su panorama político se ha visto complicado por la oleada de manifestaciones que comenzaron el pasado 12 de junio como protestas al alza de los precios del transporte urbano y los enormes gastos que se hacen de cara al mundial de fútbol del año que viene. Las manifestaciones han continuado hasta la fecha, cuestionando el actual modelo político y generando una inestabilidad poco usual en el país. No sabemos que derivaciones tendrá, en definitiva, esta especie de alzamiento cívico, pero en todo caso ha afectado el papel del gigante brasilero, posiblemente por un buen tiempo, arrojando dudas sobre las posibilidades del partido gobernante de conservar el poder.

El país que ahora presenta las mejores perspectivas para asumir el liderazgo es, sin duda, México. Todavía es pronto para conocer el alcance y la verdadera incidencia concreta de las reformas que ha emprendido pero, al menos, crece ahora al ritmo del 4% anual y es la principal economía dentro de la Alianza del Pacífico, organización a la que nos referimos en la primera sección de este informe. Peña Nieto, su presidente, es una figura que mantiene una alta aceptación en la región, alejada su imagen del populismo y de la tradición de corrupción que se asocia normalmente a su partido, el legendario PRI.

Lo que fuera el “eje chavista”, por otra parte, parece desintegrarse rápidamente, pues cada uno de los líderes de las naciones que lo constituyen está adoptando ahora su propio camino. Ya analizamos los casos de Cuba y Argentina, en procesos de transición que muy probablemente impliquen, a mediano plazo, un cambio bastante profundo en su orientación. Nicaragua, más allá de la retórica izquierdista de Daniel Ortega, está tratando de atraer inversiones y con su estable economía y el proyecto de canal interoceánico que ha anunciado parece alejada del populismo inicial. Tanto en Ecuador como en Bolivia los presidentes parecen ante todo preocupados por solidificar su posición de liderazgo y no por emprender aventuras de tipo internacional que, en todo caso, difícilmente podrían asumir desde naciones relativamente más pequeñas.

En Ecuador Rafael Correa, el actual presidente, fue reelegido con un 57% de los votos ante una oposición dispersa que no logra superar el aparato autoritario que se ha instalado en el país desde 2007, cuando él asumió por primera vez el ejecutivo. Una nueva ley de medios, aprobada en el congreso en que el mandatario tiene la mayoría absoluta, promete reforzar más el control de la presidencia sobre lo que ocurre en el país. La actitud del Ecuador en el caso Snowden, sobre filtraciones en el sistema de seguridad de los Estados Unidos, no puede ser evaluada todavía, pues los acontecimientos se encuentran en pleno desarrollo aunque el país –por lo pronto- ha renunciado a las preferencias arancelarias de las que gozaba para poder actuar con más independencia ante la potencia del norte. Analizaremos el tema en nuestra próxima entrega.

Evo Morales, en Bolivia, ha logrado que el tribunal Constitucional dictaminara que “no hay obstáculos” para que pueda presentarse a un tercer período presidencial en las elecciones de 2014. También él, a pesar de su retórica, mantiene al país alejado de nocivos experimentos socialistas, ha logrado cierta disciplina fiscal y la inflación y el crecimiento presentan indicadores alentadores.

En suma, puede decirse que el “eje chavista” no existe más como realidad regional concreta: lo que queda son autoritarismos y populismos locales que a veces resultan más declaratorios que efectivos. Lo que sí es una constante, y no solo entre los gobiernos de izquierda, es la enorme preponderancia del ejecutivo sobre las formas parlamentarias, el renovado caudillismo apoyado en democracias manipuladas y un cierto nacionalismo económico que puede resultar muy nocivo en ciertos casos, como el de la Argentina, por ejemplo.

IV. Otras noticias de interés

Prosiguen en Colombia las negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC, en un escenario políticamente complejo en el que se destaca la intención del presidente Juan Manuel Santos de concurrir a las elecciones de 2014 para obtener su reelección. Las conversaciones de paz han logrado ya resultados concretos en materia agraria –debido en parte a que ya el gobierno había implementado un “Fondo de tierras para la paz” para beneficiar a los millones de personas afectadas por la despiadada guerra. Se han acordado ahora programas de desarrollo rural y de impulso a la infraestructura en el campo, para complementar la cesión o el reintegro de tierras ya acordado. Pero el resto de los temas, que tienen que ver con la reinserción política de las FARC y el espinoso tema del narcotráfico, no parece encontrar, al menos por ahora, caminos concretos de solución. Pesa en contra una buena parte de la opinión pública, liderizada por el expresidente Alvaro Uribe, que insiste en las responsabilidades penales de las FARC y se niega a aceptar lo que llaman una “paz a cualquier precio”.

