Libros
Reseña
Suecia después del modelo sueco
Del Estado benefactor al Estado posibilitador
MAURICIO ROJAS
Prólogo para lectores latinoamericanos
Durante las últimas décadas América Latina se ha debatido en una larga agonía de crisis económicas, sociales y políticas recurrentes. Con la excepción de Chile, los progresos que se han registrado en algunos países han sido lentos y están lejos de satisfacer las expectativas populares. Al mismo tiempo, en otras latitudes se constatan avances extraordinarios, mostrando sin lugar a dudas las enormes posibilidades que la globalización ofrece para el rápido mejoramiento de las condiciones de vida de grandes conglomerados humanos. Los avances asombrosos de naciones como China e India así como de al menos una decena de otros países del Asia hacen que el fracaso latinoamericano sea aún más patente e injustificable. Antes teníamos al menos el consuelo de ser los menos pobres y subdesarrollados de un "Tercer Mundo" aún más pobre y subdesarrollado. Hoy ya no tenemos ni siquiera esa justificación y no nos queda sino la vergüenza de nuestro fracaso.
En este estado de frustración y de carencias tan evidentes existe la tentación de creer que se puede encontrar una varita mágica, que de un golpe nos dé todo aquello que nos falta. Así se puede incluso llegar a creer que la política, a través de un poderoso Estado benefactor, puede darnos lo que no tenemos. Bastaría entonces con un acto generoso de voluntad redistributiva para crear todo aquello que nuestras economías no han sido capaces de crear. Se trataría de dar derechos, universales y pródigos, que asegurasen a cada uno no sólo el pan de cada día sino también buenas escuelas, hospitales, universidades, jubilaciones, etc. Una especie de acto mágico, hijo de la bondad y clarividencia de algún político que encontró el atajo milagroso que lleva del atraso al bienestar.
Estas ilusiones crean primero enormes expectativas y luego, cuando al poco andar se descubre que el atajo milagroso no era más que el callejón sin salida de la demagogia populista, una ola de nueva frustración. Y así vamos dando tumbos, de la frustración a la ilusión y de la ilusión a nuevas frustraciones, mientras otros siguen progresando por el duro pero seguro camino del esfuerzo empresarial y la creatividad industrial, del capitalismo de verdad y de la participación plena en la economía global. Triste destino este de creer en quimeras políticas en vez de creer en aquellas instituciones de la libertad económica que le dieron primero a Europa Occidental y los Estados Unidos y luego a una gama cada vez más amplia de países un bienestar que ni siquiera en sueños se hubiese podido imaginar hace un par de siglos atrás.
Entre las ideas que más ayudan a fomentar la ilusión de la varita mágica política está aquella de la existencia, en otras latitudes, de un modelo de Estado que ha podido -a fuerza de decisiones políticas, monopolios estatales omnipresentes, impuestos draconianos y amplias restricciones a la libre empresa- crear el bienestar para todos. Entre estos modelos quiméricos no hay ninguno que hoy se iguale al "modelo sueco", esta última utopía de una izquierda que después del derrumbe de los totalitarismos comunistas se ha ido quedando con las manos cada vez más vacías. El Estado benefactor sueco se ha transformado de esta manera en el último bastión de la esperanza en las soluciones desde arriba, desde las cúpulas del Estado, para aquellos problemas que sólo desde abajo, desde la creatividad social y empresarial, se pueden resolver.
Para aquellos que se aferran a esta última utopía puede ser de interés leer este ensayo sobre Suecia después del modelo sueco. Hay muchas cosas que aprender de ese hermoso país nórdico de gente suave y retraída. Hay que aprender, por ejemplo, cómo a través de un pujante capitalismo abierto al mundo se crearon las condiciones de un progreso social sin precedentes que con el tiempo desembocó en un experimento estatista que finalmente -cuando llegó a poner en peligro las bases mismas de la prosperidad- fue relegado a la historia por el mismo pueblo de Suecia.
Suecia está hoy buscando el camino hacia una sociedad del bienestar en la que el viejo Estado benefactor -que quería decidirlo y controlarlo todo- deja lugar a un Estado posibilitador -que posibilita la libre elección de los ciudadanos en materias básicas de bienestar. Esta búsqueda está inspirada por un profundo espíritu de solidaridad y justicia social, pero no como sustituto ni en contra de la libertad individual y la creatividad capitalista sino como su complemento dinámico. Esto es lo que América Latina puede aprender de Suecia, de la Suecia real de hoy y no del mito de un modelo sueco ya enterrado por sus propios creadores.
