Prensa
El país que aprecian los Kirchner es el que critica Timerman
Fuente: La Nación (Argentina)
Jorge Elías
La última visita de Lula a Cuba coincidió con la muerte de Orlando Zapata después de 85 días de huelga de hambre. Resultó penoso que uno de los líderes democráticos con mayor adhesión popular del mundo no mostrara una uña de sensibilidad.
"¿Hace negocios sobre los cadáveres?", dudó O Estado de São Paulo. Su afinidad con la revolución, así como el respaldo a negocios con el petróleo y la infraestructura, pudo más que el contrapunto con su par de Costa Rica, Oscar Arias, premio Nobel de la Paz, por la presunta potestad de los Castro de mantener presos políticos.
Esa flagrante violación de los derechos humanos tampoco pareció conmover al gobierno de Cristina Kirchner, quizá porque supuso que había hecho su aporte para acallar a la oposición argentina con las gestiones para lograr que salieran de la isla Hilda Morejón y su hija, Hilda Molina, autorizada para conocer a sus nietos y reunirse con los suyos en Buenos Aires. En su única visita a Cuba, la Presidenta actuó como Lula: soslayó a los disidentes. Luego, con Chávez en Caracas, mostró una foto con Fidel Castro para demostrar, otra vez, que estaba vivo.
Mimado por los Kirchner y Duhalde después de haber cruzado espadas en público con Menem (en privado intercambiaban cigarros y vinos) y haber insultado a De la Rúa con eso de "lamer la bota yanqui", Fidel Castro liquidó en condiciones favorables la deuda contraída en los setenta con el gobierno interino de Raúl Lastiri tras reanudar las relaciones con su antecesor Héctor Cámpora.
Los dos primeros cancilleres de la gestión de los Kirchner, Rafael Bielsa y Jorge Taiana, no se mostraron con el régimen de los Castro más incisivos que su par brasileño, Celso Amorim, cuando reveló que estaba más ansioso por terminar con el embargo dispuesto por Estados Unidos que por propiciar el restablecimiento democrático, como si no se pudiera caminar y silbar al mismo tiempo.
Diferente parece ser la posición del actual canciller, Héctor Timerman: denunció en 2003, tras el arresto arbitrario de 75 personas, "la falta de libertad de prensa" en Cuba, calificada de "dictadura de izquierda". Dirigía entonces la revista Debate.
Señaló durante una entrevista con el presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), Gabriel Salvia, incluida en el documental El debate sobre Cuba en América latina, que en la isla, "como en toda situación donde hay gente perseguida y donde hay una sociedad que no tiene acceso a las libertades individuales, la obligación de toda persona de bien y toda persona pensante es denunciarlo".
Una obligación
Esa convicción guarda relación con los vejámenes padecidos por su padre, Jacobo Timerman, fundador del diario La Opinión. "Los argentinos que hemos tenido la suerte de sobrevivir a la dictadura militar tenemos una obligación para con nuestros colegas de todo el mundo de acompañarlos, ayudarlos, manifestarles nuestra solidaridad y denunciar a quienes son sus verdugos", señaló, porque "no hay ninguna diferencia entre el concepto de prensa que tenía el general Videla que el que tiene Fidel Castro".
Enumeró como vital para "obtener la libertad de presos políticos" en el país la disposición de The New York Times, Le Monde, Il Corriere della Sera y La Repubblica, de Italia, y El País, de Madrid. "Nunca escuché que Granma o Pravda hayan obtenido ningún tipo de influencia en la lucha por la libertad de expresión en la Argentina", dijo.
Fidel Castro jamás alzó la voz por los desaparecidos y las víctimas de la represión. De liberar ahora a los presos políticos, el último régimen comunista de la región habrá insinuado un cambio que el gobierno argentino, a tono con las convicciones de Timerman, no debería evaluar con la sensibilidad escasa de Lula, flojo en la defensa de los derechos humanos fuera de sus fronteras.