En Chile se celebran, al momento de cerrar esta edición, las primarias para las elecciones generales del 17 de noviembre: no podemos, por tal razón, dar resultados concretos al respecto. Nada hace dudar del triunfo de Michelle Bachelet como abanderada de la Nueva Mayoría, coalición que se ha formado entre la Concertación, de centro izquierda, y el Partido Comunista. Los partidarios de la centro derecha, a la que  pertenece el actual mandatario Sebastián Piñera, se han unido formando la Alianza. Andrés Allamand de RN y Pablo Longueira de la UDI, compiten por la candidatura de esta otra coalición. Las encuestas dan a la expresidente Bachelet como clara favorita para la presidencia, un segundo lugar para la Alianza y un tercer puesto, con menos del 10%, para el independiente de izquierda Marco Enriquez-Ominami. Bachelet ha prometido reformas que lleven a una educación gratuita y cada vez más estatizada, y se inclina por lo general hacia posiciones más izquierdistas que las que tuvo cuando era presidente.

En Paraguay las elecciones del 21 de abril dieron como resultado el retorno del Partido Colorado al poder. El empresario Horacio Cartes triunfó con un 46% de los votos y le siguió Efraín Alegre, del gobernante PLRA, con 37%. El P. Colorado tiene ahora mayoría en la Cámara de Diputados, aunque no ha podido conseguir lo mismo en el Senado. Paraguay atraviesa un muy buen momento económico, con tasas de crecimiento superiores al 10%.

Extrañas y complicadas situaciones judiciales se han producido en Guatemala en relación a tres ex presidentes. El general Efraín Ríos Montt, que fue Jefe de Estado durante 17 meses después del golpe de estado de marzo de 1982, fue acusado y es juzgado por genocidio por su responsabilidad en acciones contrainsurgentes cuando se combatía a la guerrilla marxista de la URNG. La acusación, obviamente politizada pues no hay indicio alguno de objetivos genocidas en la lucha antiguerrillera de entonces, siguió un accidentado curso en los tribunales, donde no faltó la presión de una “comunidad internacional” interesada en lograr una condena emblemática. Una juez de primera instancia lo encontró culpable y lo condenó a 80 años de cárcel pero la sentencia, en un proceso muy viciado desde diversos puntos de vista, fue anulada luego por la Corte de Constitucionalidad del país. El juicio ha regresado a su etapa inicial y no es probable que continúe durante este año, mientras el general, de 86 años, ha regresado ahora a su arresto domiciliario. Entretanto Alfonso Portillo, presidente de 2000 a 2004, ha sido extraditado a los Estados Unidos para enfrentar acusaciones por lavado de dinero, después de haber sido declarado inocente de la acusación de peculado en el juicio que se le hizo en Guatemala. El caso más sorprendente es el de Jorge Serrano Elías, presidente entre 1992 y 1993, fecha en la que intentó un frustrado autogolpe que lo mantiene en el exilio en Panamá. La acusación contra Serrano fue levantada el pasado 25 de junio por supuestos vicios de forma en el proceso, después de nada menos que 20 años, aunque un dictamen posterior de la Corte Suprema anuló ese absurdo fallo. Los tres casos, de un modo u otro, muestran el elevado grado de politización de la justicia que hoy existe en Guatemala y, en realidad, en todo el mundo. El tema, por su interés, será abordado en nuestra próxima edición del segundo semestre.

Carlos Sabino
Carlos Sabino
Licenciado en Sociología y Doctor en Ciencias Sociales. Es profesor titular de la Escuela de Sociología y del Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Central de Venezuela y profesor visitante de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Es miembro de la Mont Pelerin Society, y corresponsal de la agencia AIPE en Venezuela. Entre sus libros figuran: Empleo y Gasto Público en Venezuela; De Cómo un estado Rico nos Llevó a la Pobreza; El Fracaso del Intervencionismo en América Latina; Desarrollo y Calidad de Vida; y Guatemala, dos Paradojas y una Incógnita.
 
 
 

 
 
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