Artículos
Producir versus importar
Bajo este título Fabián Izurieta Mora Bowen acaba de publicar un artículo en el que expresa una enorme preocupación porque la balanza comercial, en el año 2001, es negativa en un monto de 1,900 millones de dólares. Aunque la preocupación podría ser válida, la receta: ''subir aranceles prohibir o DESESTIMULAR la importación de artículos cuya producción ocupa fuertes cantidades de mano de obra ecuatoriana'', es desastrosa.
Por Franklin López Buenaño
Bajo este título Fabián Izurieta Mora Bowen acaba de publicar un artículo en el que expresa una enorme preocupación porque la balanza comercial, en el año 2001, es negativa en un monto de 1,900 millones de dólares. Aunque la preocupación podría ser válida, la receta: "subir aranceles, prohibir o DESESTIMULAR la importación de artículos cuya producción ocupa fuertes cantidades de mano de obra ecuatoriana", es desastrosa.
Veamos algunos puntos conceptuales. Las importaciones son los beneficios que recibimos de las exportaciones (costos).
Si se importa más que lo que se exporta, los beneficios exceden los costos. El sentido común me dice que eso no es malo. El problema no está en la diferencia, el problema radica en que si las exportaciones se reducen, entonces, no vamos a poder pagar las importaciones.
En segundo lugar, si las exportaciones no son suficientes para pagar las importaciones, de algún lado hay que sacar los dólares para cubrir la diferencia. Y estos dólares sólo pueden venir de las remesas de los residentes en el extranjero, préstamos y capitales a la empresa privada, y préstamos del exterior para el sector público. Si no hay dólares de estas fuentes, el déficit comercial irremediablemente nos llevaría a que un día se nos acabe el dinero y, entonces, no podremos importar sino sólo lo que obtengamos de las exportaciones.
Cuando una economía tiene una población joven y está en proceso rápido de crecimiento, la empresa privada necesita de capitales y préstamos para expandirse. Un déficit comercial ocasionado por esta causa es bueno, es más bien saludable. Toda economía que crece, que se desarrolla, que invierte, experimenta un déficit internacional. Eso no es malo, mas bien es un síntoma de desarrollo y progreso.
Recordemos la primera premisa, los beneficios se reciben de las importaciones, y si las exportaciones crecen podremos comprar más productos foráneos. Una economía en decadencia (como las europeas y japonesa), que tiene exceso de producción, necesariamente tiene un superávit en las cuentas internacionales. No hay inversiones nuevas, aunque tampoco necesitan crear fuentes de trabajo (porque el porcentaje de población joven es bajo).
En contra de las remesas de los ecuatorianos residentes en el exterior no se puede decir nada malo.
Entonces, inevitablemente, tenemos que poner atención en el sector público y los préstamos que financian el gasto público (para el 2002 se necesitarán más de $600 millones).
Si la razón del déficit comercial es ésta, no cabe otra conclusión que el remedio no está en la protección arancelaria ni en las prohibiciones o desestímulos. El remedio está en una prohibición o limitación estricta al gasto fiscal (si es posible a nivel constitucional) porque el gasto estatal es el que impulsa la necesidad de préstamos del exterior y el aumento de impuestos.
En ocasiones anteriores he discutido a fondo el costo que significa para los ecuatorianos el sistema tributario, los perjuicios que causan a la producción la tramitología y los torpes controles a los precios. Volveré a tocar estos temas porque si no nos reformamos no vamos a poder competir nunca.
Pensar que podemos competir basándose en aranceles y utilizar el ejemplo de los EEUU, es igual a poner piedras en nuestras playas porque otros países han hecho lo mismo. Si queremos competir y aumentar nuestras exportaciones la solución es dar más espacios a la iniciativa privada. El Salvador, Guatemala, República Dominicana, son países con recursos muy similares a los nuestros. La industria maquiladora es una de las más dinámicas en esos países, no digamos el impulso que le han dado al turismo. Copiemos lo que han hecho ellos. La sugerencia del articulista de abandonar el Pacto Andino es bienvenida y se debe tomar esa decisión ya.
La inserción en el ámbito internacional no se consigue con viajes del Presidente por el mundo, acarreando burócratas y periodistas. Si se quiere gastar en insertarnos en el mundo, el avión presidencial debería llenarse con artesanos, agricultores, microempresarios, industriales, para que hagan contacto con compradores, con distribuidores, con transportistas, con otros empresarios privados.
Si queremos defender nuestros productos, liberémoslos de los impuestos y de los altos costos de combustible, electricidad y telecomunicaciones. Si queremos transportarlos, agresivamente implantemos una política de cielos abiertos.
Entreguemos los consulados en concesión a empresas de mercadotecnia para que introduzcan y promuevan nuestros productos en el mercado internacional. Por ello cobrarían una comisión y el pueblo ecuatoriano se ahorraría los sueldos de los cónsules, vicecónsules y otros miembros de la burocracia dorada internacional.