La Nación (Argentina)
Jorge Elías
La última visita de Lula a Cuba coincidió con la muerte de Orlando Zapata después de 85 días de huelga de hambre. Resultó penoso que uno de los líderes democráticos con mayor adhesión popular del mundo no mostrara una uña de sensibilidad.
"¿Hace negocios sobre los cadáveres?", dudó O Estado de São Paulo. Su afinidad con la revolución, así como el respaldo a negocios con el petróleo y la infraestructura, pudo más que el contrapunto con su par de Costa Rica, Oscar Arias, premio Nobel de la Paz, por la presunta potestad de los Castro de mantener presos políticos.
Esa flagrante violación de los derechos humanos tampoco pareció conmover al gobierno de Cristina Kirchner, quizá porque supuso que había hecho su aporte para acallar a la oposición argentina con las gestiones para lograr que salieran de la isla Hilda Morejón y su hija, Hilda Molina, autorizada para conocer a sus nietos y reunirse con los suyos en Buenos Aires. En su única visita a Cuba, la Presidenta actuó como Lula: soslayó a los disidentes. Luego, con Chávez en Caracas, mostró una foto con Fidel Castro para demostrar, otra vez, que estaba vivo.
Mimado por los Kirchner y Duhalde después de haber cruzado espadas en público con Menem (en privado intercambiaban cigarros y vinos) y haber insultado a De la Rúa con eso de "lamer la bota yanqui", Fidel Castro liquidó en condiciones favorables la deuda contraída en los setenta con el gobierno interino de Raúl Lastiri tras reanudar las relaciones con su antecesor Héctor Cámpora.
Los dos primeros cancilleres de la gestión de los Kirchner, Rafael Bielsa y Jorge Taiana, no se mostraron con el régimen de los Castro más incisivos que su par brasileño, Celso Amorim, cuando reveló que estaba más ansioso por terminar con el embargo dispuesto por Estados Unidos que por propiciar el restablecimiento democrático, como si no se pudiera caminar y silbar al mismo tiempo.
Diferente parece ser la posición del actual canciller, Héctor Timerman: denunció en 2003, tras el arresto arbitrario de 75 personas, "la falta de libertad de prensa" en Cuba, calificada de "dictadura de izquierda". Dirigía entonces la revista Debate.
Señaló durante una entrevista con el presidente del Centro para la Apertura y el Desarrollo de América Latina (Cadal), Gabriel Salvia, incluida en el documental El debate sobre Cuba en América latina, que en la isla, "como en toda situación donde hay gente perseguida y donde hay una sociedad que no tiene acceso a las libertades individuales, la obligación de toda persona de bien y toda persona pensante es denunciarlo".
Una obligación
Esa convicción guarda relación con los vejámenes padecidos por su padre, Jacobo Timerman, fundador del diario La Opinión. "Los argentinos que hemos tenido la suerte de sobrevivir a la dictadura militar tenemos una obligación para con nuestros colegas de todo el mundo de acompañarlos, ayudarlos, manifestarles nuestra solidaridad y denunciar a quienes son sus verdugos", señaló, porque "no hay ninguna diferencia entre el concepto de prensa que tenía el general Videla que el que tiene Fidel Castro".
Enumeró como vital para "obtener la libertad de presos políticos" en el país la disposición de The New York Times, Le Monde, Il Corriere della Sera y La Repubblica, de Italia, y El País, de Madrid. "Nunca escuché que Granma o Pravda hayan obtenido ningún tipo de influencia en la lucha por la libertad de expresión en la Argentina", dijo.
Fidel Castro jamás alzó la voz por los desaparecidos y las víctimas de la represión. De liberar ahora a los presos políticos, el último régimen comunista de la región habrá insinuado un cambio que el gobierno argentino, a tono con las convicciones de Timerman, no debería evaluar con la sensibilidad escasa de Lula, flojo en la defensa de los derechos humanos fuera de sus fronteras.