Mauricio Rojas
Estocolmo, abril de 2005
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MAURICIO ROJAS
Prólogo para lectores latinoamericanos
Durante las últimas décadas América Latina se ha debatido en una larga agonía de crisis económicas, sociales y políticas recurrentes. Con la excepción de Chile, los progresos que se han registrado en algunos países han sido lentos y están lejos de satisfacer las expectativas populares. Al mismo tiempo, en otras latitudes se constatan avances extraordinarios, mostrando sin lugar a dudas las enormes posibilidades que la globalización ofrece para el rápido mejoramiento de las condiciones de vida de grandes conglomerados humanos. Los avances asombrosos de naciones como China e India así como de al menos una decena de otros países del Asia hacen que el fracaso latinoamericano sea aún más patente e injustificable. Antes teníamos al menos el consuelo de ser los menos pobres y subdesarrollados de un "Tercer Mundo" aún más pobre y subdesarrollado. Hoy ya no tenemos ni siquiera esa justificación y no nos queda sino la vergüenza de nuestro fracaso.
En este estado de frustración y de carencias tan evidentes existe la tentación de creer que se puede encontrar una varita mágica, que de un golpe nos dé todo aquello que nos falta. Así se puede incluso llegar a creer que la política, a través de un poderoso Estado benefactor, puede darnos lo que no tenemos. Bastaría entonces con un acto generoso de voluntad redistributiva para crear todo aquello que nuestras economías no han sido capaces de crear. Se trataría de dar derechos, universales y pródigos, que asegurasen a cada uno no sólo el pan de cada día sino también buenas escuelas, hospitales, universidades, jubilaciones, etc. Una especie de acto mágico, hijo de la bondad y clarividencia de algún político que encontró el atajo milagroso que lleva del atraso al bienestar.
Estas ilusiones crean primero enormes expectativas y luego, cuando al poco andar se descubre que el atajo milagroso no era más que el callejón sin salida de la demagogia populista, una ola de nueva frustración. Y así vamos dando tumbos, de la frustración a la ilusión y de la ilusión a nuevas frustraciones, mientras otros siguen progresando por el duro pero seguro camino del esfuerzo empresarial y la creatividad industrial, del capitalismo de verdad y de la participación plena en la economía global. Triste destino este de creer en quimeras políticas en vez de creer en aquellas instituciones de la libertad económica que le dieron primero a Europa Occidental y los Estados Unidos y luego a una gama cada vez más amplia de países un bienestar que ni siquiera en sueños se hubiese podido imaginar hace un par de siglos atrás.
Entre las ideas que más ayudan a fomentar la ilusión de la varita mágica política está aquella de la existencia, en otras latitudes, de un modelo de Estado que ha podido -a fuerza de decisiones políticas, monopolios estatales omnipresentes, impuestos draconianos y amplias restricciones a la libre empresa- crear el bienestar para todos. Entre estos modelos quiméricos no hay ninguno que hoy se iguale al "modelo sueco", esta última utopía de una izquierda que después del derrumbe de los totalitarismos comunistas se ha ido quedando con las manos cada vez más vacías. El Estado benefactor sueco se ha transformado de esta manera en el último bastión de la esperanza en las soluciones desde arriba, desde las cúpulas del Estado, para aquellos problemas que sólo desde abajo, desde la creatividad social y empresarial, se pueden resolver.
Para aquellos que se aferran a esta última utopía puede ser de interés leer este ensayo sobre Suecia después del modelo sueco. Hay muchas cosas que aprender de ese hermoso país nórdico de gente suave y retraída. Hay que aprender, por ejemplo, cómo a través de un pujante capitalismo abierto al mundo se crearon las condiciones de un progreso social sin precedentes que con el tiempo desembocó en un experimento estatista que finalmente -cuando llegó a poner en peligro las bases mismas de la prosperidad- fue relegado a la historia por el mismo pueblo de Suecia.
Suecia está hoy buscando el camino hacia una sociedad del bienestar en la que el viejo Estado benefactor -que quería decidirlo y controlarlo todo- deja lugar a un Estado posibilitador -que posibilita la libre elección de los ciudadanos en materias básicas de bienestar. Esta búsqueda está inspirada por un profundo espíritu de solidaridad y justicia social, pero no como sustituto ni en contra de la libertad individual y la creatividad capitalista sino como su complemento dinámico. Esto es lo que América Latina puede aprender de Suecia, de la Suecia real de hoy y no del mito de un modelo sueco ya enterrado por sus propios creadores.
Mauricio Rojas
Estocolmo, abril de 2005