Esas son las políticas modernas a seguirse. Pero si seguimos anquilosados en las ideas mercantilistas de los siglos XVII y XVIII, (aranceles, cuotas, prohibiciones, restricciones, devaluaciones), nuestras economías también continuarán anquilosadas en los niveles de los siglos XVII y XVIII.
Franklin López Buenaño
Bajo este título Fabián Izurieta Mora Bowen acaba de publicar un artículo en el que expresa una enorme preocupación porque la balanza comercial, en el año 2001, es negativa en un monto de 1,900 millones de dólares. Aunque la preocupación podría ser válida, la receta: "subir aranceles, prohibir o DESESTIMULAR la importación de artículos cuya producción ocupa fuertes cantidades de mano de obra ecuatoriana", es desastrosa.
Veamos algunos puntos conceptuales. Las importaciones son los beneficios que recibimos de las exportaciones (costos).
Si se importa más que lo que se exporta, los beneficios exceden los costos. El sentido común me dice que eso no es malo. El problema no está en la diferencia, el problema radica en que si las exportaciones se reducen, entonces, no vamos a poder pagar las importaciones.
En segundo lugar, si las exportaciones no son suficientes para pagar las importaciones, de algún lado hay que sacar los dólares para cubrir la diferencia. Y estos dólares sólo pueden venir de las remesas de los residentes en el extranjero, préstamos y capitales a la empresa privada, y préstamos del exterior para el sector público. Si no hay dólares de estas fuentes, el déficit comercial irremediablemente nos llevaría a que un día se nos acabe el dinero y, entonces, no podremos importar sino sólo lo que obtengamos de las exportaciones.
Cuando una economía tiene una población joven y está en proceso rápido de crecimiento, la empresa privada necesita de capitales y préstamos para expandirse. Un déficit comercial ocasionado por esta causa es bueno, es más bien saludable. Toda economía que crece, que se desarrolla, que invierte, experimenta un déficit internacional. Eso no es malo, mas bien es un síntoma de desarrollo y progreso.
Recordemos la primera premisa, los beneficios se reciben de las importaciones, y si las exportaciones crecen podremos comprar más productos foráneos. Una economía en decadencia (como las europeas y japonesa), que tiene exceso de producción, necesariamente tiene un superávit en las cuentas internacionales. No hay inversiones nuevas, aunque tampoco necesitan crear fuentes de trabajo (porque el porcentaje de población joven es bajo).
En contra de las remesas de los ecuatorianos residentes en el exterior no se puede decir nada malo.
Entonces, inevitablemente, tenemos que poner atención en el sector público y los préstamos que financian el gasto público (para el 2002 se necesitarán más de $600 millones).
Si la razón del déficit comercial es ésta, no cabe otra conclusión que el remedio no está en la protección arancelaria ni en las prohibiciones o desestímulos. El remedio está en una prohibición o limitación estricta al gasto fiscal (si es posible a nivel constitucional) porque el gasto estatal es el que impulsa la necesidad de préstamos del exterior y el aumento de impuestos.
En ocasiones anteriores he discutido a fondo el costo que significa para los ecuatorianos el sistema tributario, los perjuicios que causan a la producción la tramitología y los torpes controles a los precios. Volveré a tocar estos temas porque si no nos reformamos no vamos a poder competir nunca.
Pensar que podemos competir basándose en aranceles y utilizar el ejemplo de los EEUU, es igual a poner piedras en nuestras playas porque otros países han hecho lo mismo. Si queremos competir y aumentar nuestras exportaciones la solución es dar más espacios a la iniciativa privada. El Salvador, Guatemala, República Dominicana, son países con recursos muy similares a los nuestros. La industria maquiladora es una de las más dinámicas en esos países, no digamos el impulso que le han dado al turismo. Copiemos lo que han hecho ellos. La sugerencia del articulista de abandonar el Pacto Andino es bienvenida y se debe tomar esa decisión ya.
La inserción en el ámbito internacional no se consigue con viajes del Presidente por el mundo, acarreando burócratas y periodistas. Si se quiere gastar en insertarnos en el mundo, el avión presidencial debería llenarse con artesanos, agricultores, microempresarios, industriales, para que hagan contacto con compradores, con distribuidores, con transportistas, con otros empresarios privados.
Si queremos defender nuestros productos, liberémoslos de los impuestos y de los altos costos de combustible, electricidad y telecomunicaciones. Si queremos transportarlos, agresivamente implantemos una política de cielos abiertos.
Entreguemos los consulados en concesión a empresas de mercadotecnia para que introduzcan y promuevan nuestros productos en el mercado internacional. Por ello cobrarían una comisión y el pueblo ecuatoriano se ahorraría los sueldos de los cónsules, vicecónsules y otros miembros de la burocracia dorada internacional.
Esas son las políticas modernas a seguirse. Pero si seguimos anquilosados en las ideas mercantilistas de los siglos XVII y XVIII, (aranceles, cuotas, prohibiciones, restricciones, devaluaciones), nuestras economías también continuarán anquilosadas en los niveles de los siglos XVII y XVIII.